lunes, 5 de septiembre de 2016

"Ventajas de viajar en tren"



Hilarante. Transgresora. Irreverente. Políticamente incorrecta. Gamberra. Esquizoide. Son los primeros adjetivos que me vienen a la cabeza para describir Ventajas de viajar en tren de Antonio Orejudo[1]. Advertencia: si es usted una persona biempensante que no quiere problemas morales con sus lecturas, no siga leyendo esta entrada, no vaya a ser que le pique la curiosidad, se haga con un ejemplar, lo devore y luego me culpabilice de haberle escandalizado. Hablo en serio: declino toda responsabilidad.
Es una novela publicada en 2016, ya hace cierto tiempo. Sin embargo, creo que no ha encontrado en manuales, monografías, antologías y crestomatías varias el lugar que le corresponde. Porque es magnífica; según leo en algún sitio, Juan José Millás la calificó de obra maestra. Puede ser. Lo es.
Vamos con el argumento, si es que lo tiene. La novela consta de tres secciones que parecen inconexas tan solo en una primera lectura; una vez que se conoce el plan general de la obra todas las piezas encajan. En la primera sección Helga Pato ­­–el nombre ya es todo un hallazgo–, una mujer que acaba de dejar internado a su marido en una clínica psiquiátrica, conoce en el tren que la lleva de vuelta a casa a un individuo que dice ser Ángel Sanagustín, uno de los médicos del sanatorio; el tal Ángel pasa el tiempo del viaje contándole su vida y la de su paciente más curioso a la señora Pato, narración que abunda en peripecias increíbles, absurdas y escatológicas. Al principio de la segunda sección nos enteramos de que la tal Helga Pato es una editora de obras de ficción –de narrativas, como se les llama a lo largo de todo el texto– y de cómo ha sido la problemática relación con su marido recién ingresado –este es un sesudo escritor de éxito de nombre muy corto: W–. La segunda sección continua con una serie de narrativas que el tal Sanagustín ha dejado en poder de Pato, narrativas presuntamente escritas por sus pacientes de la clínica y que, de acuerdo con las teorías que maneja, permiten entrever los síntomas de las enfermedades mentales que padecen. En la tercera sección se hilvanan –muy satisfactoriamente– todos los hilos argumentales que se han ido dejando sueltos en las secciones primera y segunda, así que no incidiré demasiado en ella por no destripar más la trama.
Contado así, la novela no parece gran cosa. Pero lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Así, por ejemplo, en la segunda sección, las narrativas de los enfermos mentales son el despiporre: verbigracia la última, en la que un negrito del África tropical relata sus desventuras para atravesar el continente y llegar a España con la ilusión de ser fichado por el Real Madrid, debería mover a pensamientos y sentimientos más nobles que los provocados por el autor, que consigue que el lector se ría de todas las desgracias que le pasan al negrito. Por eso he escrito que se trata de un libro políticamente incorrecto: hay fragmentos como el citado que no podrían ser leídos ante determinadas asambleas sin riesgo de ser lapidado.
Pero creo que la novela es salvable –y recomendable– porque la comicidad se consigue no a partir de los hechos que narra, sino de los recursos lingüísticos que se emplean para ello, recursos que básicamente radican en la inadecuación entre el contenido narrado y el registro empleado en la narración. En la narrativa resumida en el párrafo anterior, la reiteración de sintagmas como negrito del África tropical –si usted, querido lector, es demasiado joven, no reconocerá la tonada del anuncio de Cola Cao al que hace referencia– o de entidad blanca –para referirse al Real Madrid[2]– o la creación de invenciones verbales como Mondipobri Internacionale Asoziation como nombre de la espuria ONG  que explota a los inmigrantes que intentan llegar a Europa[3] son lo que provocan el tono paródico. Hay otro momento inolvidable en el que uno de los personajes explica su teoría de que los poderes ocultos que controlan el planeta lo hacen examinando el contenido de la basura de cada humano; esto lo aprendió cuando trabajaba de basurero:
Yo he sido cinco años basurero. Cuando ingresé en el cuerpo me asignaron un camión y un par de compañeros, Paco Platero y el Gota. Platero era pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. El Gota era todo lo contrario.[4]
La cita de Platero y yo, en ese contexto –si el lector sabe reconocerla: antes venía en todos los manuales escolares, ahora ya no estoy tan seguro– es la base en que se fundamenta el mecanismo paródico. Un último ejemplo: en determinado momento, Helga Pato publica la novela Lobotomía del escritor primerizo Ander Alkarria; cuando se reproduce la crítica aparecida en prensa, el lector se da cuenta de que no se halla ante un texto periodístico sino ante un ejercicio escolar de un alumno de secundaria no especialmente dotado para estas lides; ahí va un fragmento:
El lenguaje es muy rico y variado abundando los nombres comunes o sustantivos, los adjetivos calificativos y los verbos como mirar, decir, pensar, etcétera, por ejemplo. […] Mi opinión personal en resumen es que el libro está bastante bien y trata problemáticas actuales con un lenguaje rico y variado como he mencionado.[5]
Ventajas de viajar en tren es un ejercicio de estilo, divertidísimo, pero en último término un ejercicio de estilo. Su unidad constructiva básica no es la palabra ni el enunciado sino el texto, el fragmento de un texto o la referencia a otro texto o a otra modalidad textual –creo que ya hablé algo de esto en la entrada que le dediqué a Umberto Eco–: por algo su autor, además de tener una imaginación portentosa y de ser un cachondo mental, es filólogo.


[1] Orejudo [Utrilla], Antonio: Ventajas de viajar en tren.- Punto de Lectura (n.º 159/2), [Madrid 2001].- 151 págs. (17,5 x 11).
[2] Alguien debería tomarse en serio el estudio de la utilización de los tropos por los periodistas deportivos: entidad blanca, colchonero, arquero, cancerbero… son usos lingüísticos que tienen su aquel y que, por lo menos, sirven para echarse unas risas.
[3] Firmaba Mondipobri Internacionale Asoziation, ya que según el jefe estaba comprobao que había que poner un nombre de inglés o de italiano a estas cosas pa que la gente se las crea, y yo me mondo, […]. (pág. 124 de la ed. cit.).
[4] Pág. 55.
[5] Págs. 74-75.

domingo, 28 de agosto de 2016

Sobre "Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial" de Jaroslav Hašek


El soldado Švejk

Cuando se visita Praga, uno se encuentra –como en todas las ciudades de gran afluencia turística– con multitud de tiendas, puestos y puestecillos dedicados a la venta de recuerdos; en prácticamente todos se encuentra ­–además del reloj astronómico del ayuntamiento de la ciudad vieja y la inconfundible silueta de Nuestra Señora de Týn– la figura de un soldado de uniforme gris, siempre sonriente, más o menos rechoncho, que suele sostener una pipa con una mano y una jarra de cerveza con la otra; está en todos los formatos: pegatinas, carteles, imanes de nevera ­–lo tengo, me lo trajo una muy buena amiga que ya salió por aquí en la segunda de las entradas dedicadas a Gaboriau– o marionetas ­–me encanta la que me regaló mi hermana tras una de las varias ocasiones en que ha visitado la ciudad, marioneta con la que ilustro esta entrada–. Se trata del soldado Švejk, probablemente el personaje más importante de toda la literatura en lengua checa.
En alguna ocasión he manifestado mi interés ante el catálogo de la editorial Acantilado; cuando el 2 de marzo de 2016  anunció en su página de Facebook la publicación de Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial[1] me hice rápidamente con un ejemplar y reservé su lectura para las vacaciones de verano; no era para menos: sus más de ochocientas páginas llenas de antropónimos en checo y de topónimos en checo, en alemán y en húngaro me daban un cierto reparo inicial. Su lectura me ha ocupado algo más de diez días: han sido diez días magníficamente empleados.
Llegados a este punto de la entrada suelo resumir el argumento del libro que me ocupa. Hoy será fácil: prácticamente no hay argumento central; o lo hay de forma muy tenue; lo que hay son episodios unidos por su personaje central, el soldado Švejk, que es el hilo conductor de toda la narración. Así que voy a presentarlo: el soldado Švejk es tonto, completamente tonto. Es, probablemente, el idiota más grande de la literatura universal; y por eso aparece como un hombre que, en medio de la mayor matanza conocida por la humanidad hasta ese momento –la primera guerra mundial– aparece siempre sonriente, como ya he señalado en el primer párrafo. Le pasan cosas tremendamente dramáticas, incluso trágicas, pero él nunca pierde su buen humor; al lector solo le quedan dos opciones: o considerar que se trata de uno de los mayores filósofos que ha conocido el mundo o pensar que es un imbécil de marca mayor. Ante semejante despliegue de estulticia los demás personajes –casi todos militares, por supuesto– se suben por las paredes, pero el lector se lo pasa en grande y en algunos momentos –por lo menos, a mí me pasaba– estalla en carcajadas.
La novela fue publicada por Jaroslav Hašek por entregas, entre 1921 y 1923; consta de cuatro libros, el último de los cuales está inacabado por el fallecimiento del autor. El primero de ellos se ambienta en la Praga de la retaguardia y al final del mismo aparece el segundo personaje por importancia del relato, el contrapunto del protagonista, el teniente primero Lukáš, de quien Švejk es nombrado asistente; los otros tres libros cuentan los continuos desplazamientos de la unidad militar en que ambos están encuadrados hacia el frente de Galitzia –la región fronteriza entre el Imperio Austrohúngaro y la zona de Polonia controlada por Rusia–, frente al que nunca acaban de llegar. La publicación por entregas permitió al autor una estructura abierta del relato: da la impresión de que el plan argumental inicial era mínimo y de que Hašek iba uniendo peripecia tras peripecia según se le iban ocurriendo; por eso, aunque la novela esté inacabada no pierde nada de su interés: el foco de atención del lector no está orientado hacia el desenlace de la historia, sino hacia cada de las secuencias que la conforman; es, por intentar clarificarlo mejor, una estructura narrativa más cercana al Quijote que a una novela policiaca clásica.
Jaroslav Hašek
El tono recurrente del relato es el paródico y los objetos recurrentes de la parodia son las desaparecidas instituciones imperiales, en particular y de manera principal, el ejército; toda la jerarquía, desde las clases de tropa que tienen cierta parcela de poder –asistentes, cocineros y furrieles– hasta la cúpula del mismo –el emperador Francisco José I– se mueve por motivos que poco tienen que ver con el patriotismo y el honor castrense: el más repetido, conseguir comida y bebida; el más explicable, lograr escaquearse del servicio en el frente. Pero si hay algún motivo paródico transversal es la mastodóntica, ineficaz y ridícula burocracia militar: los personajes se pasan todo el tiempo rellenando estadillos e informes, recibiendo circulares e instrucciones y utilizando claves absolutamente descabelladas y ya obsoletas cuando las guerras napoleónicas; nada de ello sirve para gran cosa. En la cúspide del despropósito que todo ello supone, el cuerpo que peor parado sale es el de los capellanes castrenses: descreídos, materialistas, obscenos y continuamente borrachos, constituyen la antítesis de lo que debería esperarse de un sacerdote católico.
Cuando se visita Praga, a uno le enseñan en el callejón del Oro la casita donde vivió Kafka; en la plaza Wenceslao, la aseguradora donde Kafka trabajó durante algunos meses. Parece que todo en la historia literaria de la ciudad –incluido el mito del Golem, un buen tema para una posible entrada futura, me lo apunto– lleve a Kafka, y de Kafka parta todo. Posiblemente y en buena medida sea así, pero hay un detalle importante: la obra de Kafka pertenece, por la lengua en que está escrita, a la literatura alemana; la de Jaroslav Hašek, a la literatura checa. La posibilidad de traducir del alemán a cualquiera de las otras lenguas europeas siempre ha sido bastante menos ardua que traducir del checo. Atribuyo a esta circunstancia el desconocimiento de Hašek[2]. Si esta nota sirve para despertar en algún lector la curiosidad hacia la obra objeto de estas líneas habrá cumplido su función.


[1] Hašek, Jaroslav: Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial [Osudy dobrého vojáka Švejka za světové války].- Traducción del checo de Fernando de Valenzuela.- Acantilado (Narrativa del Acantilado n.º 268),  Barcelona 2016.- 816 págs., 3 mapas en negro (21 x 13,5).
[2] Solo como ejemplo –en modo alguno como demostración– de este desconocimiento, sugiero que el lector compare el contenido de la página dedicada a Hašek en la versión inglesa de la Wikipedia, tampoco demasiado extensa, y en la versión española, verdaderamente minúscula.