La entrada de hoy es más bien sencilla: os propongo que leáis
un microcuento, un microcuento que he escrito y que he presentado a un
certamen. No es un certamen con una gran dotación[1] –una
tableta– ni se presentan autores consagrados: solo diletantes a los que nos
gusta esto de escribir. Se trata del XIII
concurso de relato breve convocado por Heraldo de Aragón. Pero tenía
algo medio pergeñado que se ajustaba a las condiciones –tema libre, no más de
mil caracteres, espacios incluidos– que al final he decidido remitir a la
redacción del diario.
En cierta ocasión leí –no puedo dar la referencia como suele
ser habitual en este blog, ¡qué lástima!– que en la sociedad actual la
narración breve era el género emergente frente a la novela tradicional[2] porque
el ritmo de vida nos obligaba a leer en el tranvía, en el tren, en las salas de
espera, en las barras de las cafeterías, en las paradas de autobús, lo que impedía
una lectura concentrada, continuada y, sobre todo, con sesiones de una cierta
duración temporal. Quizá sea verdad; quizá solo sea posible sumergirse en Guerra
y paz, en Rojo y negro o en Fortunata y Jacinta en un periodo
de largas vacaciones, a poder ser sin móvil.
Bueno, vale ya, que esta presentación empieza a superar en
caracteres al cuento reseñado. Si os apetece distraeros algo así como un
minuto, pinchad aquí.
No hace falta que votéis ni cosa parecida. Ya decidirá el jurado. Simplemente que
paseéis vuestra curiosa mirada sobre las letras. Y si os gusta mucho –o no os
gusta nada– podéis comentar lo que queráis: estamos en el siglo XXI y la
barrera entre autor y lector ha caído definitivamente.