domingo, 28 de agosto de 2016

Sobre "Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial" de Jaroslav Hašek


El soldado Švejk

Cuando se visita Praga, uno se encuentra –como en todas las ciudades de gran afluencia turística– con multitud de tiendas, puestos y puestecillos dedicados a la venta de recuerdos; en prácticamente todos se encuentra ­–además del reloj astronómico del ayuntamiento de la ciudad vieja y la inconfundible silueta de Nuestra Señora de Týn– la figura de un soldado de uniforme gris, siempre sonriente, más o menos rechoncho, que suele sostener una pipa con una mano y una jarra de cerveza con la otra; está en todos los formatos: pegatinas, carteles, imanes de nevera ­–lo tengo, me lo trajo una muy buena amiga que ya salió por aquí en la segunda de las entradas dedicadas a Gaboriau– o marionetas ­–me encanta la que me regaló mi hermana tras una de las varias ocasiones en que ha visitado la ciudad, marioneta con la que ilustro esta entrada–. Se trata del soldado Švejk, probablemente el personaje más importante de toda la literatura en lengua checa.
En alguna ocasión he manifestado mi interés ante el catálogo de la editorial Acantilado; cuando el 2 de marzo de 2016  anunció en su página de Facebook la publicación de Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial[1] me hice rápidamente con un ejemplar y reservé su lectura para las vacaciones de verano; no era para menos: sus más de ochocientas páginas llenas de antropónimos en checo y de topónimos en checo, en alemán y en húngaro me daban un cierto reparo inicial. Su lectura me ha ocupado algo más de diez días: han sido diez días magníficamente empleados.
Llegados a este punto de la entrada suelo resumir el argumento del libro que me ocupa. Hoy será fácil: prácticamente no hay argumento central; o lo hay de forma muy tenue; lo que hay son episodios unidos por su personaje central, el soldado Švejk, que es el hilo conductor de toda la narración. Así que voy a presentarlo: el soldado Švejk es tonto, completamente tonto. Es, probablemente, el idiota más grande de la literatura universal; y por eso aparece como un hombre que, en medio de la mayor matanza conocida por la humanidad hasta ese momento –la primera guerra mundial– aparece siempre sonriente, como ya he señalado en el primer párrafo. Le pasan cosas tremendamente dramáticas, incluso trágicas, pero él nunca pierde su buen humor; al lector solo le quedan dos opciones: o considerar que se trata de uno de los mayores filósofos que ha conocido el mundo o pensar que es un imbécil de marca mayor. Ante semejante despliegue de estulticia los demás personajes –casi todos militares, por supuesto– se suben por las paredes, pero el lector se lo pasa en grande y en algunos momentos –por lo menos, a mí me pasaba– estalla en carcajadas.
La novela fue publicada por Jaroslav Hašek por entregas, entre 1921 y 1923; consta de cuatro libros, el último de los cuales está inacabado por el fallecimiento del autor. El primero de ellos se ambienta en la Praga de la retaguardia y al final del mismo aparece el segundo personaje por importancia del relato, el contrapunto del protagonista, el teniente primero Lukáš, de quien Švejk es nombrado asistente; los otros tres libros cuentan los continuos desplazamientos de la unidad militar en que ambos están encuadrados hacia el frente de Galitzia –la región fronteriza entre el Imperio Austrohúngaro y la zona de Polonia controlada por Rusia–, frente al que nunca acaban de llegar. La publicación por entregas permitió al autor una estructura abierta del relato: da la impresión de que el plan argumental inicial era mínimo y de que Hašek iba uniendo peripecia tras peripecia según se le iban ocurriendo; por eso, aunque la novela esté inacabada no pierde nada de su interés: el foco de atención del lector no está orientado hacia el desenlace de la historia, sino hacia cada de las secuencias que la conforman; es, por intentar clarificarlo mejor, una estructura narrativa más cercana al Quijote que a una novela policiaca clásica.
Jaroslav Hašek
El tono recurrente del relato es el paródico y los objetos recurrentes de la parodia son las desaparecidas instituciones imperiales, en particular y de manera principal, el ejército; toda la jerarquía, desde las clases de tropa que tienen cierta parcela de poder –asistentes, cocineros y furrieles– hasta la cúpula del mismo –el emperador Francisco José I– se mueve por motivos que poco tienen que ver con el patriotismo y el honor castrense: el más repetido, conseguir comida y bebida; el más explicable, lograr escaquearse del servicio en el frente. Pero si hay algún motivo paródico transversal es la mastodóntica, ineficaz y ridícula burocracia militar: los personajes se pasan todo el tiempo rellenando estadillos e informes, recibiendo circulares e instrucciones y utilizando claves absolutamente descabelladas y ya obsoletas cuando las guerras napoleónicas; nada de ello sirve para gran cosa. En la cúspide del despropósito que todo ello supone, el cuerpo que peor parado sale es el de los capellanes castrenses: descreídos, materialistas, obscenos y continuamente borrachos, constituyen la antítesis de lo que debería esperarse de un sacerdote católico.
Cuando se visita Praga, a uno le enseñan en el callejón del Oro la casita donde vivió Kafka; en la plaza Wenceslao, la aseguradora donde Kafka trabajó durante algunos meses. Parece que todo en la historia literaria de la ciudad –incluido el mito del Golem, un buen tema para una posible entrada futura, me lo apunto– lleve a Kafka, y de Kafka parta todo. Posiblemente y en buena medida sea así, pero hay un detalle importante: la obra de Kafka pertenece, por la lengua en que está escrita, a la literatura alemana; la de Jaroslav Hašek, a la literatura checa. La posibilidad de traducir del alemán a cualquiera de las otras lenguas europeas siempre ha sido bastante menos ardua que traducir del checo. Atribuyo a esta circunstancia el desconocimiento de Hašek[2]. Si esta nota sirve para despertar en algún lector la curiosidad hacia la obra objeto de estas líneas habrá cumplido su función.


[1] Hašek, Jaroslav: Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial [Osudy dobrého vojáka Švejka za světové války].- Traducción del checo de Fernando de Valenzuela.- Acantilado (Narrativa del Acantilado n.º 268),  Barcelona 2016.- 816 págs., 3 mapas en negro (21 x 13,5).
[2] Solo como ejemplo –en modo alguno como demostración– de este desconocimiento, sugiero que el lector compare el contenido de la página dedicada a Hašek en la versión inglesa de la Wikipedia, tampoco demasiado extensa, y en la versión española, verdaderamente minúscula.

lunes, 22 de agosto de 2016

Sobre "Hombres buenos" de Pérez-Reverte



Vaya por delante, antes de que sigan leyendo: me encanta Pérez-Reverte. Desde el siglo pasado: desde La tabla de Flandes (1990), El club Dumas (1993) y La piel del tambor (1995). Y me encanta porque sabe hacer como nadie lo que se le debe pedir a un novelista: contar historias que interesen, que enganchen, que atrapen. Por eso suelo comprar cada novela suya nada más salir, sin esperar críticas ni reseñas ­–solo lo hago con él y con Eduardo Mendoza, al que habrá que dedicar una entrada más pronto que tarde– pero espero a tener momentos especiales para saborearla: momentos en los que sepa con cierta seguridad que voy a disponer del tiempo para dedicar cuatro o cinco horas seguidas a leer sin que me interrumpa un trabajo inaplazable o una visita inesperada. Esa es la razón por la que a Hombres buenos[1], novela cuya primera edición –la que tengo– es de marzo de 2015, haya esperado hasta julio de 2016.
Vayamos primero con lo más visible de la novela, el argumento. Luego iremos a la carpintería narrativa. La trama gira en torno a don Hermógenes Molina y al almirante don Pedro de Zárate, académicos de la Real Academia de la Lengua, que, a finales del reinado de Carlos III, reciben el encargo de sus colegas de viajar hasta París con objeto de adquirir los veintiochos volúmenes de la Enciclopedia francesa original (1751-1772); sin embargo, otros académicos –don Justo Sánchez Terrón y don Manuel Higueruela, en particular– quieren impedir el éxito de la empresa por distintas razones. El nudo de la historia lo constituyen las aventuras de Molina y de Zárate para cumplir el cometido del encargo evitando las asechanzas maquinadas por sus colegas; y puesto a contar aventuras, Pérez-Reverte no tiene dificultades: con un ritmo narrativo impecable y con una magistral caracterización de personajes y ambientes, la novela no se lee de una tacada porque son quinientas ochenta y cinco páginas en un cuerpo no demasiado grande.
Real Academia Española
Vamos con la carpintería, que es, desde mi punto de vista, lo más novedoso. En secciones intercaladas en medio de la narración principal, Pérez-Reverte nos deja ver la trastienda del oficio de novelista: nos cuenta cómo encontró en la biblioteca de la Academia el ejemplar de la Enciclopedia traído desde París por Molina y Zárate, los hombres buenos del título; cómo va inquiriendo sobre los hechos históricos que relata, sobre los personajes reales que aparecen en las distintas páginas –desde los cuatro citados hasta los secundarios de peso que van apareciendo: el conde de Aranda, d’Alembert, el barón d’Holbach, Choderlos de Laclos…–, sobre la reconstrucción de los caminos y de las ventas que hay entre Madrid y la capital de Francia, de las calles del París prerrevolucionario, de sus cafés… Exhibe una erudición verdaderamente notable citando libros, autores, colecciones de mapas que le han servido para la ambientación histórica del relato. Uno, que es historiador, se queda pasmado: solo reconoce sobre poco más o menos de la mitad de los títulos y autores citados y se muere de envidia ante semejante despliegue de conocimientos sobre la época. Y cuando Pérez-Reverte no encuentra el libro que necesita, transcribe la entrevista mantenida con el erudito que puede ayudarle a localizarlo; la mayor parte, con sus colegas académicos ­–Víctor García de la Concha, que es quien le informa de cómo llego la Enciclopedia a la Academia; Gregorio Salvador, que le da pormenores sobre la vida y la obra de Molina y Zárate; Francisco Rico, que lo sabe todo sobre todo…–[2], pero también con libreros de viejo de París ­–la que más aparece, Chantal Keraudren– que la ayudan a encontrar una documentación histórica de dificil hallazgo en España.
Con esta técnica el lector tiene en sus manos dos relatos a la vez: la intriga ambientada en el XVIII y la que cuenta cómo el novelista, metido a historiador, reconstruye esa intriga; cuando comenté con un querido amigo –doctor en clásicas, por más señas– lo original de esta forma de narrar me señaló acertadamente que, a su juicio, la primera vez que se empleó en la historia literaria española fue en Soldados de Salamina (2001) de Javier Cercas. En cualquier caso, lo que Pérez-Reverte consigue es fundamentar sólidamente la verosimilitud histórica de lo que cuenta y darles entidad literaria a personajes de existencia real: los académicos contemporáneos son bastante conocidos; el propio conde de Aranda ya ha salido en alguna entrada de este blog. A los cuatro protagonistas ­–Molina, Zárate, Sánchez Terrón e Higueruela– no los conocía, pero tampoco soy especialista en la historia de la Academia a finales del XVIII. Afortunadamente, a principios del XXI tenemos internet –la biblioteca infinita soñada por Borges–, así que decidí informarme sobre su vida y obra; es fácil: en el sitio web de la RAE hay una sección dedicada a registrar los académicos que ha tenido la institución[3]; es un listado por orden cronológico ­–basta ir a la segunda mitad del siglo XVIII para hallarlos– pero también dispone de un cómodo buscador que facilita encontrar la biografía que se necesita; haga el lector como hice yo: después de haber leído la novela, introduzca en ese buscador los nombres de Molina, de Zárate, de Sánchez Terrón o de Higueruela y no salga de su asombro ante el resultado, como yo no salía del mío.
Sé, porque así lo ha declarado en muchas ocasiones, que a Pérez-Reverte le apasiona el Quijote. Los contemporáneos de la obra cervantina llegaron a creer en la existencia real de Alonso Quijano el Bueno; Cervantes se aprovechó de esa creencia para mezclar, en la segunda parte de la novela, los planos real y ficticio ­–sobre este asunto ya reflexioné en una entrada anterior–; Pérez-Reverte ha reproducido con éxito la hazaña: la mezcla de planos en Hombres buenos está tan sabiamente dosificada que uno ya no sabe a qué libro, a qué cita, a qué referencia bibliográfica, a qué autor dar crédito y a cuál no; ya no sabe qué es real y qué es producto de la imaginación del novelista.
Ya dudo de todo: solo creeré que existe un ejemplar de la Enciclopedia en la biblioteca de la RAE cuando lo vea con mis propios ojos.

[1] Pérez-Reverte [Gutiérrez], Arturo: Hombres buenos.- Alfaguara, [Madrid 2015].- 585 págs. (24 x 15).
[2] Esta secciones son verdaderamente deliciosas: todos los académicos parecen estar convencidos de que Pérez-Reverte está escribiendo una novela policiaca ambientada en la RAE en la que la víctima es Francisco Rico, y todos presentan su autocandidatura para ser el asesino; el cachondeo que monta el autor con el temita es de sobresaliente cum laude. Y la entrevista de Pérez-Reverte con el propio Francisco Rico (cap. 6, págs. 258-263 de la edición que manejo) no tiene desperdicio: la réplica final –que no reproduzco para que consigan un ejemplar, la busquen y la lean– es de antología.