martes, 18 de agosto de 2020

Sobre Luis Landero, o el contador de historias

Luis Landero

Este es mi tercer verano Landero consecutivo. En el de 2018 lo descubrí con Juegos de la edad tardía: retraso verdaderamente imperdonable por cuanto se trata de su ópera prima, de 1989, que entre pitos y flautas solo terminó llegando a mis manos cuando Cátedra publicó una magnífica edición anotada1. En 2019 le tocó el turno a su segunda novela, Caballeros de fortuna (1994)2, que confirmó el asombro que me había producido la primera, así que este año me he leído, en poco más de mes y medio, cuatro de sus títulos: el volumen autobiográfico El balcón en invierno (2014)3, la divertidísima novela La vida negociable (2017)4, su último libro Lluvia fina (2019)5 y el opúsculo no venal que acompañaba a este último como oferta promocional, Antes de la lluvia (2019)6. O sea que si la solapa de Lluvia fina no presenta errores u omisiones, me quedan las novelas El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007), Retrato de un hombre inmaduro (2010) y Absolución (2012), el ensayo Entre líneas: el cuento o la vida (2000) y el libro de relatos ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (2004), lo que hago constar aquí como recordatorio personal para poderlo consultar cuando me vaya de librerías.

Decir, treinta años después de su publicación, que Juegos de la edad tardía es una novela absolutamente prodigiosa es una obviedad. Así que no lo diré. Pero que la lectura de sus algo más de seiscientas páginas en algo menos de una semana (en verano, mi productividad lectora se incrementa hasta límites de los que me siento verdaderamente orgulloso) constituyó una de las experiencias literarias más gratificantes y enriquecedoras de la última década, eso sí lo digo. La trama gira en torno a un personaje, Gregorio Olías, que lleva una existencia gris hasta que comienza a construirse una segunda vida como poeta de éxito con tal fortuna que es creído por un segundo personaje, Gil, más oscuro que el propio Gregorio, que comienza a creer en sus mentiras, a admirarlo y a generar una realidad paralela que entronca en la propia realidad de Gregorio, cuya vida se ve afectada (incluso de forma dramática) por la incursión de lo fingido en su propia cotidianidad; podría haber sido una narración simplemente metatextual y teórica (el prólogo a la edición citada en nota no cesa de señalar las fuentes de las que bebe, entre ellas, Cervantes, Rabelais, Flaubert o Borges) pero es una novela fresca, divertida, un prodigio de creación, un piélago inagotable de historias, de personajes, de desarrollos narrativos y de anécdotas que la hacen irrepetible.

Gregorio Olías y Gil aparecen en un pequeño cameo de Caballeros de fortuna, novela coral centrada en cuatro personajes: don Belmiro Ventura y Vega, un metódico profesor de historia en un instituto de enseñanzas medias, con una vida aburrida cuya única peculiaridad consiste en ser descendiente de un conquistador de Chile; Amalia Guzmán, la joven maestra del pueblo; Esteban Tejedor Estévez, un débil mental que se dedica a repartir la leche por la localidad; y Luciano Obispo Rebollo, presunto hijo místico de san Luciano Obispo y destinado a la santidad desde su mismo nacimiento. Los intereses de don Belmiro y de Luciano se contraponen por el amor de Amalia, mientras que los de don Belmiro y Esteban, por un presunto tesoro traído por el conquistador, tesoro al que Esteban cree tener derecho; este juego de fuerzas lleva a la alianza por interés de Esteban y Luciano en contra de don Belmiro, el cual, por otro lado, con enamorarse de Amalia a sus sesenta años ya tiene bastante. En esta docena de líneas resulta literalmente imposible reflejar la desbordante imaginación que Landero despliega a la hora de crear las tramas que unen a los cuatro personajes y las subtramas colaterales con las que se enlazan a los numerosos personajes secundarios: solo una lectura detenida del texto permite adentrarse en los pormenores de cada una de ellas.

La vida negociable es una novela protagonizada y narrada por Hugo Bayo, un individuo al que todo el mundo le augura un porvenir envidiable como peluquero, a pesar de lo cual él, con su afán fantasioso de medrar en distintos campos, no hace sino fracasar, fracasar y fracasar en cada uno de los negocios que emprende; además y esto es relevante todos los avatares de su vida se basan en una falsa interpretación de un hecho de su infancia, hecho que no se descubre hasta el final. En último término, La vida negociable es una actualización paródica de la novela picaresca: se trata de una narración autobiográfica de un hijo de padres sin honra −según se desprende de la primera parte, en que Hugo se remonta a su infancia y adolescencia−, que va de amo en amo de oficio en oficio en busca de una fortuna que no acaba de llegar. Hay dos elementos del texto que no quiero omitir: su habilidad narrativa algunos giros de guion están verdaderamente conseguidosy su humor: por mucho que el protagonista sea un desgraciado de marca mayor (o quizá por eso) la sonrisa siempre pende los labios del lector, excepto cuando la risa la sustituye abiertamente.

Su última novela hasta el momento, Lluvia fina, tiene un carácter algo distinto: es una narración intimista protagonizado por una mujer, Aurora, que recibe las confidencias de sus dos cuñadas, Sonia y Andrea, a partir de las que reconstruye el pasado de la familia de estas, una familia que parece normal pero detrás de la cual y de sus historias, contadas reiteradamente, se descubren personalidades retorcidas, sórdidas e incluso en algún caso depravadas. Landero comienza el libro con un tono divertido que lo emparenta con el de sus obras anteriores, pero conforme va discurriendo el relato la repetición morosa de las mismas historias con variaciones infinitesimales pero perceptibles va calando, como si fuera una lluvia fina, en el ánimo del lector hasta que el tono inicial ha desaparecido completamente en la última página.

En la lectura de las cuatro obras reseñadas creo haber encontrado dos elementos comunes. El primero es la asombrosa capacidad de Landero para crear y contar historias como si fuera la cosa más fácil del mundo. En El balcón en invierno y en Antes de la lluvia revela de dónde le viene esa capacidad y cómo construye sus argumentos. Todos los manuales de historia literaria española señalan como uno de los atributos comunes a la novela posterior a 1975 la recuperación del gusto por contar historias frente al experimentalismo −a veces vacío, en otras extraordinariamente fructífero7que caracteriza la década de los sesenta y primeros setenta. Pues bien, si esto es así, a Landero le cabe el honor de ser uno de los que mejor cuentan historias, tanto en cantidad como en calidad.

El segundo elemento que a mi juicio reaparece a modo de tema recurrente es que las historias más o menos fingidas que se cuentan se insertan en la realidad de los personajes hasta transformarla: la falsa identidad como poeta creada para sí por Gregorio Olías es asumida como real por Gil hasta el punto de irrumpir violentamente en la vida de Gregorio; el repartidor de leche de Caballeros de fortuna se enfrenta al profesor de instituto por la posesión de un tesoro en cuya existencia cree −pero que en realidad no existe− y se alía con Luciano, fruto de las relaciones místicas entre el espíritu de un santo obispo y su madre, relaciones evidentemente inexistentes pero cuyo fruto tiene naturaleza real; toda la vida del peluquero de La vida negociable se asienta sobre un error de interpretación de un hecho pasado, un error de incalculables consecuencias vitales para el protagonista; y las historias repetidas una y otra vez en Lluvia fina pasan a formar parte de la cotidianidad de Aurora, Sonia y Andrea sin que a partir de cierto momento el lector pueda llegar a discernir hasta qué punto son reales o hasta qué punto constituyen una especie de mitos fundacionales sobre los que se asienta la existencia misma de la familia de la que forman parte los personajes.

Quien siga con cierta regularidad las entradas de este blog se habrá percatado quizá de que uno de los temas que aparecen en el mismo de manera más o menos asidua es el límite entre la realidad y la ficción, en cómo lo ficticio se convierte en real y lo transforma en direcciones que a priori no podían preverse: aparece en Cervantes, en Borges, en Cortázar, en Umberto Eco, en Buero Vallejo, en Roberto Bolaño, en Pérez-Reverte. Tal vez esa sea la razón por la que disfruto tanto leyendo las historias que cuenta Luis Landero.

1 Landero [Durán], Luis: Juegos de la edad tardía.- Edición de Elvire Gómez-Vidal Bernard.- Cátedra (Letras Hispánicas n.º 801), [Madrid 2018].- 772 págs., ilustr. en negro (18 x 11).

2 Landero [Durán], Luis: Caballeros de fortuna.- Planeta (Nuestros clásicos contemporáneos 1994), [Barcelona 1998].- 319 págs. (21 x 13).

3 Landero [Durán], Luis: El balcón en invierno.- Tusquets editores (Maxi n.º 006/5), [Barcelona 32017].- 253 págs. (19 x 12,5).

4 Landero [Durán], Luis: La vida negociable.- Tusquets editores (Maxi n.º 006/6), [Barcelona 2018].- 335 págs. (19 x 12,5).

5 Landero [Durán], Luis: Lluvia fina.- Tusquets editores (Andanzas n.º 939), [Barcelona 122020].- 269 págs. (22,5 x 15).

6 Landero [Durán], Luis: Antes de la lluvia.- Tusquets editores, [Barcelona 2019].- 62 págs. (18,5 x 13).

7 En este aspecto hay que ser extremadamente cauto: no se puede meter todo el experimentalismo en el mismo saco. La novela que dio el pistoletazo de salida en España a la experimentación narrativa, Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín-Santos, presenta un argumento que en no pocas ocasiones puede calificarse de folletinesco. En 1972 se publica La saga/fuga de J.B. de Gonzalo Torrente Ballester, novela en que las innovaciones formales no parecen conocer límites y, al mismo tiempo, con una historia delirante, absolutamente divertida y que, cuando se ha conseguido vencer dichas innovaciones, engancha como pocas. Al año siguiente aparece Si te dicen que caí, única novela claramente experimental del recientemente desaparecido Juan Marsé, otro contador nato de historias, un novelista de raza: compruébese si se duda en obras tan distintas y tan separadas en el tiempo como la inolvidable Últimas tardes con Teresa (1966) o El embrujo de Shangai (1993). Y todos los manuales sitúan el comienzo de la nueva etapa, la novela de la España democrática, en La verdad sobre el caso Savolta (1975) de Eduardo Mendoza, que es la obra en que el autor hace un mayor uso de las técnicas narrativas heredadas de los sesenta, al servicio, eso sí, de un argumento policíaco enmarcado en la Barcelona de finales de la década de 1910.

domingo, 12 de julio de 2020

Hammett y la historia moderna de Europa

Dashiell Hammett está unánimemente considerado como el padre de la novela negra con solo cinco narraciones largas Cosecha roja, La maldición de los Dain, El halcón maltés, La llave de cristal y El hombre delgado1, publicadas en forma de libro entre 1929 y 1934. Cinco novelas en cinco años, cinco novelas que le aseguraron el puesto que ocupa en el olimpo de la novela policiaca. Y en mitad de las cinco, como si ocupara el vértice de la pirámide, El halcón maltés2. Si no la han leído, háganlo a la mayor brevedad; y una vez leída, vean la película de 1941 dirigida por John Huston: ya saben, la de Humphrey Bogart haciendo de Sam Spade, el detective protagonista. Me agradecerán el consejo, sobre todo las nuevas generaciones, a las que esto de las pelis en blanco y negro les suena como a paleolítico medio.
Dashiell Hammett

El halcón maltés se publicó por entregas en la revista Black Mask entre septiembre de 1929 y 1930, año en que también se editó en forma de libro. La trama es en principio −como siempre en Hammett, solo en principio− sencilla: el detective Sam Spade es contratado para encontrar una escultura de un pájaro negro, de un halcón, que ha ido de mano en mano desde el siglo XVI hasta el momento de la narración. En el capítulo XIII se narra la historia del halcón: se trata de una joya que los caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén ofrecieron al emperador como tributo por haberles cedido la isla de Malta y que fue recubierta de esmalte negro para que pudiera pasar desapercibida.

Este capítulo XIII siempre me ha parecido fascinante, porque Hammett parece no ser Hammett: el escenario clásico del San Francisco de los años veinte es sustituido por un vasto fresco de la historia de Europa entre 1523 y la revolución rusa; es la historia de un tesoro que desaparece y vuelve a reaparecer, más propia de los folletines franceses de Arsène Lupin que de una novela negra americana. Las referencias históricas son abundantes y, salvo unas pocas que me era posible reconocer, siempre me he preguntado hasta dónde llegaba el hecho histórico y dónde comenzaba la fabulación del autor. Como no tengo acceso a ninguna edición anotada −no conozco ninguna en español− he decidido hacerme yo mismo el trabajo y ponerlo a disposición de aquellos a quienes pudiera resultar de utilidad. Tampoco espere el lector una sabiduría de la que carezco: voy a tirar mucho de internet (eso sí, de páginas que estime que puedan ser fiables) y de varios atlas históricos que me ha rendido muy buenos servicios: el de Kinder y Hilgemann3, para la historia universal, y los de la Real Academia de la Historia4 y de Enrique Martínez Ruiz y Consuelo Maqueda5, para la historia de España. A partir de aquí, y por no sobrecargar demasiado la entrada, casi no voy a citar fuentes concretas para cada uno de los hechos que consigne.

Bueno, vamos ya a hincarle el diente al asunto: el gordo Gutman, uno de los implicados en la búsqueda del pájaro, cuenta a Sam Spade la historia: su punto de partida es la expulsión por el sultán otomano Solimán el Magnífico en 1523 de la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén o de los Caballeros de Rodas −la identificación es correcta− de la isla que les dio nombre: en realidad el sitio de Rodas tuvo lugar entre el 26 de junio y el 22 de diciembre de 1522 pero los caballeros abandonaron la ciudad el 1 de enero de 1523, por lo que el dato se ajusta a los hechos; después, Gutman dice que los hospitalarios permanecieron en Creta, que pertenecía a la República de Venecia, hasta 1530, año en que el emperador Carlos V −el Carlos I de los españoles− les cedió las islas de Malta y Gozo y la ciudad norteafricana de Trípoli: también estos datos coinciden con lo que registran los anales; en particular, Malta pertenecía a los territorios de la Corona de Aragón −en puridad, no es posible hablar de España como estado en el siglo XVI− desde 1282.

Hasta aquí todo cuadra. Abordemos el tema del halcón de marras. Transcribo el fragmento en que Gutman cuenta la cesión de la isla y el pago, como contraprestación a dicha cesión, de un halcón al año:

Carlos V se dejó convecer para cederles [a los caballeros de San Juan de Jerusalén] […] Malta, Gozo y Trípoli […] pero con estas condiciones: cada año debían pagar al emperador, a modo de tributo, un […] halcón como reconocimiento de que Malta seguía siendo dominio español y que, si alguna vez abandonaban la isla, esta volvería a manos de España6. ¿Lo ha entendido? Carlos les regalaba Malta, pero a condición de que la utilizaran, y ellos no podían cederla ni venderla a nadie.7

Hasta emprender la escritura de esta nota estaba convencido de que la historia del halcón era una fabulación de Hammett para tener un punto de partida sobre el que construir la novela. Me equivocaba: la historia del halcón es totalmente real. Y si el lector no me cree, le ruego que consulte el artículo que referencio en nota8, en que se explican pormenorizadamente las cláusulas de la real cédula por la que se transfiere la isla a los hospitalarios de San Juan de Jerusalén, entre ellas el pago de un tributo anual en forma de un halcón vivo, pago que se va a mantener hasta finales del siglo XVIII y que se retomará como tradición en 20059. En consecuencia, lo que sí se debe a la imaginación del novelista es que el primer año, en vez de un halcón vivo se pretendiera rendir pleitesía al emperador entregándole un fastuoso halcón de oro con incrustaciones de la mejor pedrería que atesoraban sus cofres10.

Evidentemente, a partir de este momento la narración de Gutman ha de ser necesariamente ficticia, pero se citan una serie de nombres y de hechos cuya pista voy a intentar seguir a continuación. De entrada, el personaje cita dos fuentes para su su historia. La primera, Les archives de l’Ordre de Saint-Jean de Joseph Delaville Le Roulx; este autor vivió entre 1855 y 1911, fue especialista en la orden de San Juan de Jerusalén y la obra a la se refiere es Les archives, la bibliothèque et le trésor de l'Ordre de Saint-Jean de Jérusalem à Malte (1883). La segunda, Dell’origine de instituto del sacro militar ordine, de Paoli: el Paoli que se menciona es Paulo Antonio Paoli −no Pasquale de Paoli, el independentista corso− y la obra, que también es real, es Dell'origine ed istituto del sacro militar ordine di S. Giovambattista gerosolimitano detto poi di Rodi, oggi di Malta dissertazione di Paulo Antonio Paoli (1785).

Fort Sant'Angelo

A renglón seguido se citan una serie de personajes históricos por cuyas manos pasó el halcón o que dieron referencias del mismo: Philippe Villiers de L'Isle-Adam (1464-1534), maestre de la orden de San Juan de Jerusalén al que se le concedió la isla de Malta y cuyo cuartel general era el Forte Sant’Angelo (y no el castillo de Sant’Angelo, que es lo que se lee en el texto11: el castillo de Sant’Angelo, se halla en Roma, muy cerca de San Pedro del Vaticano); el caballero miembro de la orden Cormier o Corvere, del que no he encontrado referencia alguna; Jeireddín Barbarroja (1475-1546), corsario turco a las órdenes de Solimán el Magnífico; Pierre Dan (década de 1580-1649), fraile trinitario −orden religiosa fundada para la liberación de cautivos− y escritor francés que dirigió dos expediciones de rescate en el norte de África; y sir Francis Verney (1584-1615), aventurero inglés que llegó a ser capitán de uno de los bajeles de la flota tunecina y cuya fuente biográfica principal son los cuatro tomos de Memoirs of the Verney Family (1892) de lady Frances Parthenope Verney.

Del Mediterráneo −en particular, de Sicilia, según Gutman/Hammett−, el pájaro salta al continente: pertenece a Victorio Amadeo II de Saboya tras su proclamación como rey de Sicilia en 1713 y fue uno de los regalos que le hizo a su esposa cuando se casaron en Chambéry −la capital de la Saboya histórica−, tras su abdicación, abdicación que luego intentó revocar. También los datos externos son correctos: Victor Amadeo se convirtió en rey de Sicilia como consecuencia del tratado de Utecht, abdicó en 1730 y el 2 de agosto de ese mismo año contrajo matrimonio morganático con Ana Teresa Canalis de Cumian, quien le convenció para anular el acta de abdicación; la fuente que se cita es Storia dell regno di Vittorio Amadeo II de Carutti: el autor es Domenico Carutti di Cantogno y el libro se publicó en 1859.

Llegamos a la parte española de la historia, y aquí es donde encuentro el primer dato no comprobable del fragmento:

Podría ser que Amadeo y su esposa lo hubieran llevado consigo a Turín cuando él intentó revocar su abdicación. El caso es que posteriormente aparece en poder de un español que participó en la toma de Nápoles en 1734; se trata del padre de José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, quien fuera ministro de Carlos III.12

Ciertamente, Carlos III tomó Nápoles y fue proclamado rey de ese territorio en 1734 (como Carlos VII); ciertamente, el I conde de Floridablanca fue ministro de Carlos III (1759-1788) y de Carlos IV (1788-1808) entre 1777 y 1792; pero lo que ya no es verosímil es que el padre de Floridablanca, don José Moñino y Gómez, participara en la toma de Nápoles: el nacimiento del futuro ministro se produjo en 1728 y su padre era un oficial retirado13, por lo que no parece verosímil que un exmilitar participara en una campaña de guerra posterior a su retiro. Después, el narrador de la historia afirma que el halcón quizá continuó en posesión de la familia (esto es posible, por cuanto al I conde de Floridablanca le sucedió en el título su sobrina María Vicenta Moñino y Pontejos; en ninguna fuente he encontrado la descendencia directa de don José, por lo que puede pensarse que no la tuviera) hasta el final de la primera guerra carlista, y da como fecha 1840, que es correcta si no se toma como conclusión del conflicto el convenio de Vergara (31 de agosto de 1839) sino la batalla de Morella (30 de mayo de 1840) y la marcha hacia Francia de los combatientes que aún eran fieles a Ramón Cabrera (julio de 1840). De esta manera, es perfectamente creíble que el halcón, ya cubierto del esmalte negro, reaparece en París, justo cuando la capital francesa estaba repleta de carlistas huidos de España14.

Llegados a este punto, el relato deja de apoyarse en referencias históricas reales: solo se citan dos nombres, un anticuario griego (Charilaos Konstantinides) y un general ruso (Kemidov) que parecen absolutamente inventados.

Concluyo ya: después de haber analizado las referencias históricas de una novela popular norteamericana publicada en una revista de papel barato (lo que se conocía como un pulp) entre 1929 y 1930, no deja de resultar sorprendente el trabajo de documentación llevado a cabo por un autor al que sus lectores no le exigían semejante despliegue de erudición: creo que ello es una prueba excelente de la conciencia artística y del rigor técnico con que Hammet emprendía su trabajo.

1 Se pueden leer todas ellas en Hammett, [Samuel] Dashiell: Todas las novelas [Red Harvest.- The Dain Curse.- The Maltese Falcon.- The Glass Key.- Th

e Thin Man.- Traducción de Eduardo Iriarte, Luis Murillo Fort y Miguel Temprano].- RBA (Ómnibus), [Barcelona 2017].- 953 págs. (24 x 16). Por lo que a mí se me alcanza, el único relato que excede las dimensiones del cuento y que no incluye dicho volumen es la primera redacción, inacabada (únicamente los diez primeros capítulos), perdida, más tarde hallada y póstumamente publicada en 1975 de El hombre delgado; existe traducción española: Hammett, [Samuel] Dashiell: El primer hombre delgado [The First Thin Man].- Traducción y epílogo de Justo Navarro [Velilla].- Seix Barral (Únicos n.º 5), [Barcelona 2005].- 127 págs. (19 x 12). Sería un buen ejercicio −que no desdeño realizar aquí algún día− el comparar las dos versiones de El hombre delgado: son dos novelas prácticamente distintas con ciertos puntos de tangencia.

2 Además de la traducción que ocupa las páginas 375 a 558 del volumen reseñado en la nota anterior (traducción que también figura en las páginas 9 a 250 de Hammett, [Samuel] Dashiell: Todos los casos de Sam Spade: El halcón maltés. Cuentos [The Maltese Falcon.- Too Many Have Lived.- They Can Only Hang You Once.- A Man Called Spade].- Traducción de Luis Murillo Fort.- RBA (Serie Negra n.º 102), [Barcelona 2011].- 333 págs. (22 x 14,5)), la primera versión que compré y leí fue la clásica de Alianza: Hammett, [Samuel] Dashiell: El halcón maltés [The Maltese Falcon.- Traducción de Fernando Calleja Gutiérrez].- Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo n.º 158), Madrid [71985].- 245 págs. (18 x 11).

3 Ahí van las referencias: las de la adaptación española, dividida en dos tomos, son las siguientes: Kinder, Hermann; y Hilgemann, Werner: Atlas histórico mundial. De los orígenes a la Revolución Francesa [DTV - Atlas zur Weltgeschichte.- Traducción de Carlos Martínez Álvarez y Antón Dieterich Arenas].- Ediciones Istmo (Fundamentos n.º 1), Madrid [181996].- 311 págs., mapas e ilustr. en negro y color (18 x 12); y Kinder, Hermann; y Hilgemann, Werner: Atlas histórico mundial. De la Revolución Francesa a nuestros días [DTV - Atlas zur Weltgeschichte.- Traducción de Antón Dieterich Arenas].- Ediciones Istmo (Fundamentos n.º 2), Madrid [191999].- 370 págs., mapas e ilustr. en negro y color (18 x 12). La edición original alemana presenta algunas diferencias evidentes con la española: más secciones dedicadas a la historia de Alemania y menos a la de España: Kinder, Hermann; Hilgemann, Werner; und Hergt, Manfred: dtv-Atlas Weltgeschichte. Von den Anfängen bis zur Gegenwart. Mit 267 Abbildungseiten in Farbe.- Grafische Gestaltung der Abbildungen: Harald und Ruth Bukor, Werner Wildermuth.- Deutscher Taschenbuch Verlag, [München 32010].- 667 Seiten, Abbildungen in Farbe (24 x 15).

4 Real Academia de la Historia: Atlas cronológico de la historia de España.- [Prólogo de Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón.- S. M., Madrid 2008].- 446 págs., ilustr. y mapas en color (34,5 x 25).

5 Martínez Ruiz, Enrique; Maqueda [Abreu], Consuelo; Cantera, Santiago; Ladero [Quesada], Manuel Fernando; Ladero [Quesada], Miguel Ángel; Montero, Santiago; y Olivera, César: Atlas histórico de España I.- Istmo (Fundamentos n.º 169), [Madrid 2003].- 247 págs., mapas y cuadros en color (18 x 12); y Martínez Ruiz, Enrique; Maqueda [Abreu], Consuelo; y Diego, Emilio de: Atlas histórico de España II.- Istmo (Fundamentos n.º 156), [Madrid 1999].- 245 págs., mapas y cuadros en color (18 x 12).

6 Reitero mi insistencia en el hecho de que España, como sujeto jurídico, no existía en 1530; es más, cuando Carlos I cedió la isla lo hizo en su condición de rey utriusque Siciliae, de las dos Sicilias, uno de los reinos de la Corona de Aragón, pero entiendo que exigir a un lector norteamericano de la década de 1930 que lleve en la cabeza la composición territorial de los estados patrimoniales de un emperador europeo de la primera mitad del siglo XVI es exigir demasiado.

7 Hammett, Todas las novelas, pág. 477.

8 O’Donnell [y Duque de Estrada], Hugo [José]: “La cesión de Malta a los Caballeros de San Juan a través de la cédula del 4 de marzo de 1530”, en Peregrinationes II (Accademia Internazionale Melitense); cf. https://www.orderofmalta.int/wp-content/uploads/archive/pubblicazioni/La_cesion_de_Malta.pdf, consultado el 12.07.2020

10 Hammett, Todas las novelas, pág. 478.

11 He comprobado que no se trata de un error de traducción: en el original se lee the castle of St. Angelo, no Fort St. Angelo. El lector puede comprobarlo en https://www.fadedpage.com/showbook.php?pid=20161221 (consultada el 12.07.2020), página de Canadá, estado donde los derechos de autor sobre la obra ya han expirado y ofrece el texto de la novela en varios formatos informáticos.

12 Hammett, Todas las novelas, pág. 479.

13 https://en.wikisource.org/wiki/1911_Encyclop%C3%A6dia_Britannica/Floridablanca,_Don_Jose_Mo%C3%B1ino_y_Redondo,_Count_of, consultada el 12.07.2020. Según otras fuentes fue notario mayor diocesano en Murcia (lo que no es en modo alguno incompatible) y, tras enviudar, fue ordenado sacerdote.

14 Hammett, Todas las novelas, pág. 479.

domingo, 3 de mayo de 2020

De Orwell y la neolengua


Un amable lector comentó, a propósito de mi penúltima entrada, que podía relacionarse la sociedad descrita en La fundación de Antonio Buero Vallejo con la obra Utopía de Tomás Moro. Me permití discrepar por una cuestión de prefijos: la etimología que proporciona el DRAE del término utopía es la siguiente: “Del lat. mod. Utopia, isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto, descrita por Tomás Moro en 1516, y este del gr. οὐ ou 'no', τόπος tópos 'lugar' y el lat. -ia '-ia'.”; a continuación puede leerse: “1. f. Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización. // 2. f. Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.”. Por el contrario, la entrada distopía del diccionario académico dice: “Del lat. mod. dystopia, y este del gr. δυσ- dys- 'dis-2' y utopia 'utopía'. // 1. f. Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana.”. Es decir, ambos términos se aplican a la representación ficticia de una sociedad futura, pero en el caso de la utopía los adjetivos empleados son perfecto, deseable, favorecedor, mientras que el que acompaña a distopía es negativo. En este sentido, yo entendía que la situación descrita en La fundación no era utópica sino distópica.
Me parece revelador que, fuera de algún antecedente remoto, las distopías surjan en la literatura occidental en el siglo XX. Hasta ese momento se puede trazar una línea cronológica que –por decir un par de nombres de peso– parta de La república de Platón y llegue hasta El capital de Marx y en la que figuren los intentos de filósofos, pensadores, literatos y escritores –arbitristas incluidos– para diseñar una sociedad futura en la que se pusiera coto a los desafueros sufridos por los coetáneos de quien en cada momento escribiere. Bajo este planteamiento subyace la idea de que es posible la mejora de la sociedad humana, la idea de progreso, cuya formulación clásica es uno de los legados de la Ilustración[1]. Son los acontecimientos históricos del siglo XX –las dos guerras mundiales, la aparición de los totalitarismos– los que hacen a algunos autores plantearse la posibilidad que el futuro no haya de ser necesariamente mejor: el caldo de cultivo para la aparición de las distopías estaba servido.
George Orwell
Entiendo que el primer texto de relevancia al que puede aplicarse esta etiqueta es Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley[2], pero el que ha gozado de mayor fortuna ­­–probablemente por su enorme capacidad de predicción– es 1984 de George Orwell[3], redactado en 1948 (nótese que el título proviene de la inversión de las dos últimas cifras) y publicado al año siguiente. 1984 está atestado de ideas proféticas que el tiempo ha ido confirmando. Una de esas ideas es la de la neolengua, objeto de la presente nota.
La neolengua (en el original, Newspeak) es una versión simplificada del inglés tradicional al que pretende sustituir y que se caracteriza por la eliminación de palabras que permitan desviarse del pensamiento único que emana del partido –también único, por supuesto– que detenta el poder. La estrategia es muy simple: si se elimina la palabra, se elimina su referente y, por tanto, el objeto o la idea que la palabra expresa; cuando la idea haya sido eliminada de la mente de la población, esta podrá ser dirigida, controlada y manipulada con mayor facilidad. Uno de los conceptos centrales de la neolengua es el doblepensar (doublethink), que denota la acción que realiza el individuo cuando cree algo que es manifiestamente falso, según se lee en el capítulo tres:
Su mente[4] se deslizó hacia el laberíntico mundo del doblepensar. Saber y no saber, ser consciente de la verdad absoluta mientras se dicen mentiras cuidadosamente construidas, sostener simultáneamente dos opiniones que se anulan sabiendo que son contradictorias y creyendo en ambas, usar la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se reclama moralidad, creer que la democracia era imposible y que el Partido era el guardián de la democracia, olvidar lo que fuera necesario olvidar y luego volver a traerlo a la memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo: y sobre todo, aplicar el mismo proceso al proceso en sí mismo. Esa era la mayor sutileza: producir conscientemente la inconsciencia y luego, una vez más, volverse inconsciente del acto de hipnosis que se acaba de realizar. Incluso entender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar.[5]
Los seguidores de este blog habrán reparado quizá en que uno de los temas recurrentes del mismo es la inclusión de la ficción en la realidad hasta el punto de llegar a formar parte de la misma. A la hora de crear la neolengua Orwell se basaba en hechos reales en particular en el lenguaje utilizado por los regímenes totalitarios del periodo histórico que le tocó vivir[6] pero eso no es óbice para que anticipara las prácticas políticas de algunos –de muchos– gobiernos del siglo XXI, en las que el empleo del lenguaje políticamente correcto no es más que una inserción en el mundo de la no ficción de la ficticia neolengua. Cuando una realidad resulta incómoda para el poder no se actúa para cambiar la realidad, solo se le cambia el nombre: ya no hay crisis económica sino desaceleración o crecimiento negativo (¡todo un oxímoron, sí señor!); los sueldos se moderan; el paro es un fenómeno del siglo XX, porque en la actualidad las empresas optimizan sus recursos para aprovechar las sinergias; nuestra juventud no emigra en busca de trabajo, se fomenta la movilidad exterior; nuestros alumnos no suspenden –así que ya no hay fracaso escolar–, tan solo no evalúan positivamente; los matrimonios ni se separan ni se divorcian, simplemente suspenden temporalmente su convivencia o –más a la pata la llana– se dan un tiempo…
Todo esto viene a que el otro día oí por primera vez lo de nueva normalidad: lo excepcional convertido en normal. Si esto no es neolengua, que baje Orwell y lo vea.


[1] El análisis de esta idea constituye el eje central de un libro de 1920 al que hace algo más de treinta años le di muchas vueltas: Bury, John B[agnell]: La idea del progreso [The idea of progress. An inquiry into its origins and growth.- Traducción de Elías Díaz y Julio Rodríguez Aramberri].- Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo n.º 323), Madrid [1971].- 327 págs. (18 x 11).
[2] Huxley, Aldous: Un mundo feliz [Brave New World].- Traducción de Ramón Hernández.- DeBolsillo (Contemporánea), [Barcelona (2)12012].- 255 págs. (19 x 12,5).
[3] Orwell, George [seud. de Eric Arthur Blair]: 1984 [Nineteen Eighty-Four.- Traducción de Rafael Blázquez Zamora].- Ediciones Destino (Destinolibro n.º 54), [Barcelona 61984].- 318 págs. (18 x 11).
[4] La de Winston Smith, protagonista de la novela.
[5] His mind slid away into the labyrinthine world of doublethink. To know and not to know, to be conscious of complete truthfulness while telling carefully constructed lies, to hold simultaneously two opinions which cancelled out, knowing them to be contradictory and believing in both of them, to use logic against logic, to repudiate morality while laying claim to it, to believe that democracy was impossible and that the Party was the guardian of democracy, to forget whatever it was necessary to forget, then to draw it back into memory again at the moment when it was needed, and then promptly to forget it again: and above all, to apply the same process to the process itself. That was the ultimate subtlety: consciously to induce unconsciousness, and then, once again, to become unconscious of the act of hypnosis you had just performed. Even to understand the word 'doublethink' involved the use of doublethink. La traducción es mía.
[6] ¿Quién no recuerda la frase de Joseph Goebbels, ministro de propaganda del III Reich, cuando dijo aquello de que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad? ¿Quién no recuerda los retoques fotográficos –los antecedentes prehistóricos del Photoshop, para entendernos– encargados por Stalin para borrar a Trotski de las fotos de la revolución de octubre?