domingo, 16 de junio de 2019

Rubén Darío y la historia de la poesía española


Rubén Darío
Esta semana hablaba con un colega, o mejor, con un amigo (¡va por usted, don Pedro!) acerca del excelso poeta que fue Rubén Darío y de cómo la posterior evolución de las poéticas del siglo XX –que beben directamente de Baudelaire, y, en España, del propio Rubén– ha hecho que, al menos parcialmente, se perciba su poesía como pura pirotecnia verbal en lugar de ver en ella una técnica, una sabiduría y una inspiración que muy pocos –quizá Quevedo, quizá Góngora– han alcanzado en castellano. En llegando a este punto, señalé que era lógico por cuanto Rubén no solo lo había leído todo, sino que también se había permitido el lujo de escribirlo todo: que había un poema fechado en San Salvador en octubre de 1882 –seis años antes de la primera edición de Azul…– en que, a modo de homenaje, imitaba el estilo y las principales características de los más grandes autores en lengua española, lo que, a mi juicio, demostraba su profundísima comprensión de nuestra historia literaria[1]. Cuando mi colega me dijo que no sabía a qué texto me refería, lo busqué y le proporcioné una copia. Ya en casa pensé que si Pedro lo desconocía –con todo lo que él conoce, que es mucho– era porque se trataba de una obra escasamente difundida, así que me he decidido a dedicar un cierto tiempo a preparar su texto y a anotarlo sobriamente. Presento aquí el resultado de este trabajo: a modo de índice, he resaltado en negrita el autor, la obra o el movimiento literario al que Rubén se refiere en cada sección.
La poesía castellana
A mi buen amigo Joaquín Méndez
I
Fablávase rvda et torpe fabla
cuando vevía grand Cid Campeador[2],
e lvego quando le fiçieron trovas,
ben sopieron trovas le far.
A guisa de regocixo ponyanse a trovar
e cantábanl'a las dueinas con polido cantar.
¡Oh inorado home que fiçiste román vvlgar,
cata que con gran fynura al Cid oviste d'ensalçar:
cata que la tu trova sabrosa ovía de gvstar!
II
Façía ya assaz clara e assaz letrada prosa
el sabio rey Alphonso[3], e era bona cosa:
ca ovo ya artizado e era deleytosa
e ovo de ser admyrado ca foé assaz precyosa.
Catad que ansy polido vyóse más lo trovado:
ca ovía de ser mui mucho admyrado,
e tenyase por meior román entonce nado
e el plus dolçísono foé plus alabado.
Façían dolçe prosa a los prados olyentes
e a los que creyan que eran convenyentes;
davanl' muchas prosas de las sus myentes;
que salyan sabrosas e bien corryentes.
III
Lvego Johan de Mena[4] con graçia non poca
fiço las trovas tyernas, querellosas,
e fveron estonce ya mui dinas cosas
trovas que cantava la su dolçe boca.
E canta el variante de la suerte loca
en fraçes dolyentes, svaves e quexosas,
e fveron estonce ya mui dinas cosas
e a las Musas siempre con su canto evoca.
E plañe en las tumbas de almas precitas
“con lágimas tristes e non gradescidas”[5],
e siempre son gratas sus trovas sentidas
si canta querellas, si canta sus coítas.
Canta a Doña Venus e Doñas benditas,
e canta los prados e canta las flores,
e los sin eguales e tiernos dulçores
que dan las palomas e las avecitas.
IV
E dulçe e lozana
e grata e fermosa
era la sabrosa
fabla castellana.
E iva adelantando
e ívase estendiendo
e se iva sintiendo
e se iva admirando.
Face Santillana[6]
que se multiplique;
e más la engalana
la trova lozana
de Jorge Manrique.
V
Manrique[7], con galanura,
brinda su trova fermosa
tan sonora,
que llena de grand finura,
es cual la canción graciosa
que hay agora.
Rebosa de polimento,
e de armonía sin par
está llena,
e non es ya aquel acento
en que solía cantar
Johan de Mena.
Gratos sospiros e lloros
guarda en las sus notas bellas
en verdat;
sabrosos cantos, sonoros:
trovas que se mira en ellas
poridat.
Levanta el ánimo muerto,
recrea el ánimo vivo
la su armonía;
nos saca de desconcierto,
ca tiene vigor activo,
Philosophía.
E magüer esté polida
la dulce española fabla,
caminando
la viéredes tan garrida:
la viéredes cuál se entabla
adelantando.
VI
Garcilaso de la Vega
Dulce como la miel de los panales
que en las ramas del árbol gotas deja,
cuando la liba zumbadora abeja
que gira sobre juncos y gramales;
sonora cual las brisas otoñales
que el eco vago de sentida queja
parecen derramar, cuando se aleja
Véspero entre los verdes robledales;
como el murmullo de la fuente suave
que se desliza con rumor escaso,
y como el dulce cántico de ave:
así en la Égloga está de Garcilaso[8],
llena de majestad, pura y galana,
la armoniosa Poesía Castellana.
VII
¡Y cómo corre grata
si el de León[9], dulcísimo poeta,
sus cantares desata
como líquida veta
que se desliza compasada y quieta!
Cual sobre la llanura
el arroyuelo plácido y sonoro,
que muestra sin presura
de náyades un coro,
cristal sus ninfas, sus arenas oro.
O cual la mansa onda
que va a lamer la arena de la playa,
cuando la aurora blonda
nace en Oriente, gaya,
y entre rosa y perlas se desmaya.
Fernando de Herrera
VIII
Y si Herrera[10] pujante
nos hace oír su plectro armonïoso,
que menea vibrante
como el del poderoso
divino padre Apolo, sonoroso,
remeda en su cadencia
lo retumbante del fogoso trueno,
de la mar de la inclemencia
y al de sonancia lleno
Eolo zumbador, nunca sereno;
y remeda en su canto
el eco del torrente en la montaña:
y sublima a Lepanto
y, cantando esa hazaña,
da su nombre a la Historia, y lustre a España.
IX
Entre tantos poetas
que entonces se miraron,
¿quién es aquel que brinda
las notas de su canto
con más gracia y donaire
porque es más agraciado?
“Fénix de los Ingenios”,
así le apellidaron
al poeta fecundo
que a la vida del campo
alaba en dulces versos,
y hoy él es alabado.
¡Gloria al sublime ingenio
que nos llena de encanto!
¡Gloria y prez al insigne
Lope de Vega Carpio[11]!
X
De tantos poetas,
el cantar magnífico,
el donaire puro
de sus gratos himnos,
y un ingenio grande
que hubo aparecido,
dio por [acres] frutos
el Culteranismo[12].
De Herrera al hermoso
cántico divino
que enciende los pechos
y agrada al espíritu,
lleno de pujanza,
de armonía rico,
sustituyó entonces
el Culteranismo.
Y de Garcilaso
al sabroso idilio
que nos huele a flores,
verbena y tomillo,
que tierno remeda
del pájaro el trino,
sustituyó entonces
el Culteranismo.
De los Argensolas[13]
Góngora, por Velázquez
al cantar flüido
que llenaba el ánimo
con su son tan lindo;
de tantos poetas
al trovar magnífico,
sustituyó entonces
el Culteranismo.
Góngora[14], con las ondas de su ingenio,
antes tranquilo manantial de amores,
derramó de su mente los fulgores
de la española musa en el proscenio.
Mas, ¡ay!, la ruda tempestad del genio
con sus horrendos rayos vibradores,
de su alma en el vergel, tronchó las flores
que aromaron su dulce primigenio.
No de otro modo a la risueña Hecate,
cada en los aires nubarrón sombrío
cuando Aquilón sañoso al roble abate,
la dulce faz enturbia. El murmurío
del de su numen manantial riente,
trocóse en el rugido del torrente.
XI
¿Quién aparece con su voz ahora
dominando en la hispana poesía?
¿Quién trajo, en el raudal de su armonía
sátira perspicaz, nota sonora?
¿Quién, cuando ríe alegre, triste llora
Quevedo, tradicionalemente atribuido a Velázquez
y en sus cantos derrama la alegría,
al par que con su acento arrancaría
lágrima de los ojos, quemadora?
¿Quién nos ofrece su cantar hermoso?
¿Quién engalana el Español Parnaso
y quién ataca al gongorismo nulo?
Francisco de Quevedo[15], ese coloso
que pudiera montar en el Pegaso
al par de Juvenal y Tibulo.
XII
También un lauro merece
el ingenioso cantor
que con muy mucho primor
sus frutos al mundo ofrece;
su gloria jamás decrece,
la Historia le será fiel:
hoy admiramos en él
su facunda meritoria,
y siempre grande en la Historia
será Vicente Espinel[16].
XIII
Mas ved: un astro radiante
sus vivos fulgores lanza,
iluminando el santuario
de la Musa Castellana.
Una águila poderosa
tiende al Olimpo sus alas:
en su brillante pupila
la chispa del genio irradia,
y llena el espacio inmenso
con la luz de su mirada.
Pues ese astro refulgente
que envía luz a las almas;
esa águila poderosa
que los espacios abarca
y cuya gloria pregonan
los clarines de la fama,
es la admiración del Orbe,
el orgullo de la España
y el lustre de sus blasones:
es Calderón de la Barca[17].
XIV[18]
Como el sol de la mañana,
altiva, pura y radiante
se eleva siempre triunfante
la Poesía Castellana.
¡Cuánto asciende! Ya en Quintana[19]
muestra más grande pureza:
que aquella Musa que empieza
fazañas del Cid trovando,
con los siglos aumentando
su esplendor y su riqueza.
Siempre adelantando, llega
a inspirar corazones,
hasta las bellas canciones
de Hartzenbusch[20] y de la Vega[21]:
sus gratos rumores riega
tendiendo siempre a elevarse,
y sus fulgores esparce,
Bécquer, por su hermano Valeriano
palpita, se mueve y arde
en los versos de Velarde[22],
en poemas de Núñez de Arce[23].
Siempre toma vida nueva:
si reía con Bretón[24],
hoy suspira en la canción
del dulce Antonio de Trueba[25].
Al Olimpo nos eleva,
nos llena de inmenso ardor;
y derramando fulgor,
traspasan mares y climas
de Bécquer[26] la tiernas rimas,
los cantos de Campoamor[27].
¿Y en el Nuevo Mundo? Sí,
donde hay constancia y deseo
y saluda al Pirineo
con su cresta Yllimaní[28],
también tenemos aquí
trinos de Avellaneda[29];
y en cada céfiro rueda,
cada maravilla brota,
de Mármol[30] alguna nota,
algún himno de arboleda.
Hoy resuenan por doquier
melodías de Andrés Bello[31],
dando luz con su destello
y enseñando con su ser;
nos sentimos conmover
de Olmedo[32] al Canto de Junín,
y hoy admiramos, en fin,
el genio vivo y preclaro
de los Heredias[33], los Caro[34],
los Palma[35] y los Marroquín[36].
XV
Y los siglos que vienen
y las generaciones,
ojalá que de inmenso ardor se llenen;
¡y el poeta, en las múltiple canciones
que en su lira resuenen,
ensalce y purifique a la lozana
y armoniosa Poesía Castellana![37]
***
El poema que he reproducido es sin duda un ingeniosísimo pastiche pero, a mi parecer, presenta además un valor añadido: es un canon, en la quinta acepción del diccionario de la Real Academia: catálogo de autores u obras de un género de la literatura o el pensamiento tenidos por modélicos. Y resulta muy interesante examinar las semejanzas y las diferencias entre los poetas en español considerados como canónicos por Rubén Darío, a finales del siglo XIX, y los tenidos como tales finalizando la segunda década del siglo XXI. Ahí va un intento:
  • De la Edad Media aparecen el Poema de Mío Cid, Alfonso X el Sabio, Mena, Santillana y Manrique; las ausencias de Berceo y, sobre todo, del Arcipreste de Hita resultan evidentes desde una perspectiva actual.
  • Del Renacimiento y del Manierismo (s. XVI) se cita a Garcilaso, a fray Luis –absolutamente indiscutibles– y a Herrera y a los Argensola, que, si estimables, han desaparecido de los manuales de las enseñanzas medias, lo cual –tal y como están diseñadas las enseñanzas medias– tampoco significa gran cosa. El gran ausente es, sin ningún lugar a dudas, san Juan de la Cruz, pero para apreciar a san Juan –como al Góngora oscuro– la poesía europea tenía que atravesar la época de las vanguardias.
  • El Barroco (s. XVII) está presidido por la tríada sagrada de la poesía española: Lope, Góngora y Quevedo. OK. Pero Espinel es considerado hoy como una curiosidad erudita. Y, según señalo en nota, la importancia de Calderón radica en su condición de dramaturgo, no de lírico. Si hablamos de canon poético, sobra Calderón; si hablamos de canon en términos absolutos, falta Cervantes, por mucho que él pensara que el ser poeta era la gracia que no quiso darme el cielo.
  • Del siglo XVIII no aparece nadie, con la posible excepción del Quintana joven. Coincidimos totalmente: los poetas del XVIII –Cadalso, Jovellanos– nos interesan mucho por su pensamiento, nada por su estilo.
  • El siglo XIX es en el que más discrepancias aparecen: sin considerar a los autores hispanoamericanos, solo uno de los nombres, Bécquer, figura en el canon de Rubén y en el actual. Todos los demás o son notas a pie de página –Ventura de la Vega, Campoamor, Núñez de Arce– o perfectos desconocidos –Trueba, Velarde–. Y de Espronceda, ni palabra; ni de Zorrilla; ni de Rosalía… bueno, vale, Rubén no podía conocer a Rosalía: En las orillas del Sar se publica en 1884. La sección XIV es un espléndido aviso para navegantes: ni siquiera alguien tan dotado como Rubén Darío era capaz de distinguir qué autores de su época iban a pasar a la posteridad y cuáles se diluirían hasta no dejar ni rastro en la memoria literaria colectiva. Tomemos nota.
***
Mañana lunes mis chicos y chicas de 1.º de bachillerato tienen su último examen de lengua del curso. Llevan semanas intentando sonsacarme, con mirada angustiada, qué es lo que va a caer en la parte de literatura. Y yo llevo semanas dando la misma respuesta: céntrate en lo importante. Y cuando me miran con cara de pensar y yo qué sé lo que es importante, siempre contesto lo mismo:
–Escoge: ¿Cárcel de amor o La Celestina? ¿El Quijote de Cervantes o el de Avellaneda? ¿Lope de Rueda o Lope de Vega? ¿La pícara Justina o El Buscón?
Ahí va mi consejo: si el profesor que te ha de examinar es medio normal, céntrate en el canon.


[1] Debo mi primer contacto con este poema a la edición de la poesía de Rubén de Pere Gimferrer, en cuyas páginas 281-289, encabezando la sección “Poesía dispersa”, figura. Ahí va la referencia: Darío, Rubén [seud. de Félix Rubén García Sarmiento]: Poesía.- Introducción y selección de Pere Gimferrer [Torrens] de la Real Academia Española.- Planeta (Clásicos Universales Planeta n.º 42),[Barcelona 1999].- XXXV + 355 págs. (18,5 x 11,5).
[2] Poema de Mío Cid, cuyo manuscrito puede ser visto por el gran público, por primera vez, a partir del 5 de junio de 2019 en la Biblioteca Nacional de Madrid durante el exiguo plazo de quince días. ¡Hay que darse prisa, solo quedan cuatro!: https://elpais.com/cultura/2019/05/28/actualidad/1559075095_703172.html  
[3] El rey de Castilla y León Alfonso X el Sabio (1221-1284): de ahí la referencia, en el verso anterior, a su obra en prosa. La estrofa utilizada es la cuaderna vía o tetrástrofo monorrimo, la empleada por el mester de clerecía.
[4] Juan de Mena (1411-1456); nótese la imitación acentual del Laberinto de Fortuna o Las trescientas, cuyo primer verso, que tengo grabado de mi manual de BUP, decía aquello de Al muy prepotente don Juan el segundo; este tipo de estrofa se denomina copla de arte mayor castellano.
[5] Cita literal del penúltimo verso de la copla doscientos seis del Laberinto de Fortuna.
[6] Íñigo López de Mendoza, I marqués de Santillana (1398-1458). Aquí Rubén imita el estilo de las serranillas (la más famosa de las cuales comienza diciendo aquello de Moça tan fermosa / no vi en la frontera / como una vaquera / de la Finojosa) más que el de la Comedieta de Ponça o el de los Sonetos fechos al itálico modo.
[7] Jorge Manrique (1440-1479), del que Rubén –es obvio– imita las coplas de pie quebrado o sextillas manriqueñas de las Coplas a la muerte de su padre. ­
[8] Garcilaso de la Vega (1503-1536), introductor en España de la métrica italiana: de ahí que la forma estrófica elegida sea un soneto.
[9] Fray Luis de León (1527-1591). La forma estrófica que Rubén emplea en esta sección es la lira, inventada por Garcilaso de la Vega en su canción V, “A la flor de Gnido” ­–cuyo primer verso reza Si de mi baja lira, de donde toma el nombre– pero muy usada por fray Luis, p. ej., en su “Oda a Salinas”.
[10] Fernando de Herrera, llamado El Divino (1534-1597), autor de Relación de la guerra de Chipre y suceso de la batalla naval de Lepanto (Sevilla, 1572) donde se incluye una célebre composición a la que Rubén se refiere un poco más adelante: “Canción en alabança de la Divina Magestad por la victoria del señor don Juan en la batalla de Lepanto”. Hoy en día Herrera es considerado como el principal eslabón de la cadena que une el petrarquismo garcilasiano con el culteranismo gongorino y casi se le recuerda más como editor de Garcilaso (Obras de Garcilaso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera, Sevilla, 1580) que como poeta laureado, según figura en los grabados de la época: una revisión de su obra no estaría de más. En otro orden de cosas, la estrofa empleada en esta sección es una lira, de origen garcilasiano según apunto en la nota anterior.
[11] Lope de Vega Carpio (1562-1635), llamado el Fénix de los ingenios, el poeta más popular en vida y tras su muerte de todo el parnaso español –el único que podría disputarle el título sería, quizá, Federico García Lorca–. Tal vez por este carácter popular de la lírica lopesca la estrofa elegida sea un romancillo en heptasílabos. Los versos que a la vida del campo / alaba en dulces versos hacen referencia al tópico del menosprecio de corte y alabanza de aldea, muy presente en toda la literatura barroca y en Lope, p. ej., en el romance “A mis soledades voy”.
[12] Rubén dedica una sección entera al culteranismo, modalidad del barroco hispano que se caracteriza por su complejidad sintáctica (el hipérbaton es, tal vez, la figura literaria que jamás habría de faltar en un poema culterano), su recurrente uso de cultismos latinos y griegos (de ahí su denominación) y, en la misma línea, sus constantes referencias a la mitología clásica. Opuesto tradicionalmente al conceptismo –cuyos representantes más característicos son Quevedo y Gracián–, la crítica actual, señalando rasgos conceptistas en autores tradicionalmente clasificados como culteranos y rasgos culteranos en los considerados como conceptistas, ha abandonado tal distinción que solo se mantiene con fines pedagógicos.
[13] Los hermanos aragoneses Lupercio (1559-1613) y Leonardo Bartolomé de Argensola (1562-1631). Nótese que Rubén no los considera como poetas culteranos, sino que señala que su estilo fluido, claro y magnífico fue sustituido –al igual que el de Garcilaso y Herrera, mencionados en las estrofas inmediatamente anteriores– por el culteranismo.
[14] Luis de Góngora (1561-1627), el enorme poeta que no será reivindicado hasta que los miembros de la llamada Generación del 27 (precisamente por la conmemoración del tricentenario de su fallecimiento) salgan en su decidida defensa. Resulta un buen indicio del olfato poético de Rubén que en una fecha tan temprana como 1882 imite no al Góngora de estilo claro, sino al del estilo oscuro (al de las Soledades y el Polifemo). Pero tampoco hay que forzar la interpretación: en las cuatro estrofas con las que se inicia la sección se contraponen las virtudes de la poesía renacentista y tardorrenacentista con los acres frutos provocados por la aparición de un ingenio grande, el propio Góngora. Dicha contraposición queda subrayada por el cambio métrico: romancillo en heptasílabos en la primera parte, soneto en la segunda.
[15] Francisco de Quevedo (1580-1645), quizá el más grande sonetista –de ahí la estrofa adoptada por Rubén– en lengua castellana: y si no me cree, amigo lector, le insto a que examine con detenimiento el soneto cuyo primer verso es Cerrar podrá mis ojos la postrera. Y luego hablamos. En otro orden de cosas, característico de su estilo es la contraposición de conceptos (de donde surge la denominación de conceptismo) como la que aparece en el primer verso del segundo cuarteto (ríe alegre, triste llora). El último verso del primer terceto alude a su enfrentamiento estético y –sobre todo– personal, con Góngora: nótese el adjetivo nulo que acompaña a gongorismo para esclarecer el punto de vista de Rubén, según he señalado en la nota anterior.
[16] Vicente Espinel (1550-1624), quien hoy solo sale en los libros como creador de la décima o espinela, que es la estrofa utilizada en esta sección.
[17] Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), una de las cumbres de la escena europea (La vida es sueño lleva obsesionando a todos los autores teatrales y directores de escena desde que fue redescubierta por los románticos alemanes), por lo que en la actualidad su producción estrictamente lírica es prácticamente desconocida en detrimento de su producción dramática; en este sentido, Calderón es mucho más dramaturgo que poeta, independientemente de que todas sus obras estén en verso. La estrofa utilizada en esta sección es un romance.
[18] Esta sección, dedicada al siglo XIX –es decir, a la literatura que para el autor era contemporánea– está constituida por cinco décimas; las tres primera se centran en la poesía española, las dos últimas, en la hispanoamericana.
[19] Manuel José Quintana (1772-1857), poeta ilustrado y prerromántico que también desarrolló una importante actividad política.
[20] Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880), cuyo nombre se asocia en la actualidad más a su drama Los amantes de Teruel que a su obra poética.
[21] Ventura de la Vega (1807-1865), lírico y dramaturgo cuyas obras más conocidas son El hombre de mundo y el libreto de la zarzuela Jugar con fuego de Francisco Asenjo Barbieri.
[22] Probablemente José Velarde (1848-1892).
[23] Gaspar Núñez de Arce (1832-1893), poeta de la segunda mitad del XIX y, sobre todo, político.
[24] Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), recordado en los manuales como el único comediógrafo notable del Romanticismo español, tan saturado de dramaturgos y trágicos. Mi compañera Saray, con quien comparto asignatura, ha tenido el buen gusto de recuperar su obra poética en un precioso librito con el que me felicitó el día del libro de este año, así que, en este caso, no puedo –ni me da la gana– obviar la referencia bibliográfica: Bretón de los Herreros, Manuel: Poesías.- Selección y prólogo: Saray García Sáenz.- [Ediciones del 4 de agosto] (Planeta Clandestino n.º 123), [Logroño 2013].- 84 págs., 1 ilustr. en negro (15 x 10,5).
[25] Antonio de Trueba (1819-1889), conocido en su época como Antonio el de los Cantares.
[26] Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), cuyas Rimas, a las que se refiere este verso, se publicaron póstumamente en forma de libro en 1871, es decir, once años antes de que Rubén compusiera este poema.
[27] Ramón de Campoamor (1817-1901), cuyo nombre suele figurar en los libros de texto junto con el de Núñez de Arce –eso sí, ambos en cuerpo menor– como el poeta más destacado de la segunda mitad del XIX, excepción hecha del mencionado Bécquer y de Rosalía de Castro.
[28] Se refiere a la montaña boliviana de Illimani: por eso saluda al Pirineo.
[29] Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873). Creo que en este caso Rubén barre para su casa americana: la poetisa nació en Cuba, se instaló en España a los veintidós años y murió en Madrid, por lo que, desde un punto de vista geográfico, fue cubana, pero desde el político, fue española: recuérdese que la independencia de Cuba se producirá en 1898, dieciséis años después de la redacción de este poema. Podrá argüirse que cojo el rábano por las hojas, pero pienso que al poeta nicaragüense se le ve, en este caso, el plumero americanista: el anteriormente mencionado Ventura de la Vega nació en Buenos Aires cuando la ciudad argentina aún pertenecía al virreinato de La Plata y es enmarcado por Rubén dentro de la literatura española mientras que a la Avellaneda ya la hace pertenecer a la literatura hispanoamericana.
[30] José Mármol (1817-1871), argentino, también político y diplomático.
[31] Andrés Bello (1781-1865), de origen venezolano pero nacionalizado chileno, fue un autor que cultivó la poesía, la jurisprudencia, la historia y la gramática, entre otros campos del saber. De enorme influencia ideológica y política, no hay estudiante de filología española que no se haya vuelto loco con su nomenclatura de los tiempos verbales: copretérito, antecopretérito, antefuturo, antepresente…
[32] José Joaquín de Olmedo (1780-1847), ecuatoriano, autor del Canto a Junín que se cita en este mismo verso.
[33] José María Heredia (1803-1839), nacido en Cuba pero cuya carrera política y literaria se desarrolló en México; entiendo que el apellido va en plural –a diferencia de los que le siguen– porque Rubén también incluye en él a su sobrino José María de Heredia (1842-1905), asimismo de origen cubano pero cuya vida y obra transcurrieron en Francia hasta el punto de que es uno de los padres del parnasianismo francés, movimiento que –según se sabe– influyó decisivamente en el nacimiento de la poesía modernista y, en particular, en la de Rubén Darío.
[34] Creo que Miguel Antonio Caro (1843-1909), colombiano.
[35] Ricardo Palma (1833-1919), peruano, más recordado hoy como prosista. No puede referirse a su hijo Clemente Palma (1872-1946) porque en 1882 este solo contaba diez años de edad.
[36] José Manuel Marroquín (1827-1908), colombiano.
[37] Creo que la estrofa utilizada en esta última sección, con función de cierre y con la mirada puesta en el futuro, responde a una invención del poeta: se trata de siete versos heptasílabos y endecasílabos con rima consonante de acuerdo con el esquema 7a 7b 11A 11B 7a 11C 11C.

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