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martes, 18 de agosto de 2020

Sobre Luis Landero, o el contador de historias

Luis Landero

Este es mi tercer verano Landero consecutivo. En el de 2018 lo descubrí con Juegos de la edad tardía: retraso verdaderamente imperdonable por cuanto se trata de su ópera prima, de 1989, que entre pitos y flautas solo terminó llegando a mis manos cuando Cátedra publicó una magnífica edición anotada1. En 2019 le tocó el turno a su segunda novela, Caballeros de fortuna (1994)2, que confirmó el asombro que me había producido la primera, así que este año me he leído, en poco más de mes y medio, cuatro de sus títulos: el volumen autobiográfico El balcón en invierno (2014)3, la divertidísima novela La vida negociable (2017)4, su último libro Lluvia fina (2019)5 y el opúsculo no venal que acompañaba a este último como oferta promocional, Antes de la lluvia (2019)6. O sea que si la solapa de Lluvia fina no presenta errores u omisiones, me quedan las novelas El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007), Retrato de un hombre inmaduro (2010) y Absolución (2012), el ensayo Entre líneas: el cuento o la vida (2000) y el libro de relatos ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (2004), lo que hago constar aquí como recordatorio personal para poderlo consultar cuando me vaya de librerías.

Decir, treinta años después de su publicación, que Juegos de la edad tardía es una novela absolutamente prodigiosa es una obviedad. Así que no lo diré. Pero que la lectura de sus algo más de seiscientas páginas en algo menos de una semana (en verano, mi productividad lectora se incrementa hasta límites de los que me siento verdaderamente orgulloso) constituyó una de las experiencias literarias más gratificantes y enriquecedoras de la última década, eso sí lo digo. La trama gira en torno a un personaje, Gregorio Olías, que lleva una existencia gris hasta que comienza a construirse una segunda vida como poeta de éxito con tal fortuna que es creído por un segundo personaje, Gil, más oscuro que el propio Gregorio, que comienza a creer en sus mentiras, a admirarlo y a generar una realidad paralela que entronca en la propia realidad de Gregorio, cuya vida se ve afectada (incluso de forma dramática) por la incursión de lo fingido en su propia cotidianidad; podría haber sido una narración simplemente metatextual y teórica (el prólogo a la edición citada en nota no cesa de señalar las fuentes de las que bebe, entre ellas, Cervantes, Rabelais, Flaubert o Borges) pero es una novela fresca, divertida, un prodigio de creación, un piélago inagotable de historias, de personajes, de desarrollos narrativos y de anécdotas que la hacen irrepetible.

Gregorio Olías y Gil aparecen en un pequeño cameo de Caballeros de fortuna, novela coral centrada en cuatro personajes: don Belmiro Ventura y Vega, un metódico profesor de historia en un instituto de enseñanzas medias, con una vida aburrida cuya única peculiaridad consiste en ser descendiente de un conquistador de Chile; Amalia Guzmán, la joven maestra del pueblo; Esteban Tejedor Estévez, un débil mental que se dedica a repartir la leche por la localidad; y Luciano Obispo Rebollo, presunto hijo místico de san Luciano Obispo y destinado a la santidad desde su mismo nacimiento. Los intereses de don Belmiro y de Luciano se contraponen por el amor de Amalia, mientras que los de don Belmiro y Esteban, por un presunto tesoro traído por el conquistador, tesoro al que Esteban cree tener derecho; este juego de fuerzas lleva a la alianza por interés de Esteban y Luciano en contra de don Belmiro, el cual, por otro lado, con enamorarse de Amalia a sus sesenta años ya tiene bastante. En esta docena de líneas resulta literalmente imposible reflejar la desbordante imaginación que Landero despliega a la hora de crear las tramas que unen a los cuatro personajes y las subtramas colaterales con las que se enlazan a los numerosos personajes secundarios: solo una lectura detenida del texto permite adentrarse en los pormenores de cada una de ellas.

La vida negociable es una novela protagonizada y narrada por Hugo Bayo, un individuo al que todo el mundo le augura un porvenir envidiable como peluquero, a pesar de lo cual él, con su afán fantasioso de medrar en distintos campos, no hace sino fracasar, fracasar y fracasar en cada uno de los negocios que emprende; además y esto es relevante todos los avatares de su vida se basan en una falsa interpretación de un hecho de su infancia, hecho que no se descubre hasta el final. En último término, La vida negociable es una actualización paródica de la novela picaresca: se trata de una narración autobiográfica de un hijo de padres sin honra −según se desprende de la primera parte, en que Hugo se remonta a su infancia y adolescencia−, que va de amo en amo de oficio en oficio en busca de una fortuna que no acaba de llegar. Hay dos elementos del texto que no quiero omitir: su habilidad narrativa algunos giros de guion están verdaderamente conseguidosy su humor: por mucho que el protagonista sea un desgraciado de marca mayor (o quizá por eso) la sonrisa siempre pende los labios del lector, excepto cuando la risa la sustituye abiertamente.

Su última novela hasta el momento, Lluvia fina, tiene un carácter algo distinto: es una narración intimista protagonizado por una mujer, Aurora, que recibe las confidencias de sus dos cuñadas, Sonia y Andrea, a partir de las que reconstruye el pasado de la familia de estas, una familia que parece normal pero detrás de la cual y de sus historias, contadas reiteradamente, se descubren personalidades retorcidas, sórdidas e incluso en algún caso depravadas. Landero comienza el libro con un tono divertido que lo emparenta con el de sus obras anteriores, pero conforme va discurriendo el relato la repetición morosa de las mismas historias con variaciones infinitesimales pero perceptibles va calando, como si fuera una lluvia fina, en el ánimo del lector hasta que el tono inicial ha desaparecido completamente en la última página.

En la lectura de las cuatro obras reseñadas creo haber encontrado dos elementos comunes. El primero es la asombrosa capacidad de Landero para crear y contar historias como si fuera la cosa más fácil del mundo. En El balcón en invierno y en Antes de la lluvia revela de dónde le viene esa capacidad y cómo construye sus argumentos. Todos los manuales de historia literaria española señalan como uno de los atributos comunes a la novela posterior a 1975 la recuperación del gusto por contar historias frente al experimentalismo −a veces vacío, en otras extraordinariamente fructífero7que caracteriza la década de los sesenta y primeros setenta. Pues bien, si esto es así, a Landero le cabe el honor de ser uno de los que mejor cuentan historias, tanto en cantidad como en calidad.

El segundo elemento que a mi juicio reaparece a modo de tema recurrente es que las historias más o menos fingidas que se cuentan se insertan en la realidad de los personajes hasta transformarla: la falsa identidad como poeta creada para sí por Gregorio Olías es asumida como real por Gil hasta el punto de irrumpir violentamente en la vida de Gregorio; el repartidor de leche de Caballeros de fortuna se enfrenta al profesor de instituto por la posesión de un tesoro en cuya existencia cree −pero que en realidad no existe− y se alía con Luciano, fruto de las relaciones místicas entre el espíritu de un santo obispo y su madre, relaciones evidentemente inexistentes pero cuyo fruto tiene naturaleza real; toda la vida del peluquero de La vida negociable se asienta sobre un error de interpretación de un hecho pasado, un error de incalculables consecuencias vitales para el protagonista; y las historias repetidas una y otra vez en Lluvia fina pasan a formar parte de la cotidianidad de Aurora, Sonia y Andrea sin que a partir de cierto momento el lector pueda llegar a discernir hasta qué punto son reales o hasta qué punto constituyen una especie de mitos fundacionales sobre los que se asienta la existencia misma de la familia de la que forman parte los personajes.

Quien siga con cierta regularidad las entradas de este blog se habrá percatado quizá de que uno de los temas que aparecen en el mismo de manera más o menos asidua es el límite entre la realidad y la ficción, en cómo lo ficticio se convierte en real y lo transforma en direcciones que a priori no podían preverse: aparece en Cervantes, en Borges, en Cortázar, en Umberto Eco, en Buero Vallejo, en Roberto Bolaño, en Pérez-Reverte. Tal vez esa sea la razón por la que disfruto tanto leyendo las historias que cuenta Luis Landero.

1 Landero [Durán], Luis: Juegos de la edad tardía.- Edición de Elvire Gómez-Vidal Bernard.- Cátedra (Letras Hispánicas n.º 801), [Madrid 2018].- 772 págs., ilustr. en negro (18 x 11).

2 Landero [Durán], Luis: Caballeros de fortuna.- Planeta (Nuestros clásicos contemporáneos 1994), [Barcelona 1998].- 319 págs. (21 x 13).

3 Landero [Durán], Luis: El balcón en invierno.- Tusquets editores (Maxi n.º 006/5), [Barcelona 32017].- 253 págs. (19 x 12,5).

4 Landero [Durán], Luis: La vida negociable.- Tusquets editores (Maxi n.º 006/6), [Barcelona 2018].- 335 págs. (19 x 12,5).

5 Landero [Durán], Luis: Lluvia fina.- Tusquets editores (Andanzas n.º 939), [Barcelona 122020].- 269 págs. (22,5 x 15).

6 Landero [Durán], Luis: Antes de la lluvia.- Tusquets editores, [Barcelona 2019].- 62 págs. (18,5 x 13).

7 En este aspecto hay que ser extremadamente cauto: no se puede meter todo el experimentalismo en el mismo saco. La novela que dio el pistoletazo de salida en España a la experimentación narrativa, Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín-Santos, presenta un argumento que en no pocas ocasiones puede calificarse de folletinesco. En 1972 se publica La saga/fuga de J.B. de Gonzalo Torrente Ballester, novela en que las innovaciones formales no parecen conocer límites y, al mismo tiempo, con una historia delirante, absolutamente divertida y que, cuando se ha conseguido vencer dichas innovaciones, engancha como pocas. Al año siguiente aparece Si te dicen que caí, única novela claramente experimental del recientemente desaparecido Juan Marsé, otro contador nato de historias, un novelista de raza: compruébese si se duda en obras tan distintas y tan separadas en el tiempo como la inolvidable Últimas tardes con Teresa (1966) o El embrujo de Shangai (1993). Y todos los manuales sitúan el comienzo de la nueva etapa, la novela de la España democrática, en La verdad sobre el caso Savolta (1975) de Eduardo Mendoza, que es la obra en que el autor hace un mayor uso de las técnicas narrativas heredadas de los sesenta, al servicio, eso sí, de un argumento policíaco enmarcado en la Barcelona de finales de la década de 1910.