El viernes por la tarde volvía desde Valencia a Zaragoza en
un tren al que le costaba llegar a su destino más de cinco horas. Cuando me
encuentro en semejante tesitura siempre actúo de la misma manera: elijo cuidadosamente
un libro que lleve cierto tiempo en el estante de pendientes y que,
aproximadamente, pueda cubrir la duración del viaje. En esta ocasión le tocó el
turno a Arte y belleza en la estética medieval
(1959) de Umberto Eco[1],
que había comprado hace dos veranos en la librería de la catedral de Santiago
de Compostela. Cuando ya en casa eché un vistazo a las noticias me enteré de
que Umberto Eco había muerto ese mismo día.
Descubrí a Umberto Eco como casi todo el mundo, con El nombre de la rosa[2]
(1980). La leí con diecisiete años, en
unos cuatro días si no me falla la memoria, enfebrecido, boquiabierto, pasmado,
con la sensación de hallarme ante la novela perfecta. La he releído varias veces
y esa sensación no ha cambiado. Uno puede abordarla como quiera: como una
novela policiaca, como una novela histórica o como un tratado político sobre
las luchas del papado y el Imperio, entre las opciones más evidentes; puede
regodearse en la musicalidad del latín eclesiástico, en la descripción de
tímpanos románicos o en la imaginación de la biblioteca total, la biblioteca en
que se sabe que detrás de alguna puerta alguien puede decir –como en el mundo– Hic sunt leones, la biblioteca en la que
Borges hubiera sido inmensamente feliz.
Umberto Eco en su casa |
Tras Guillermo de Baskerville está Guillermo de Ockham y, simultáneamente,
Sherlock Holmes, el del perro, a cuál más inglés; tras Jorge de Burgos, Jorge
Luis Borges. El nombre de la rosa es
un texto que remite a otros textos, que exige del lector el conocimiento de otros
textos, de Bernardo de Claraval a Bernardo de Morlaix: Stat rosa pristina
nomine, nomina nuda tenemus[3].
Si el lector desconoce esos textos, debe buscarlos en bibliotecas infinitas y
eternas a partir de catálogos igualmente infinitos y eternos, o, al menos,
postular su existencia aunque ya no existan, como si fueran el libro segundo de
la Poética de Aristóteles. Cualquier texto remite a cualquier otro texto.
En realidad, el hombre, el mundo, la historia, la realidad, es un enorme texto –un
enorme signo– del que solo conocemos retazos. Esa es la idea básica del libro y
esa es la idea a la que Eco, concienzuda, morosa, reiteradamente, vuelve una y
otra vez.
De esa idea proceden sus libros-catálogo El vértigo de las listas[4]
(2009) e Historia de las tierras y
los lugares legendarios[5]
(2013). Son
dos volúmenes misceláneos en los que se reproducen, como antología a cada uno
de los capítulos de que constan, los textos que se citan en cada uno de ellos. El
primero es una recopilación de listas famosas, extrañas, inabarcables, a lo largo
de la historia: en último término es una lista de listas, una mise en abîme para cuya construcción se precisa
erudición, gusto y ganas de tocar las narices al lector. El segundo es una
especie de atlas literario de sitios que nunca han existido pero que han
influido en la historia de occidente más que muchos de los reales o, dicho de
otra forma, poseen un significado del que carecen la mayor parte de los lugares
que realmente existen fuera del pensamiento.
Algunos textos especialmente dotados de significado son, por
ello, muy potentes. Eco reflexionó sobre ello en tres novelas que, en el fondo,
son la misma novela escrita tres veces: El
péndulo de Foucault[6]
(1988), El cementerio de Praga[7]
(2010) y Número cero[8]
(2015). La recepción de El péndulo de
Foucault por público y crítica fue, tras el éxito de El nombre de la rosa, muy desigual: era una novela incomprensible,
llena de nombres, de fechas y de citas en la que el número de referentes
textuales resultaba prácticamente inabarcable; y, sin embargo, desde mi punto
de vista es una novela que, si se elimina la hojarasca, resulta muy sencilla:
va de tres piraos que a partir de los
datos que manejan en la editorial donde trabajan construyen una conspiración
judeo-masónica-templario-diabólica de padre y muy señor mío; el problema
comienza cuando los judeo-masónicos-templarios-diabólicos de verdad toman todas
las movidas mentales de los piraos –hasta tal punto estaban bien
construidas– por verdaderas y contraatacan violentamente: la ficción
irrumpe en la realidad con consecuencias letales. En El cementerio de Praga se reutilizan los datos brutos sobre los que
se levanta El péndulo para narrar la
historia de un falsificador de documentos y espía decimonónico, el capitán
Simonini, y de su alter ego, el abate Dalla Piccola; la acción se sitúa entre
1830 y 1898 y narra cómo el protagonista es el principal responsable de la
historia oculta de Europa al falsificar documentos sobre los jesuitas, los
judíos, los masones y los luciferinos que los servicios secretos de los
distintos gobiernos, desde el francés al ruso, pasando por el papal, van
comprando para sacarlos a la luz en el momento que estiman oportuno y
justificar así sus políticas; la idea es la misma: un texto falso se inserta en
la realidad y la acaba transformando completamente. La última variación sobre
el mismo tema aparece en Número cero, aunque
en este caso la conspiración no se remonta a siglos pretéritos: el redactor de
un peculiar periódico dice encontrar evidencias de que los relatos oficiales
sobre el final del fascismo y la muerte de Mussolini presentan resquicios y
construye una teoría alternativa en la que el Duce sobrevive; a partir de ese momento, empiezan a pasar cosas muy
extrañas.
No es en Número cero la primera vez que
aparece el fascismo en la obra de Eco: en La
misteriosa llama de la reina Loana[9]
(2004) el protagonista, que en todo momento parece un trasunto del autor,
pierde la memoria; se decide a recuperarla –cómo no– a través de los textos que
poblaron su infancia, una infancia con el fascismo en pleno auge. La novela
concluye con el recuerdo del protagonista acerca de su propia muerte; el
viernes, cuando me enteré de que Umberto Eco había muerto, no pude por menos de
acordarme de las páginas finales de La
misteriosa llama de la reina Loana.
[1]
Eco,
Umberto: Arte y belleza en la estética medieval [Arte
e bellezza nell’estetica medievale].- Traducción de Helena Lozano Miralles.-
Debolsillo (Filosofía n.º 259), [Barcelona 3 2013].- 269 págs. (19 x
12,5).
[2]
Eco,
Umberto: El nombre de la rosa [Il nome della rosa].-
Traducción de Ricardo Pochtar.- Lumen (Palabra en el Tiempo n.º 148), [Barcelona
4 1983].- 615 págs., 2 ilustr. en negro (18 x 13).
[3]
La frase final de la novela es una reelaboración
de la cita original: Stat Roma pristina nomine, nomina nuda tenemus, la
Roma de los orígenes permanece en el nombre, solo nos quedan nombres vacíos.
[4]
Eco,
Umberto: El vértigo de las listas [Vertigine della
lista].- Traducción de María Pons Irazazábal.- Lumen, [Barcelona 2009].- 408
págs., ilustr. en color (24 x 17,5).
[5]
Eco,
Umberto: Historia de las tierras y los lugares
legendarios [Storia delle terre e dei luoghi leggendari].- Traducción de
María Pons Irazazábal.- Lumen, [Barcelona 2013].- 478 págs., ilustr. en color
(24,5 x 17,5).
[6]
Eco,
Umberto: El péndulo de Foucault [Il pendolo di
Foucault].- Traducción de Ricardo Pochtar, revisada por Helena Lozano
[Miralles].-. Lumen (Palabra en el Tiempo n.º 188), [Barcelona 1989].- 587
págs., 10 ilustr. en negro (21 x 14).
[7]
Eco,
Umberto: El cementerio de Praga [Il cimitero di Praga].-
Traducción de Helena Lozano Miralles.- Lumen (Futura), [Barcelona 2010].- 587
págs., ilustr. en negro (21 x 14).
[8]
Eco,
Umberto: Número Cero [Numero zero].- Traducción
de Helena Lozano Miralles.- Lumen (Narrativa), [Barcelona 2015].- 221 págs.
(23,5 x 15,5).
[9]
Eco, Umberto: La misteriosa
llama de la reina Loana [La misteriosa fiamma de la regina Loana].- Traducción
de Helena Lozano Miralles.- De Bolsillo (Best Seller núm. 238/5), [Barcelona
2006].- 508 págs., ilustr. en negro y color (19 x 12,5).
Como erudito te centras en sus obras, como articulista (porque escribir sobre algo que es rabiosa noticia el dia que publicas, es diferente al ensayo al que nos has acostumbrado) te deberia obligar a razonar sobre su sustrato europeista (creo que fundamental) y sobre la falta que hace ese sustrato para evitar la descomposición politica, moral, social y económica a la que parece que nos estamos abocando los europeos (o los malos estadistas europeos)... te dejo aquí este tema para hablarlo en nuestras charlas o para que lo "articules" con nuestro Brexit en ciernes.... (ya se que no me haras ni caso pero Europa es ese tema que nos mueve y nos preocupa/irrita a todos).
ResponderEliminar¡En menudo brete que me pones! Me pides que reflexione sobre el sustrato europeísta en Umberto Eco y que lo relacione con la descomposición de la idea de Europa que parece estar produciéndose... Recojo el guante, pero déjame que me tome unos días para refrescar datos e ideas y, sobre todo, para pensar sobre ellos.
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