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domingo, 14 de febrero de 2016

Persiguiendo la teoría cuantitativa de los precios



Cuando comencé con el blog, solo me impuse una norma: escribir sobre lo que me apeteciera, fuera de las sujecciones habituales, llámense línea editorial o programa de la asignatura. Cuando uno escribe (o diserta, que a veces es casi lo mismo) para otros, otros fijan el tema y no pocas veces el tono. Cuando uno escribe para uno mismo, puede hacer lo que le dé la puñetera gana. Que es lo que voy a hacer ahora mismo: voy a hablar de economía.
Cuando los economistas explicamos cualquier fenómeno, recurrimos a la fórmula matemática correspondiente; como hoy toca –he decidido que toque– la inflación, voy y suelto que la relación entre la cantidad de dinero en circulación y el nivel de precios viene dado por la ecuación de la teoría cuantitativa del dinero de Irving Fisher
Mv=Py
donde M representa la cantidad total de dinero en circulación, v es la velocidad de circulación del dinero, P es nivel general de precios e y el flujo de renta real o, lo que es lo mismo, el flujo de transacciones reales de bienes y servicios de una economía en un periodo determinado. Es evidente. Y si tomo diferenciales y considero que la velocidad de circulación y el flujo de renta real permanecen constantes, se llega a que
vdM= ydP.
¿Está claro, no? Al aumentar la cantidad de dinero en circulación aumenta el nivel de precios sin que sea preciso que la renta real varíe. Y si estuviéramos en clase de economía, no sería preciso añadir nada más.
Copérnico
En el fondo, la idea que subyace es muy simple: si el dinero representa el valor total del flujo de bienes y servicios de una economía (lo que viene siendo el total de lo que se produce y se vende) y no producimos ni vendemos más pero el gobierno le da a la máquina de hacer billetes (o bonos, me es igual), cada billete vale menos o, dicho de otra forma, necesitamos más billetes para comprar lo mismo: o sea, los precios suben; y si hay que emitir muchísimos (pero muchísimos a lo bestia) billetes, la subida de precios empieza a salir en los libros de historia económica: como la de Alemania de la década de 1920, vamos.
Esto lo sabían los no-economistas antes de que la economía tuviera un estatuto científico y académico propio. Parece que el primero que se dio cuenta fue un polaco que se llamó Mikołaj Kopernik, que la posterioridad hispanohablante conoce como Copérnico y que, a petición del entonces rey de Polonia, Segismundo I Jagellón el Viejo, primero presentó su tesis ante la dieta y luego la puso por escrito –mientras miraba el sol y los planetas y llegaba a conclusiones algo heterodoxas– con el título de Monetæ cudendæ ratio (1526). De la página 114 del manual de historia del pensamiento económico de Spiegel[1] saco la siguiente cita, resumen de su pensamiento: El dinero se deprecia normalmente cuando se hace demasiado abundante.
Martín de Azpilcueta
El siguiente no-economista que se dio cuenta del asunto fue un cura navarro (tampoco era un cura de misa y olla, no vayan ustedes a pensar) que se llamaba Martín de Azpilcueta, que vivió entre 1492 y 1586 y que escribió un tratado de teología moral (Manual de confesores y penitentes, 1553) al que en 1569 añadió un apéndice (De usuras y simonías). Bien, pues es en ese apéndice donde aborda el tema que nos ocupa: para la moral católica tridentina el préstamo con usura y la especulación financiera eran graves pecados y de ahí el interés de un teólogo por la cuestión; los herejes protestantes del norte los practicaban sin pudor alguno[2], por lo que había que condenarlos; y Azpilcueta, como cualquier español de la época que abriera algo los ojos, se había percatado que desde el descubrimiento de América la llegada masiva de metales preciosos a los territorios de la monarquía española había provocado un incremento de precios que no parecía tener fin[3]. El navarro razona de esta manera: El dinero vale más cuando y donde es escaso que cuando es abundante […]; se hace más caro cuando hay una fuerte demanda y una débil oferta[4].
El tercer ejemplo que voy a traer de no-economistas que entendieron perfectamente la inflación monetaria lo he sacado de Galbraith[5]. Se trata de algunas tribus indias del siglo XVII que utilizaban collares de conchas (wampum) como moneda pequeña de uso común; había dos tipos de conchas, negras y blancas, las primeras con un valor doble al de las segundas; muy pronto alguno de los nativos se dio cuenta de que con tintura negra era posible duplicar el valor de las conchas blancas. No obstante, los indígenas debían de haber seguido algún curso de economía, porque habían establecido un mecanismo adicional en su sistema monetario: la aceptación del wampum dependía de que pudiera ser redimido mediante pieles de castor o, como diríamos ahora, la piel de castor era la moneda de reserva; a lo largo del siglo, la expansión de la colonización europea motivó que los castores se retiraran a otros territorios, que su piel comenzara a escasear y que el wampum dejara de ser convertible, por lo que dejó de circular.
Menos mal que luego los economistas introdujeron las matemáticas en su caja de herramientas; si no, ¿cómo explicar la inflación monetaria?


[1] Spiegel, Henry William: El desarrollo del Pensamiento Económico [The Growth of Economic Thought].- [Traducido por Carmen Soler de Villar.- Revisado por Gaspar Feliu y Jaime Sobrequés].- Ediciones Omega, S. A., Barcelona [(6) 1999].- 911 págs., gráficos en negro (22 x 15,5).
[2] La diferencia entre las concepciones económicas de católicos y protestantes tras la Reforma va invariablemente unida, desde 1905, al nombre de Max Weber: Weber, Max: La ética protestante y el espíritu del capitalismo [Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus].- Edición de Jorge Navarro Pérez.- Prólogo de José Luis Villacañas [Berlanga].- Akal (Básica de bolsillo n.º 275), [Madrid 2013].- 333 págs. (18 x 12).
[3] El fenómeno fue estudiado por Earl Jefferson Hamilton en su trabajo de 1934 American Treasure and the Price Revolution in Spain, 1501-1650. No puedo dar la referencia bibliográfica porque, vergonzosamente, aún no he tenido entre las manos ningún ejemplar.
[4] Spiegel, pág. 115.
[5] Galbrait [sic, por Galbraith], John Kenneth: El dinero. De dónde vino / Adónde fue [Money].- [Traducción de José Ferrer Aleu].- Ediciones Orbis, S. A. (Biblioteca de Economía n.º 1), [Barcelona 1983].- 365 págs. (20 x 12,5). Cf. pág. 62.