Vaya por delante, antes de que sigan leyendo: me encanta
Pérez-Reverte. Desde el siglo pasado: desde La
tabla de Flandes (1990), El club
Dumas (1993) y La piel del tambor (1995).
Y me encanta porque sabe hacer como nadie lo que se le debe pedir a un
novelista: contar historias que interesen, que enganchen, que atrapen. Por eso
suelo comprar cada novela suya nada más salir, sin esperar críticas ni reseñas –solo
lo hago con él y con Eduardo Mendoza, al que habrá que dedicar una entrada más
pronto que tarde– pero espero a tener momentos especiales para saborearla:
momentos en los que sepa con cierta seguridad que voy a disponer del tiempo
para dedicar cuatro o cinco horas seguidas a leer sin que me interrumpa un
trabajo inaplazable o una visita inesperada. Esa es la razón por la que a Hombres buenos[1],
novela cuya primera edición –la que tengo– es de marzo de 2015, haya esperado
hasta julio de 2016.
Vayamos primero con lo más visible de la novela, el
argumento. Luego iremos a la carpintería narrativa. La trama gira en torno a
don Hermógenes Molina y al almirante don Pedro de Zárate, académicos de la Real
Academia de la Lengua, que, a finales del reinado de Carlos III, reciben el
encargo de sus colegas de viajar hasta París con objeto de adquirir los
veintiochos volúmenes de la Enciclopedia francesa
original (1751-1772); sin embargo, otros académicos –don Justo Sánchez Terrón y
don Manuel Higueruela, en particular– quieren impedir el éxito de la empresa
por distintas razones. El nudo de la historia lo constituyen las aventuras de
Molina y de Zárate para cumplir el cometido del encargo evitando las asechanzas
maquinadas por sus colegas; y puesto a contar aventuras, Pérez-Reverte no tiene
dificultades: con un ritmo narrativo impecable y con una magistral
caracterización de personajes y ambientes, la novela no se lee de una tacada
porque son quinientas ochenta y cinco páginas en un cuerpo no demasiado grande.
Real Academia Española |
Vamos con la carpintería, que es, desde mi punto de vista,
lo más novedoso. En secciones intercaladas en medio de la narración principal,
Pérez-Reverte nos deja ver la trastienda del oficio de novelista: nos cuenta cómo
encontró en la biblioteca de la Academia el ejemplar de la Enciclopedia traído desde París por Molina y Zárate, los hombres buenos del título; cómo va
inquiriendo sobre los hechos históricos que relata, sobre los personajes reales
que aparecen en las distintas páginas –desde los cuatro citados hasta los
secundarios de peso que van apareciendo: el conde de Aranda, d’Alembert, el
barón d’Holbach, Choderlos de Laclos…–, sobre la reconstrucción de los caminos
y de las ventas que hay entre Madrid y la capital de Francia, de las calles del
París prerrevolucionario, de sus cafés… Exhibe una erudición verdaderamente
notable citando libros, autores, colecciones de mapas que le han servido para
la ambientación histórica del relato. Uno, que es historiador, se queda
pasmado: solo reconoce sobre poco más o menos de la mitad de los títulos y
autores citados y se muere de envidia ante semejante despliegue de conocimientos
sobre la época. Y cuando Pérez-Reverte no encuentra el libro que necesita,
transcribe la entrevista mantenida con el erudito que puede ayudarle a
localizarlo; la mayor parte, con sus colegas académicos –Víctor García de la
Concha, que es quien le informa de cómo llego la Enciclopedia a la Academia; Gregorio Salvador, que le da pormenores
sobre la vida y la obra de Molina y Zárate; Francisco Rico, que lo sabe todo
sobre todo…–[2],
pero también con libreros de viejo de París –la que más aparece, Chantal
Keraudren– que la ayudan a encontrar una documentación histórica de dificil
hallazgo en España.
Con esta técnica el lector tiene en sus manos dos relatos a
la vez: la intriga ambientada en el XVIII y la que cuenta cómo el novelista,
metido a historiador, reconstruye esa intriga; cuando comenté con un querido
amigo –doctor en clásicas, por más señas– lo original de esta forma de narrar
me señaló acertadamente que, a su juicio, la primera vez que se empleó en la
historia literaria española fue en Soldados
de Salamina (2001) de Javier Cercas. En cualquier caso, lo que
Pérez-Reverte consigue es fundamentar sólidamente la verosimilitud histórica de
lo que cuenta y darles entidad literaria a personajes de existencia real: los
académicos contemporáneos son bastante conocidos; el propio conde de Aranda ya
ha salido en alguna entrada de este blog. A los cuatro
protagonistas –Molina, Zárate, Sánchez Terrón e Higueruela– no los conocía,
pero tampoco soy especialista en la historia de la Academia a finales del
XVIII. Afortunadamente, a principios del XXI tenemos internet –la biblioteca
infinita soñada por Borges–, así que decidí informarme sobre su vida y obra; es
fácil: en el sitio web de la RAE hay una sección dedicada a registrar los
académicos que ha tenido la institución[3];
es un listado por orden cronológico –basta ir a la segunda mitad del siglo
XVIII para hallarlos– pero también dispone de un cómodo buscador que facilita
encontrar la biografía que se necesita; haga el lector como hice yo: después de
haber leído la novela, introduzca en ese buscador los nombres de Molina, de Zárate, de Sánchez Terrón o
de Higueruela y no salga de su
asombro ante el resultado, como yo no salía del mío.
Sé, porque así lo ha declarado en muchas ocasiones, que a
Pérez-Reverte le apasiona el Quijote. Los
contemporáneos de la obra cervantina llegaron a creer en la existencia real de
Alonso Quijano el Bueno; Cervantes se
aprovechó de esa creencia para mezclar, en la segunda parte de la novela, los
planos real y ficticio –sobre este asunto ya reflexioné en una entrada anterior–; Pérez-Reverte ha reproducido
con éxito la hazaña: la mezcla de planos en Hombres
buenos está tan sabiamente dosificada que uno ya no sabe a qué libro, a qué
cita, a qué referencia bibliográfica, a qué autor dar crédito y a cuál no; ya
no sabe qué es real y qué es producto de la imaginación del novelista.
Ya dudo de todo: solo creeré que existe un ejemplar de la Enciclopedia en la biblioteca de la RAE
cuando lo vea con mis propios ojos.
[1]
Pérez-Reverte
[Gutiérrez], Arturo: Hombres buenos.- Alfaguara, [Madrid
2015].- 585 págs. (24 x 15).
[2]
Esta secciones son
verdaderamente deliciosas: todos los académicos parecen estar convencidos de
que Pérez-Reverte está escribiendo una novela policiaca ambientada en la RAE en
la que la víctima es Francisco Rico, y todos presentan su autocandidatura para
ser el asesino; el cachondeo que monta el autor con el temita es de
sobresaliente cum laude. Y la
entrevista de Pérez-Reverte con el propio Francisco Rico (cap. 6, págs. 258-263
de la edición que manejo) no tiene desperdicio: la réplica final –que no
reproduzco para que consigan un ejemplar, la busquen y la lean– es de
antología.
Muy interesante, y muy buenas referencias con la Real Academia; además de estar muy completo y hacer intervenciones con muchas de sus obras.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya sido de utilidad. Lo único, que como dice que está enviado por "Anonymous", no sé quién eres: pero seguro que nos conocemos. Un abrazo.
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