Cuando comencé con el blog, solo me impuse una norma:
escribir sobre lo que me apeteciera, fuera de las sujecciones habituales,
llámense línea editorial o programa de la asignatura. Cuando uno
escribe (o diserta, que a veces es casi lo mismo) para otros, otros fijan el
tema y no pocas veces el tono. Cuando uno escribe para uno mismo, puede hacer
lo que le dé la puñetera gana. Que es lo que voy a hacer ahora mismo: voy a
hablar de economía.
Cuando los economistas explicamos cualquier fenómeno,
recurrimos a la fórmula matemática correspondiente; como hoy toca –he decidido
que toque– la inflación, voy y suelto que la relación entre la cantidad de
dinero en circulación y el nivel de precios viene dado por la ecuación de la
teoría cuantitativa del dinero de Irving Fisher
Mv=Py
donde M representa
la cantidad total de dinero en circulación, v
es la velocidad de circulación del dinero, P
es nivel general de precios e y el
flujo de renta real o, lo que es lo mismo, el flujo de transacciones reales de
bienes y servicios de una economía en un periodo determinado. Es evidente. Y si
tomo diferenciales y considero que la velocidad de circulación y el flujo de
renta real permanecen constantes, se llega a que
vdM= ydP.
¿Está claro, no? Al aumentar la cantidad de dinero en
circulación aumenta el nivel de precios sin que sea preciso que la renta real
varíe. Y si estuviéramos en clase de economía, no sería preciso añadir nada más.
Copérnico |
En el fondo, la idea que subyace es muy simple: si el dinero
representa el valor total del flujo de bienes y servicios de una economía (lo
que viene siendo el total de lo que se produce y se vende) y no producimos ni
vendemos más pero el gobierno le da a la máquina de hacer billetes (o bonos, me
es igual), cada billete vale menos o, dicho de otra forma, necesitamos más
billetes para comprar lo mismo: o sea, los precios suben; y si hay que emitir
muchísimos (pero muchísimos a lo bestia) billetes, la subida de precios empieza
a salir en los libros de historia económica: como la de Alemania de la década
de 1920, vamos.
Esto lo sabían los no-economistas antes de que la economía
tuviera un estatuto científico y académico propio. Parece que el primero que se
dio cuenta fue un polaco que se llamó Mikołaj Kopernik,
que la posterioridad hispanohablante conoce como Copérnico y que, a petición del entonces
rey de Polonia, Segismundo I Jagellón el
Viejo, primero presentó su tesis ante la dieta y luego la puso por escrito
–mientras miraba el sol y los planetas y llegaba a conclusiones algo
heterodoxas– con el título de Monetæ
cudendæ ratio (1526). De la página 114 del manual de historia del pensamiento
económico de Spiegel[1]
saco la siguiente cita, resumen de su pensamiento: El dinero se deprecia normalmente
cuando se hace demasiado abundante.
Martín de Azpilcueta |
El siguiente no-economista que se dio cuenta del asunto fue un
cura navarro (tampoco era un cura de misa y olla, no vayan ustedes a pensar) que
se llamaba Martín de Azpilcueta, que vivió entre 1492 y 1586 y que escribió un tratado
de teología moral (Manual de confesores y
penitentes, 1553) al que en 1569 añadió un apéndice (De usuras y simonías). Bien, pues es en ese apéndice donde aborda
el tema que nos ocupa: para la moral católica tridentina el préstamo con usura y
la especulación financiera eran graves pecados y de ahí el interés de un
teólogo por la cuestión; los herejes protestantes del norte los practicaban sin
pudor alguno[2],
por lo que había que condenarlos; y Azpilcueta, como cualquier español de la
época que abriera algo los ojos, se había percatado que desde el descubrimiento
de América la llegada masiva de metales preciosos a los territorios de la
monarquía española había provocado un incremento de precios que no parecía
tener fin[3].
El navarro razona de esta manera: El
dinero vale más cuando y donde es escaso que cuando es abundante […]; se hace
más caro cuando hay una fuerte demanda y una débil oferta[4].
El tercer ejemplo que voy a traer de no-economistas que
entendieron perfectamente la inflación monetaria lo he sacado de Galbraith[5].
Se trata de algunas tribus indias del siglo XVII que utilizaban collares de
conchas (wampum) como moneda pequeña
de uso común; había dos tipos de conchas, negras y blancas, las primeras con un
valor doble al de las segundas; muy pronto alguno de los nativos se dio cuenta
de que con tintura negra era posible duplicar el valor de las conchas blancas.
No obstante, los indígenas debían de haber seguido algún curso de economía,
porque habían establecido un mecanismo adicional en su sistema monetario: la
aceptación del wampum dependía de que
pudiera ser redimido mediante pieles de castor o, como diríamos ahora, la piel
de castor era la moneda de reserva; a
lo largo del siglo, la expansión de la colonización europea motivó que los
castores se retiraran a otros territorios, que su piel comenzara a escasear y que
el wampum dejara de ser convertible,
por lo que dejó de circular.
Menos mal que luego los economistas introdujeron las
matemáticas en su caja de herramientas; si no, ¿cómo explicar la inflación
monetaria?
[1]
Spiegel,
Henry William: El desarrollo del Pensamiento Económico [The
Growth of Economic Thought].- [Traducido por Carmen Soler de Villar.-
Revisado por Gaspar Feliu y Jaime Sobrequés].- Ediciones Omega, S. A., Barcelona
[(6) 1999].- 911 págs., gráficos en negro (22 x 15,5).
[2]
La diferencia entre las
concepciones económicas de católicos y protestantes tras la Reforma va
invariablemente unida, desde 1905, al nombre de Max Weber: Weber, Max: La ética protestante y el espíritu del capitalismo [Die protestantische
Ethik und der Geist des Kapitalismus].- Edición de Jorge Navarro Pérez.- Prólogo de José Luis Villacañas [Berlanga].- Akal (Básica de
bolsillo n.º 275), [Madrid 2013].- 333 págs. (18 x 12).
[3]
El fenómeno fue
estudiado por Earl Jefferson Hamilton en su trabajo de 1934 American Treasure and the Price Revolution in
Spain, 1501-1650. No puedo dar la referencia bibliográfica porque, vergonzosamente, aún
no he tenido entre las manos ningún ejemplar.
[5]
Galbrait [sic, por Galbraith], John Kenneth: El
dinero. De dónde vino / Adónde fue [Money].- [Traducción de José Ferrer
Aleu].- Ediciones Orbis, S. A. (Biblioteca de Economía n.º 1), [Barcelona 1983].-
365 págs. (20 x 12,5). Cf. pág. 62.
Gracias por este interesantísimo post. Fascinada con la economia de conchas y las pieles de castor. Sigue instruyendonos en economia!
ResponderEliminarA mí lo que me parece interesantísmo es el indígena que pensó ¡vamos a pintar conchas negras! Ese sí que era un tío fascinante.
ResponderEliminarHace ya unos cinco años desde que tus explicaciones sobre economía (y por supuesto, los elaborados tests de respuesta múltiple) consiguieran despertar en mí cierto interés hacia la materia. Me alegra ver que pasado el tiempo y como 5/6 de jurista-economista que a día de hoy soy (por lo que, con algo más de conocimiento) tus comentarios y lecciones de economía siguen divirtiéndome.
ResponderEliminarTodo un descubrimiento el blog.
Saludos de una ex-alumna.
Me alegro mucho de que hace cinco o seis años consiguiese que la materia tuviera un (cierto) interés y que, pasado ese lustro, siga lográndolo; o por lo menos, siga divirtiéndote...
ResponderEliminarY veo que no has podido olvidar los bonitos tests de respuesta múltiple!
Mario eres un genio
ResponderEliminarUsted sí que es grande...
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