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miércoles, 6 de enero de 2021

Dos versiones de una misma historia: de Waterloo a Marengo


Cuenta la leyenda que el origen de la fortuna de la familia Rothschild se remonta a una jugada de fortuna tras la batalla de Waterloo. Según se sabe, esta batalla supuso el final del imperio de Napoleón, que tuvo que abdicar por segunda y definitiva vez y marchar al exilio a Santa Elena, una islita de poco más de 100 km2 situada en mitad del Atlántico. Pues bien, el día 18 de junio de 1815 toda Europa estaba pendiente del resultado del enfrentamiento entre los últimos soldados napoleónicos y los que conformaban la séptima coalición, al mando del británico Arthur Wellesley ­
mejor conocido como duque de Wellington− en una llanura belga cercana a la ciudad de Waterloo[1]. Si la victoria se decantaba del lado francés era de esperar la reanudación de los enfrentamientos bélicos a escala europea, que no conocían solución de continuidad desde la ruptura de la paz de Amiens (1803); por el contrario, si vencían británicos, prusianos y demás coaligados era de esperar un largo periodo de paz y, por ende, de escenario propicio para la reanudación de la actividad mercantil y financiera. Y eso era lo que esperaba Nathan Mayer Rothschild, el más destacado miembro de la segunda generación de su dinastía, financiero de origen judío alemán que se había afincado en el Reino Unido y que había fundado en 1808 el Banco N. M. Rothschild & Sons, banco que por otra parte aún funciona en la actualidad. Y cuenta la leyenda que Nathan Rothschild se las ingenió para ser el primero en enterarse del resultado de la batalla: según algunas fuentes[2] el propio financiero estaba presente en la llanura de Waterloo y, tras la derrota de Napoleón, logró alquilar una embarcación con la que llegó a Inglaterra rápidamente[3]; según otras[4], fue una paloma mensajera la que recorrió volando los algo menos de 400 km que separaban el campo de batalla de la capital británica. Sea como fuere –sigue contando la leyenda– Nathan Rothschild, sabedor de cuál era la situación real, hizo circular la especie de que Napoleón había resultado vencedor en la contienda, lo que provocó que la bolsa londinense sufriera un desplome que las fuentes han cuantificado desde el 5%[5] hasta valores bastante más altos; en cualquier caso, cuando el banquero consideró que la situación en el mercado era lo suficientemente favorable, sus agentes comenzaron a comprar las acciones previamente depreciadas, acciones que volvieron a apreciarse hasta alcanzar valores de cotización superiores a los de su posición de partida. En pocas palabras: primero hundió el mercado y, cuando estaba lo suficiente hundido, se lo compró entero (o casi) a precio de saldo.

Jacques-Louis David, El emperador Napoléon en su estudio de las Tullerías (1812), Washington, National Gallery of Art

La primera vez que tuve noticia de la anécdota fue hace más de treinta años, a través de un manual francés sobre crisis económicas, del que traduzco lo sustancial:

Al anochecer del 18 de junio de 1815, las últimas esperanzas de Napoleón se derrumbaron. La Bolsa de Londres no se había equivocado en sus previsiones optimistas: antes de que se conocieran los resultados de la batalla, el descenso del precio de las acciones, iniciado a principios de junio, se había detenido. Una leyenda atribuye la fortuna de Nathan Mayer Rothschild a una acción especulativa afortunada: se cuenta que habría conocido la derrota francesa gracias a palomas mensajeras y que así habría podido proceder a fructíferas operaciones de arbitraje. Sin duda, es inexacto. Por otra parte, Rothschild debía el poder de su posición a su papel de intermediario en nombre del gobierno británico: este último remuneraba directamente sus servicios. Si la anécdota es falsa, no por ello deja de resultar significativa: traduce el clima de especulación que reinaba en Londres, la sensibilidad de las posiciones del mercado y las oportunidades de ganancia que se ofrecían a los hombres de negocio.[6]

De la lectura de algunos enlaces incluidos más arriba –y de otros como este[7]– se desprende que la leyenda del origen de la fortuna de los Rothschild en Waterloo se atribuye a un panfleto antisemita de treinta y cinco páginas publicado en 1846 por el polemista Georges Dairnvaell bajo el seudónimo de Satan con el título Histoire édifiante et curieuse de Rothschield Ier, roi de Juifs. Como la Biblioteca Nacional Francesa tiene la envidiable costumbre de digitalizar prácticamente todos sus fondos, el curioso lector puede consultarlo en línea aquí[8].

***

El año pasado editorial Cátedra, en su colección Letras universales, publicó una nueva edición de Un asunto tenebroso de Balzac[9]; a pesar de que ya tenía una buena traducción[10], lo voluminoso del prólogo, la profusión de notas y la presencia de apéndices me movió a hacerme con un ejemplar. Para los aficionados a la novela policiaca –y los asiduos de este blog saben que yo me cuento entre ellos– Un asunto tenebroso ocupa un lugar privilegiado en la historia del género: escrita en 1837 y publicada en 1841 –el mismo año que The Murders in the Rue Morgue de Poe– se ha considerado, en ocasiones, la primera novela –en su sentido de narración de mayor extensión que el cuento– policiaca y, desde luego, la primera en lengua francesa. Sin entrar en más disquisiciones, coincido con la conclusión a la que llega Mauro Armiño en el prólogo a la edición citada:

Un asunto tenebroso […] contiene varios elementos del género: plantea, desde luego, materiales temáticos, por ejemplo enigmas que la investigación de Corentin y Peyrade trata de resolver a partir de deducciones propias del caballero Dupin –el botón de un uniforme en el polvo del camino, las huellas de una herradura, restos de yeso, el número de caballerías–, pero la estructura de lo policial se difumina en el excesivo número de intrigas; […]. Llevado por su reciente idea de La Comedia humana como fresco histórico, Balzac desvía lo policial hacia la explicación del asalto al poder de los parvenus de la Revolución, […].

De ahí que parezca un exceso calificar de «primera novela policiaca» Un asunto tenebroso; sin embargo, desempeña un papel en la evolución del género que va a dar lugar, en seguida, a un subgénero más: la novela judicial, con una evolución que llegará hasta finales del siglo XIX.[11]

En síntesis, la obra narra la conspiración de Talleyrand y Fouché[12] para destituir a Napoleón si este era derrotado (lo que no ocurrió) en la batalla de Marengo (14 de junio de 1800), mezclando este hecho con otros posteriores como la conspiración de Cadoudal (1803), el asesinato del duque d’Enghien (21 de marzo de 1804) y el secuestro del senador Clément de Ris (septiembre a octubre de 1800). La mayor parte de la trama se dedica a este último episodio –aunque el senador secuestrado responde al nombre de Malin–, a la resolución del mismo y al juicio a que dio lugar: de ahí la referencia al subgénero de novela judicial[13] a que alude el prologuista.

Honoré de Balzac

Pues bien, al final de la novela[14] se narra en detalle la conspiración paralela a la batalla de Marengo y en esa narración hay dos detalles que me han llamado la atención: el primero, que Fouché había encargado la impresión de carteles en que se proclamaba la puesta al margen de la ley y la muerte política de Bonaparte[15], pero que la difusión de los mismos se pospuso hasta conocer el resultado definitivo de la batalla, resultado que, como ya he señalado antes, fue favorable al futuro emperador. El segundo se concentra en una frase muy concisa: ante el resultado incierto de la batalla y las noticias confusas que iban llegando a París, Balzac dice que hubo pérdidas considerables en la Bolsa[16].

***

Consideremos los elementos comunes de las dos historias: en ambos casos la figura central es Napoleón y el elemento desencadenante es la insegura resolución de una batalla entablada por él (Waterloo, Marengo); en ambos casos alguien (Nathan Rothschild, Fouché) contamina la opinión pública con noticias falsas que favorecen sus intereses; y en ambos casos, esa contaminación tiene consecuencias en los mercados financieros. Podría inferirse que, como la versión de Dairnvaell es posterior a la de Balzac, aquel tomó la idea de este, pero sería una falacia del tipo post hoc ergo propter hoc. El propósito de esta nota no es otro que señalar la coincidencia –que me parece curiosa–, no establecer filiaciones textuales[17].



[1] Sí, querido lector: donde vive Puigdemont.

[2] Consultado el 06/01/2021.

[3] [Nota añadida en 01/01/2022]. Puede verse una elaboración literaria de esta versión en las págs. 239-240 de Eslava Galán, Juan: La tentación del Caudillo. Nueve meses que no estremecieron al mundo.- Planeta, [Barcelona 2020].- 795 págs., ilustr. en negro (23,5 x 15).

[4] Consultado el 06/01/2021.

[5] Consultado el 06/01/2021.

[6] Cf. págs. 9-10 de Flamant, Maurice; et Singer - Kérel, Jeanne: Les crises économiques. Sixième édition mise à jour.- [Presses Universitaires de France] (Que sais-je nº 1295), [Paris 61987].- 128 pages, 12 figures en noir (17,5 x 11,5).

[7] Consultado el 06/01/2021.

[8] Consultado el 06/01/2021.

[9] Balzac, Honoré de: Un asunto tenebroso [Une ténébreuse affaire].- Edición de Mauro [Fernández Alonso de] Armiño.- Traducción de Mauro [Fernández Alonso de] Armiño.- Cátedra (Letras Universales n.º 556), [Madrid 2020].- 412 págs. (18 x 11).

[10] Balzac, Honoré de: “Un asunto tenebroso” [Une tenebreuse affaire, traducción de Rafael Cansino(s) Assens, ilustraciones de Julio Vivas],  en Club del Misterio, VIII [(Bruguera, Barcelona 1982)], 385-488, 22 ilustr. en negro.

[11] [Armiño, Mauro Fernández Alonso de], “Introducción”, en Balzac, Honoré de, op. cit., 81-82.

[12] De Fouché y de su vocación conspiradora ya escribí en otra entrada, donde también me refiero a su relación con Talleyrand.

[13] Ya he tratado en el blog este problema de definición: Emilia Pardo Bazán llamaba a “La gota de sangre” novela jurídicopenal y Raúl Waleis subtitulaba explícitamente La huella del crimen como novela jurídica, tras reconocer explícitamente la influencia de Balzac.

[14] Cf. págs. 350 y siguientes de la edición citada.

[15] Op. cit., pág. 359.

[16] Ibíd., pág. 359.

[17] En otro orden de cosas, este tipo de sucesos solo podía acaecer en tiempos pretéritos: recientemente el gobierno de España ha aprobado un ambicioso plan contra las fake news que sin duda habrá de desbaratar desde la raíz los planes de ambiciosos banqueros o de conspiradores profesionales. Me tranquiliza hasta el punto de que creo que voy a invertir en bolsa sin temor alguno.

domingo, 24 de abril de 2016

Sobre “Fouché” de Stefan Zweig



En sus orígenes, la historia comenzó siendo un subgénero didáctico, con más pretensiones literarias que científicas, cuyo principal objetivo era  proporcionar pautas de comportamiento a quien se asomara a sus páginas: Historia magistra vitæ, como decía el adagio clásico. Para Tucídides, para Salustio, para Tito Livio, lo esencial era la enseñanza moral y política que se desprendía de lo narrado, no su veracidad histórica: así, sus páginas están repletas de discursos que no se pronunciaron nunca con esas palabras o que, directamente, no se pronunciaron  nunca. Hasta el siglo XVIII –con Vico, con Voltaire– la historia no pretende tener un cierto estatuto científico y hasta el siglo XIX –con Ranke, con Niebuhr, con Thiers, con Guizot– no se constituye en un saber académico.
Fouché
Dentro de los subgéneros históricos, tal vez sea la biografía el que menos ha abandonado sus raíces literarias. La razón es sencilla: si se pretende dar una explicación del devenir histórico habrá que indagar en las causas económicas, sociales o culturales de cada uno de los hechos estudiados más que en el papel que jugaron en los mismos los personajes individuales. De ahí que la biografía haya sido habitualmente marginada por los historiadores académicos[1] pero especialmente cultivada por los literatos profesionales: al fin y al cabo, una novela suele ser una serie de peripecias tejidas en torno a un personaje central –o a un grupo de personajes centrales– que las dotan de unidad. Para el historiador, lo nuclear es la economía, o la sociedad, o la política, o la guerra en el siglo I a. C.; para el novelista, lo verdaderamente tentador es el personaje Julio César.
Uno de los novelistas contemporáneos que más partido supo sacar al género biográfico fue, sin duda, Stefan Zweig. Siendo un veinteañero leí su María Antonieta de 1932[2]. Ahora, la editorial Acantilado –editorial que, con los títulos que va añadiendo a su catálogo, cada vez me gusta más– está publicando las obras imprescindibles del autor: desde sus Novelas[3], que llevo a mitad, hasta sus biografías. Acabo de terminar, por segunda vez, la de Fouché[4], objeto de esta entrada. Se trata de una obra publicada en 1929 que no se puede utilizar como texto académico: carece de estado de la cuestión, de notas, de bibliografía, de índices, de contraste de fuentes (solo explicita haber utilizado la primera biografía sobre el personaje, la de Louis Madelin, de 1901); sin embargo, conozco pocos libros a partir de los cuales el lector pueda hacerse una mejor idea del ambiente –eso que apenas sale en los libros de historia, eso que es tan difícil de atrapar– de la revolución francesa y del imperio que este. Por él desfilan los nombres de todos los grandes de la época –Robespierre, Sieyès, Talleyrand, Napoleón– y algunos de los pequeños[5]. Con dos pinceladas el autor evoca magistralmente un periodo histórico apasionante que al lector ya le queda un poco lejos; permítaseme, como ejemplo, una cita extraída de las páginas 255-256:
Allí en Neully se produce una escena inquietante y fantástica, digna de un Shakespeare o de un Aretino: el rey Luis XVIII, descendiente de san Luis, recibe a uno de los asesinos de su hermano, el séptuple perjuro Fouché, el ministro de la Convención, del Imperio y de la República, para tomarle juramento, su octavo juramento. Y Talleyrand, antiguo obispo, luego republicano, luego servidor del emperador, sirve de introductor a su compañero. Para poder caminar mejor, el cojo pasa el brazo por los hombros de Fouché –«El vicio apoyado en la traición», observó sarcástico Chateaubriand–, y los dos ateos se aproximan con fraternal oportunismo al heredero de san Luis.
Stefan Zweig
Ese era Fouché. Un antiguo profesor de seminaristas que aprovecha la oleada revolucionaria para ascender socialmente y servir y traicionar a todos los amos: a la convención, al directorio, al consulado, al imperio, a la restauración… Nombrado ministro de Policía en 1799, por sus manos pasan todos los secretos –los de alta traición, las de corrupción y los de cama, rentabilísimos para sus intereses, sobre todo si se refieren a los hermanos del emperador– que le permiten tener a los poderosos en un puño y sobrevivir a todos los regímenes. Es magnífica la escena –no la voy a reproducir, léanla en el libro– en que Fouché, destituido como ministro en 1811, dedica cuatro días con sus noches a destruir algunos de los documentos generados por sus redes de espionaje y a ocultar todos los demás, de forma que a su sucesor, Savary, solo le queden las migajas de doce años de incesante y turbio trabajo.
En 1824 aparecieron, póstumamente, las memorias de Fouché. En las últimas páginas de su biografía, Stefan Zweig las considera apócrifas; Madelin, por el contrario, las consideraba auténticas. Aprovechando que hay una reciente edición española[6], las estoy leyendo en estos días para formarme mi propio juicio. Una cosa sí les puedo decir: la prosa del biógrafo es apasionante; la del biografiado, contencioso-administrativa.


[1] Se trata, por supuesto, de una generalización: algunas de las obras más relevantes de la historiografía contemporánea parten de una biografía, desde Un destin. Martin Luther (1928) de Lucien Febvre hasta Guillaume le Maréchal ou Le meilleur chevalier du monde (1984) de Georges Duby, por no salirme de la escuela de Annales.
[2] Zweig, Stefan: María Antonieta [Marie Antoinette].- [Prólogo de Carlos Soldevila.- Traducción de Ramón M(aría) Tenreiro].- Juventud (Libros de Bolsillo Z n.º 11), [Barcelona 6 1984].- 495 págs. (17,5 x 11).
[3] Zweig, Stefan: Novelas.- Traducciones del alemán de Marina Bornas Montaña, Roberto Bravo de la Varga, Berta Conill [Purgimon], Joan Fontcuberta [Gel], Adan Kovacsics [Meszaros], María Daniela Landa, Manuel Lobo [Serra], A[gata] Orzeszek [Sujak y] Berta Vias Mahou.- Acantilado (Narrativa del Acantilado n.º 220), Barcelona [(1)1] 2012.- 1551 págs. (21,5 x 13).
[4] Zweig, Stefan: Fouché. Retrato de un hombre político [Joseph Fouché].- Traducción del alemán de Carlos Fortea.- Acantilado (El Acantilado n.º 217), Barcelona [(6)1] 2011.- 281 págs. (21 x 13).
[5] Así, gracias a una referencia de la pág. 226 de la edición citada, me he enterado de la existencia de un tal Adam Adalbert von Neipperg, amante y posterior esposo morganático de María Luisa de Austria, segunda mujer de Napoleón.
[6] Fouché, Joseph: Memorias de Fouché 1759-1820 por ---, duque de Otranto, ministro de la policía general de Napoleón [Le Duc d’Otranto, mémoire].- [Edición de Pedro Gómez Carrizo.- Traducción de Rafael Ballester Escalas].- [Desván de Hanta (Pergaminos), Barcelona 2014].- 415 págs. (21 x 14).