domingo, 31 de enero de 2016

Sobre Émile Gaboriau y los orígenes de la novela policiaca (II)



En la última entrada les hablaba de cómo había llegado a la lectura de Le crime d’Orcival (1866) de Émile Gaboriau y me comprometí a intentar analizar en qué medida sus novelas policiacas habían influido en la corriente anglosajona del género y, en particular, en la obra de Conan Doyle, así que vamos a ello. En mi opinión, los aspectos que se deben tener en cuenta se pueden agrupar en torno a dos ejes: por un lado, la creación del detective protagonista; por otro, la técnica narrativa.
Ilustración de Sidney Paget para la primera edición de “The Man with the Twisted Lip”
Ya desde Poe, el protagonista de una historia policiaca no es, salvo excepciones, ni el asesino ni la víctima, sino el detective; si mi memoria no falla, el chevalier Dupin es el único personaje del escritor estadounidense que aparece en más de uno de sus sesenta y siete cuentos[1]: lo hace en “The Murders in the Rue Morgue” (1841)[2], “The Mystery of Marie Rogêt” (1842 a 1843)[3] y “The Purloined Letter” (1845)[4]. Con ello aparece un rasgo de suma importancia: el carácter serial del género; los lectores buscamos una aventura de un determinado personaje (llámese Lecoq, Holmes, Sam Spade o Marlowe) porque es ese personaje el que marca el tono general de la narración hasta el punto de que hay escritores que crean distintos personajes para variar de registro[5]. El protagonista de Gaboriau es un detective oficial llamado Lecoq, a quien, como ya señalé, Holmes despreciaba. Y sin embargo, hay varios puntos en que Holmes sigue los pasos de Lecoq: en primer lugar, es obvio decirlo, la habilidad deductiva, que procede de una fuente anterior –el propio Poe– y que constituirá la seña de identidad del género por lo menos hasta la aparición de la novela negra americana, aunque en los más grandes –Hammett y Chandler– nunca dejará de estar presente. Pero existen otros aspectos de la construcción del personaje Holmes que derivan directamente y sin solución de continuidad de Lecoq: el movimiento y el gusto por el disfraz. Holmes se mueve, y se mueve mucho; como decía el clásico, se mueve más que los precios; está aquí y allá, en un fumadero de opio[6], en las cataratas de Reichenbach[7] o en el Diogenes Club[8]; y para no ser reconocido igual se disfraza de pastor protestante[9] que de librero vecino de Watson[10]. Nos hemos acostumbrado tanto a la versión del Holmes cerebral, flemático, insensible y desprovisto de emociones, sentado en el sillón con su pipa, sin hacer nada más que pensar –la versión popularizada en el cine por Peter Cushing– que nos hemos llegado a olvidar de que en las sagradas escrituras también aparece un Holmes diametralmente opuesto: extremadamente nervioso, de una actividad febril –si no está deprimido, claro–, neurótico, drogadicto y orgulloso de su forma física como boxeador y como atleta. Tengo una muy buena amiga que cuando volvió del cine de ver la última versión cinematográfica del personaje (Sherlock Holmes, Guy Ritchie, 2009, con Robert Downey Jr. como Holmes y Jude Law como Watson) me llamó para preguntarme qué tipo de herejía era presentar a un Holmes al tiempo misógino y mujeriego, que bebía como un cosaco, se vestía de chino, se drogaba y provocaba peleas cuerpo a cuerpo, a lo que tuve que contestarle que exactamente eso era la ortodoxia holmesiana; me temo que no acabó de quedar convencida, qué le vamos a hacer.
Pues bien, todo eso es la herencia del Lecoq de Gaboriau. Si hay algo que enorgullece a Lecoq es que nadie conoce su verdadera apariencia física, aunque en Le crime d’Orcival hay un par de momentos en que se muestra tal como es, bien a su pesar; su apartamento es siempre descrito como una mezcla de gabinete de estudioso y de camerino de actor; en otra de sus aventuras, Le dossier nº 113[11] (1867), que he releído esta semana para afianzar mi argumentación, adopta varias identidades; en ningún momento permanece especialmente reflexivo: necesita acción, movimiento, estar en misa y repicando, aparecer como quien no es, no ser reconocido por sus conocidos y provocar el pasmo continuo de propios y ajenos. Esa caracterización del personaje que realiza Gaboriau será directamente heredada por la criatura literaria de Conan Doyle, pero no por sus sucesores directos en la línea anglosajona: no me imagino ni por un momento a lord Peter Winsey o a Philo Vance vistiéndose de mamarracho; como mucho, recuerdo a Hercule Poirot haciéndose pasar por su hermano Achille, pero más como un guiño al lector que como algo verdaderamente nuclear en la definición del personaje. Y en cuanto al despliegue de energía motora por parte del detective, muchos autores posteriores lo considerarán un elemento que debe ser suprimido en la medida de lo posible para reafirmar el carácter intelectual del personaje: en el límite está el orondo Nero Wolfe, que jamás sale de sus habitaciones si puede impedirlo[12]. Solo otro personaje de ficción superará a Lecoq y a Holmes en ubicuidad y en apariencia proteica: me refiero, evidentemente, a Arsène Lupin (otra vez aparece por aquí), pero Lupin supone el momento clásico de la tradición francesa, no de la anglosajona.
En la próxima entrada les hablaré del segundo eje que anunciaba: la técnica narrativa. Y dejaré, por el momento de reflexionar sobre este asunto; tampoco quiero utilizar en un blog los recursos del folletín decimonónico: creo que son géneros distintos.


[1] La traducción que uso en español es la de Julio Cortázar: Poe, Edgar Allan: Cuentos.- Prólogo, traducción y notas de Julio [Florencio] Cortázar [Descotte].- Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo, Literatura n.os 5506 y 5507), [Madrid 1998].- 2 tomos: t. I, 576 págs.; t. II. 514 págs. (17,5 x 12).
[2] En las págs. 425-466 del tomo I de la mencionada edición.
[3] Ibidem, págs. 467-524.
[4] Ibidem, págs. 525-546.
[5] La importancia del personaje es lo que permitió a Salvador Vázquez de Parga construir una historia de la novela policiaca y una historia de la novela de espionaje a partir de los personajes protagonistas y no de los autores de las mismas, si bien las referencias a estos últimos son evidentemente ineludibles. Cf. Vázquez de Parga [Chueca], Salvador: Los mitos de la novela criminal.- Planeta (Textos n.º 67), [Barcelona 1981].- 317 págs., ilustr. en negro (17,5 x 12,5); y Vázquez de Parga [Chueca], Salvador: Espías de ficción.- Planeta (Textos n.º 85), [Barcelona 1985].- 251 págs., ilustr. en negro (20 x 12,5).
[6] “The Man with the Twisted Lip” (1891), en https://en.wikisource.org/wiki/The_Man_with_the_Twisted_Lip.
[7] Evidentemente, “The Final Problem” (1893), en https://en.wikisource.org/wiki/The_Final_Problem.
[8] “The Greek Interpreter” (1893), en https://en.wikisource.org/wiki/The_Greek_Interpreter.
[9] “A Scandal In Bohemia” (1891), en https://en.wikisource.org/wiki/A_Scandal_in_Bohemia.
[10] “The Adventure of the Empty House” (1903), en https://en.wikisource.org/wiki/The_Adventure_of_the_Empty_House.
[11] Hay traducción al español: Gaboriau, Émile: “El expediente 113” [Le dossier nº 113], [trad. de Manuel Serrat Crespo, ilustr. de Julio Vivas (en realidad, de Francisco Puerta Aparicio)], en Club del Misterio, XI [(Bruguera, Barcelona 1983)], 241-359, 15 ilustr. en negro.
[12] Lo cual es solo cierto a medias: cuando el asunto se complica, Wolfe es el primero que pide su coche y su chófer para ir a resolver por sí mismo asuntos en que no considera conveniente delegar. Incluso en una ocasión (The Black Mountain, 1954), que a mí se me alcance, se desplaza a su Montenegro natal para ayudar a un amigo de la infancia, lo que no es sino un recurso por parte del autor para atrapar el interés del lector por lo excepcional del caso (lo nunca visto que anunciaba la juglaría medieval, vamos). Hay traducción española: Stout, Rex [Todhunter]: La montaña negra [The Black Mountain].- [Trad. de M. Bosch Barrett].- Plaza & Janés (Búho n.º 31), [Esplugues de Llobregat 1981].- 246 págs. (18 x 10).

domingo, 24 de enero de 2016

Sobre Émile Gaboriau y los orígenes de la novela policiaca (I)



Émile Gaboriau

Hay una casa editora asturiana, dÉpoca editorial, que se ha empeñado en editar novelones del XIX, según dice en su propia web; dentro de su catálogo hay una serie que se titula Misterios de época en la que están traduciendo algunos de los autores fundamentales en los orígenes del genero policiaco, hasta la primera guerra mundial, aproximadamente: ya obran en mi poder El misterio del carruaje (1886) de Fergus Hume[1] y El misterio de Gramercy Park (1897) de Anna Katherine Green[2]; veo también que tienen en prensa algo de Richard Austin Freeman, de Gaston Leroux y de Maurice Leblanc (a lo mejor aprovecho la excusa y les cuento algo sobre Leblanc y Arsène Lupin, todo un personaje que marcó mi adolescencia como lector y al que de vez en cuando regreso para volver a sentirme un lector adolescente). En cualquier caso, hoy no voy a hablar de de ninguno de ellos, sino de Émile Gaboriau, de quien dicha editorial ha publicado El crimen de Orcival (1866)[3].
En los orígenes de la novela policiaca es posible distinguir dos líneas fundamentales: la más conocida es la anglosajona, que parte de Edgar Allan Poe (The Murders in the Rue Morgue, 1841, el principio de todo), que continúa con Dickens (The Mystery of Edwin Drood, 1870) y con su íntimo amigo Wilkie Collins (The Moonstone, 1868) y que cristaliza en Conan Doyle; Borges lo resume muy bien: Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930) fue un escritor de segundo orden a quien el mundo debe un personaje inmortal: Sherlock Holmes [4]; para los puristas, todo lo anterior converge en Sherlock Holmes; todo lo que ha de venir parte de Sherlock Holmes; Rex Stout, en un famoso artículo de 1941 en el que postula que Watson era una mujer[5], se refiere al canon holmesiano (no sin cierta ironía, habida cuenta de lo herético de su tesis) como las sagradas escrituras.
Vidocq
La otra línea, más desconocida, es la francesa: su punto de partida es un personaje real, Eugène-François Vidocq, jefe de la policía napoleónica y postnapoleónica y fundador de la primera agencia de detectives de que se tenga noticia, cuyas Mémoirs (1828-1829) sirvieron de de modelo a Balzac (es en quien se inspira el personaje de Vautrin de Le Père Goriot, 1842, y de Splendeurs et misères des courtisanes, 1838-1847) y a Victor Hugo (en Les Misérables, 1862); hay una película protagonizada por Gérard Depardieu e Inés Sastre sobre Vidocq que se deja ver muy bien. Y en esta línea Émile Gaboriau hace el papel de eslabón con respecto al momento clásico francés (los ya citados Leroux y Leblanc) que Dickens y Collins hacían con respecto al momento clásico anglosajón, o sea, con respecto a Conan Doyle.
Al conocimiento de Gaboriau llegué a través de dos fuentes: en primer lugar, la imprescindible Historia de la novela policiaca de Fereydoun Hoveyda[6]; la segunda, el propio Sherlock Holmes quien, famosamente, diagnostica en el capítulo II de A Study in Scarlet (1887): "Lecoq was a miserable bungler," he said, in an angry voice; "he had only one thing to recommend him, and that was his energy. That book made me positively ill. The question was how to identify an unknown prisoner. I could have done it in twenty-four hours. Lecoq took six months or so. It might be made a text-book for detectives to teach them what to avoid."[7]¿Quién era ese monsieur Lecoq acerca de quien Holmes se mostaba tan extremadamente severo? Pues es el detective creado por Gaboriau: aparece por primera vez, como personaje secundario, en L’affaire Lerouge[8], y a partir de Le crime d’Orcival, como protagonista de sus novelas policiacas.
Pero veo que llevo ya escrito folio y medio y aún no he entrado en materia, me he quedado en una introducción más o menos histórica y no he hablado de lo que quería: de cómo las aventuras de Lecoq, por mucho que Sherlock Holmes las desprecie, confluyen e influyen en lo que es la línea principal del género, la anglosajona, y en particular en las propias novelas largas de Conan Doyle. Casi  les emplazo para la próxima entrada.


[1] Hume, Fergus[son Wright]: El misterio del carruaje [The Mystery of a Hansom Cab].- [Introducción de Susanna González.- Trad. de Rosa Sahuquillo Moreno y Eva María González Pardo.- Ilustraciones originales de C. Sedano].- dÉpoca editorial (Misterios de Época), [Morcín 2015].- 345 págs., ilustr. en negro (23,5 x 15,5).
[2] Green, Anna Katharine: El misterio de Gramercy Park [The Affair Next Door].- [Introducción de Carmen Forján García.- Trad. de Rosa Sahuquillo Moreno y Susanna González.- Ilustraciones originales de  L. Malteste].- dÉpoca editorial (Misterios de Época), [Morcín 2014].- 391 págs., ilustr. en negro (23,5 x 15,5).
[3] Gaboriau, Émile: El crimen de Orcival [Le crime d’Orcival].- [Trad. de Eva María González Pardo.- Introducción de Juan Mari Barasorda.- Ilustraciones de Iván Cuervo Berango y Jules Guerin].- dÉpoca editorial (Misterios de época), [Llanera 2015].- 443 págs. (23,5 x 15).
[4] Borges [Acevedo], Jorge Luis; y Vázquez, María Esther: Introducción a la literatura inglesa.- Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo, Biblioteca de autor n.º 25), [Madrid (1)1 1999].- 111 págs. (17,5 x 11). La cita figura en la página 91 de esta edición
[5] Stout, Rex [Todhunter]: “Watson era una mujer” [“Watson was a Woman”], [trad. de Silvia Serra], en Club del Misterio, XI (Bruguera, Barcelona 1983), IX-XV.
[6] Hoveyda, Fereydoun: Historia de la novela policiaca [Histoire du Roman Policier].- [Prólogo de Jean Cocteau.- Trad. de Monique Acheroff].- Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo n.º 69), Madrid [1967].- 225 págs. (18 x 11).
[8] Hay traducción española: Gaboriau, Émile: El caso Lerouge [L’affaire Lerouge].- [Prólogo y trad. de Jaume Fuster].- Península (Ediciones de Bolsillo n.º 71, Serie negra policial n.º 12), Barcelona 1972.- 200 págs. (18,5 x 11,5).

domingo, 17 de enero de 2016

"Clarín" y la greguería



Leopoldo Alas, "Clarín"
Cuando era estudiante de bachillerato (el BUP, no vayan ustedes a pensar) cayó en mis manos La Regenta. Bueno, tampoco fue exactamente así: soy yo quien fui en su búsqueda. Había oído hablar de ella a mis profesores, tenía las referencias de los manuales (los de Lázaro Carreter y Vicente Tusón, que aún ahora mismo tengo sobre la mesa para comprobar citas y datos; ¡no se han vuelto a escribir manuales como esos!), así que cuando me la encontré en una librería del casco viejo de San Sebastián, en la edición de El Libro de Bolsillo de Alianza Editorial[1], caí sobre ella, la devoré en pocos días y entendí lo que Galdós quería decir cuando escribió aquello de su recuerdo no me deja vivir. Desde entonces, he releído La Regenta cada tres o cuatro años: la última vez, en Oviedo, en la edición de Clásicos Castalia[2], comprobando sobre el terreno cuál era la ruta que seguía don Fermín de Pas desde su feudo catedralicio hasta el palacio de los Vegallana; huelga decir que la persona con quien viajaba me miraba como si me hubiera ido de la olla, y con razón.
De La Regenta pasé a Clarín. A todo Clarín: seguí con Su único hijo, también en la edición de Alianza[3]; con los artículos aparecidos en prensa, algunos en su compilación clásica[4], otros recuperados por editores modernos[5], e incluso otros inéditos porque Leopoldo Alas –cuando, aún adolescente, ni siquiera soñaba con ser Clarín– conformaba con ellos el periódico manuscrito Juan Ruyz[6]; y, por supuesto, con sus cuentos, con sus magníficos cuentos; de ellos poseo varias ediciones parciales y populares en las que figuran los más difundidos, pero en cuanto vi que la editorial Cátedra había publicado su opera omnia cuentística en una edición al tiempo rigurosa y asequible[7], me hice con un ejemplar. Se trata de un volumen en el que se presentan, ordenados cronológicamente y sobriamente anotados, más de un centenar de trabajos que comienzan con “Historia de un papel de cigarro” (Juan Ruyz, 1, 8 de marzo de 1868) y que concluyen con “Aprensiones” (El gallo de Sócrates, Maucci, Barcelona 1901); entre medio, todos los demás, desde los más famosos hasta los más ignotos; algunos difícilmente se pueden clasificar como textos narrativos: son apuntes, esbozos, cuadros costumbristas, fragmentos inacabados e incluso proyectos de comedias en verso claramente irrepresentables, géneros híbridos entre el relato, el artículo y el pastiche teatral.
A uno de estos textos menores es al que me voy a referir en esta entrada: su título es “Apuntes para un cuadro (fragmento)” y solo ocupa dos páginas (361 y 362) de la edición que utilizo; en nota se señala que apareció en La Publicidad el 1 de enero de 1883. Trata de las aspiraciones de un escritorzuelo para entrar en la redacción de un periódico que se va a fundar; interrogado sobre sus habilidades (sus competencias, diríamos ahora), responde que sabe hacer todo y dice, literalmente, que lo principal es hacer frases. Yo, aquí donde usted me ve, tengo hechas más de siete mil. Mi especialidad son las revistas semanales. Y comienza a hilar frase tras frase, disparate tras disparate, barbaridad tras barbaridad. Es una caricatura gruesa de uno de tantos plumillas que pululaban por las redacciones de finales del siglo XIX. Así lo presenta el autor: Clarín, probablemente dando por agotado un tema ya de por sí pobre, desistió de profundizar en él y, con toda seguridad, lo olvidó, dejándolo en estado fragmentario; así lo percibe el otro personaje, el director de la publicación, que finalmente se plantea contratarlo únicamente para hacer fajas para el periódico; y así sin duda lo entendieron los lectores que celebraban el año nuevo de 1883.
Y, sin embargo, yo no he podido compartir esa percepción. Esas frases que en el último cuarto del siglo XIX sonaban huecas, vacías y ridículas me han parecido de una enorme modernidad. Cuando el aspirante a redactor propone asuntos para hacer frases, el tema que elige es el tiempo: más insustancial, imposible; y hace frases como estas: El ciclón es el judío errante del cielo, es la desolación que no se para. El granizo es el perdigón con que mata el invierno las flores, esas aves con raíces. La aurora boreal es el rubor del cielo. De ahí pasa a las flores: Un clavel es una endecha perfumada. Una azucena es el cáliz en que oficia el sátiro, ese sacerdote de la selva, con la sangre del dios Pan. Y a los avances técnicos: El globo es… la oración que eleva a Dios el progreso humano. Una imprenta es la colmena de donde sale la miel de la inteligencia; las cajas son los panales, los cajistas las abejas… Sí señor, y los escritores suelen ser los zánganos. Luego mezcla temas sin orden ni concierto: Satanás es la sombra de Dios. El bostezo es el suspiro del hastío. La gula es una lujuria refinada. Las estrellas son los puntos suspensivos del misterio universal. Finalmente se refiere a sus contemporáneos en alusiones que los lectores de entonces captarían sin trabajo, pero que en nosotros, lectores del siglo XXI, exigen una notable erudición; sirva como ejemplo la siguiente frase referida al general Francisco Serrano y Domínguez, duque de la Torre, regente de España entre 1869 y 1871, en la época en que Prim intentaba convencer a Amadeo de Saboya para que aceptara la corona de España: La fórmula del duque de la Torre es el suspiro del moro del ex regente.
Ramón Gómez de la Serna en 1928
Si, según la definición clásica de Ramón Gómez de la Serna, Humorismo + Metáfora = Greguería,  temo que las primeras greguerías no se deben a Ramón, sino a Clarín. También temo que ninguno de los dos llegó ni siquiera a sospecharlo.


[1] “Clarín”, [seud. de] Leopoldo [Enrique García -] Alas [Ureña]: La Regenta.- Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo n.º 8), Madrid [15 1983].- 678 págs. (18 x 11).
[2] “Clarín”, [seud. de] Leopoldo [Enrique García -] Alas [Ureña]: La Regenta. Quinta edición.- Edición, introducción y notas de Gonzalo Sobejano [Esteve].- [Editorial Castalia] (Clásicos Castalia núms. 110 y 111), Madrid 5 [1989-1990].- 2 tomos: t. I, 578 págs., ilustraciones en negro; t. II, 540 págs., ilustraciones en negro (18 x 10,5).
[3] “Clarín”, [seud. de] Leopoldo [Enrique García -] Alas [Ureña]: Su único hijo.- Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo n.º 21), Madrid [5 1982].- 277 págs. (18 x 11).
[4] “Clarín”, [seud. de] Leopoldo [Enrique García -] Alas [Ureña]: Solos de clarín.- Prólogo de José [de] Echegaray [y Eizaguirre].- Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo n.º 350), Madrid [1971].- 368 págs. (18 x 11).
[5] Clarín [seud. de Leopoldo Enrique García - Alas Ureña]: Obra olvidada. Artículos de crítica.- Selección e introducción de Antonio Ramos – Gascón.- Ediciones Júcar (La vela latina n.º 2), [Madrid 1973].- 269 págs. (20 x 12,5).
[6] “Clarín”, [seud. de] Leopoldo [Enrique García -] Alas [Ureña]: «Juan Ruiz».- Transcripción, introducción y notas de Sofía Martín – Gamero.-  Espasa - Calpe, S. A. (Selecciones Austral n.º 134), [Madrid 1985].- 489 págs., ilustr. en negro (17 x 11).
[7] “Clarín”, [seud. de] Leopoldo [Enrique García -] Alas [Ureña]: Narrativa completa I. Cuentos.- Edición, introducción y notas de Francisco Caudet [Roca].- Cátedra (Bibliotheca Avrea), [Estella 2010].- 1133 págs. (21,5 x 14).