martes, 16 de abril de 2019

"Don Juan"


La entrada de hoy es más bien sencilla: os propongo que leáis un microcuento, un microcuento que he escrito y que he presentado a un certamen. No es un certamen con una gran dotación[1] –una tableta– ni se presentan autores consagrados: solo diletantes a los que nos gusta esto de escribir.  Se trata del XIII concurso de relato breve convocado por Heraldo de Aragón. Pero tenía algo medio pergeñado que se ajustaba a las condiciones –tema libre, no más de mil caracteres, espacios incluidos– que al final he decidido remitir a la redacción del diario.
En cierta ocasión leí –no puedo dar la referencia como suele ser habitual en este blog, ¡qué lástima!– que en la sociedad actual la narración breve era el género emergente frente a la novela tradicional[2] porque el ritmo de vida nos obligaba a leer en el tranvía, en el tren, en las salas de espera, en las barras de las cafeterías, en las paradas de autobús, lo que impedía una lectura concentrada, continuada y, sobre todo, con sesiones de una cierta duración temporal. Quizá sea verdad; quizá solo sea posible sumergirse en Guerra y paz, en Rojo y negro o en Fortunata y Jacinta en un periodo de largas vacaciones, a poder ser sin móvil.
Bueno, vale ya, que esta presentación empieza a superar en caracteres al cuento reseñado. Si os apetece distraeros algo así como un minuto, pinchad aquí. No hace falta que votéis ni cosa parecida. Ya decidirá el jurado. Simplemente que paseéis vuestra curiosa mirada sobre las letras. Y si os gusta mucho –o no os gusta nada– podéis comentar lo que queráis: estamos en el siglo XXI y la barrera entre autor y lector ha caído definitivamente.


[1] No es como el de la Fundación César Egido Serrano, que por un relato de menos de cien palabras, ofrece el sustancioso premio de 20.000 dólares. Si se desea leer el último galardonado, “Reflections”, de Devlin Elliott, puede hacerse aquí.
[2] O, cambiando de arte, el videoclip frente al largometraje.

domingo, 17 de marzo de 2019

Sobre la imagen del poder (II): un paseo por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando



La Fe

A tenor de las estadísticas que ofrece la plataforma donde alojo este blog, la entrada más popular –la que ha recibido más visitas­– es la que publiqué el 28 de febrero de 2016; en ella especulaba con que una escultura que puede contemplarse en el Museo del Prado, Isabel II, velada (1855), de Camillo Torreggiani, respondiera a la iconografía canónica de la religión y que escondiera el propósito de mostrar a Isabel II de España como la defensora de la fe católica. Esta pretensión de la reina, dicho sea solo de paso, la describe magníficamente Valle-Inclán en “La Rosa de Oro”, libro segundo del tomo primero (“La corte de los milagros”) de El ruedo ibérico[1], si bien los hechos narrados se refieren a una época posterior del reinado, el de los últimos meses de Isabel II como soberana de España.
Pues bien, visitando otro de los museos madrileños que frecuento, el de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, hallo una obra que me recuerda enormemente a la de Torreggiani y que me reafirma en la hipótesis que planteé entonces: se trata de La Fe (1752 a 1753) de Luis Salvador Carmona. El modelo iconográfico es claramente el mismo y el título –aunque según la ficha técnica[2] su denominación anterior fue Vestal– hace referencia a la fe por antonomasia en la España del XVIII, la católica. La lectura de su cartela aporta, además, otros datos de interés:
Este busto de mujer cubierta por un velo, magníficamente trabajada, representa la Fe. Es probable que Salvador Carmona, mientras trabajaba en el Palacio de San Ildefonso de La Granja (Segovia), conociera una escultura atribuida a Antonio Corradini, un escultor italiano del siglo XVIII que se hizo famoso por sus estatuas veladas, y la copiara.
Si el lector tiene la amabilidad de revisar mi entrada anterior, podrá comprobar que mi amigo Jesús, el muniqués de adopción, me había señalado a Corradini como posible fuente de Torreggiani. Quizá el español Luis Salvador Carmona sea el eslabón iconográfico perdido entre los dos escultores italianos.
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Familia de esqueletos
Frente a La Fe se puede contemplar un cuadro verdaderamente delicioso. Bueno, delicioso si a uno le gusta el humor negro; si no, se trata de una pintura verdaderamente horrible: Familia de esqueletos, de José López Enguidanos y Perlés (1760-1812)[3]. Al parecer, López Enguidanos dedicó buena parte de su trabajo a los estudios anatómicos aplicados al dibujo y a la pintura, y de ello es prueba esta obra. No tiene nada que ver con la imagen del poder, pero en mis visitas a la Academia no puedo dejar de pararme ante este óleo y preguntarme si realmente se trata de un estudio de anatomía o si responde a ese gusto morboso por la muerte tan propio del prerromanticismo europeo. Estos cuatro esqueletitos son tan tiernamente domésticos…
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Unas pocas salas más allá de donde se exhiben La Fe y Familia de Esqueletos se ubica una obra que, a mi juicio, carece de valor artístico pero que presenta un enorme valor testimonial desde el punto de vista que estoy intentando abordar, es decir, desde la imagen que el poder quiere dar de sí mismo: me refiero a Árbol genealógico de la ascendencia de Godoy (1804) de Cayetano Rodríguez[4]. Si hay alguien que se haya encumbrado a lo más alto partiendo desde una posición tan baja, ese es Godoy: siempre fue considerado, tanto por sus contemporáneos como por gran parte de la historiografía[5], como un advenedizo. Por el contrario, el todopoderoso ministro que llegó a titularse Príncipe de la Paz y que emparentó con la casa real por su matrimonio con María Teresa de Borbón y Vallabriga siempre se presentó como del más rancio abolengo. A este respecto, resulta revelador el capítulo II (“Mi nacimiento, mi casa y los primeros años de mi vida”) de la primera parte de sus Memorias[6], donde puede leerse
Fueron mis padres don José de Godoy y doña Antonia Álvarez de Faria; su clase, la de nobles […].[7]
Con ese de nobles queda todo dicho, porque no es lo mismo alta que baja nobleza, y la supresión del adjetivo no parece casual. Más adelante puede leerse
Agraciado por el señor don Carlos IV con la Cruz de la Orden Militar de Caballeros de Santiago, donde nadie es recibido sin probar nobleza no interrumpida en sus ocho grados, hizo el Orden mis pruebas con su rigidez inflexible, y en ellas encontraron otros muchos de mis mayores, condecorados de igual modo y aun en grado más alto, uno de ellos Pedro Muñiz Godoy, maestre que fue de las dos Órdenes Militares de España que haya acumulado dos maestrazgos. Favorecido que fui después más ampliamente y elevado a la grandeza, el Supremo Consejo de Castilla, a quien competía hacer las pruebas para el recibimiento, en esta clase, practicadas éstas con la severidad que acostumbraba aquel Consejo, expuso al rey que en muchos años no se había ofrecido una prueba de nobleza más completa. Estas pruebas se repitieron muchas veces cuando me honró el rey con otras varias distinciones que requerían estas solemnidades rigorosas.[8]
Dentro de este empeño de Godoy de mostrar su alta estirpe se inserta el cuadro que me ocupa, Árbol genealógico de la ascendencia de Godoy; es un óleo de más de tres metros de alto por más de dos metros de ancho –ocupa una pared de arriba abajo– en el que, a modo de árbol de Jesé, el príncipe de la Paz ocupa la casilla numerada con el 413 de un total de cuatrocientos diecinueve compartimentos con otros tantos nombres de ascendientes y descendientes. El rótulo informativo con el que la Academia aclara la intención de la obra no tiene desperdicio:
Árbol genealógico de la ascendencia de Godoy
Sobre Godoy escribe, irónico, el embajador francés: “Los genealogistas han probado (…) que los Godoy tienen estrecho parentesco con las Casas de Estuardo y de Baviera y que descienden de los reyes de Portugal.” Una cartela, acompañada del incienso adulador, reza: “Ex.mo S.or / D. Manuel de Godoy, Príncipe de la Paz &a. Grande de España / de 1.ª Clase Caballero de las Insignes Ordenes que demuestra su / Escudo: Consejero de Estado, Gentil Hombre de Camara con / Exercicio: Generalismo [sic] de Mar y Tierra: Coronel General de Suizos. &.a &.a”. Desde sus padres “D. Josef de Godoy y Rios” y “D.a Antonia Albarez de Faria Sanchez de Sarzosa”, la enorme genealogía llega hasta parentescos imaginarios con Fernán González y Alonso III de Portugal, entre otros. El escudo ostenta las cruces de Cristo, de Santiago y de San Juan de Jerusalén (Malta), los collares del Toisón y de Carlos III. Sobre la corona de príncipe, el dios bifronte Juno simboliza al estadista que conociendo el pasado gobierna el porvenir. La cenefa, inacabada, muestra docenas de apellidos y escudos nobiliarios.
No sé si es posible superar el nivel de autobombo alcanzado por Godoy al encargar esta obra. ¿Por qué los poderosos tienden a olvidar aquel fragmento del capítulo XLII del Quijote, el titulado “De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas”?:
Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Inumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran. Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores; porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.[9]


[1] Valle - Inclán, Ramón [María] del [seud. de Ramón Valle Peña]: El ruedo ibérico.- Edición de Diego Martínez Torrón.- Cátedra (Letras Hispánicas n.º 772), [Madrid 2017].- 940 págs. (21 x 13,5). La sección “La Rosa de Oro” ocupa las páginas 76 a 102 de esta edición y su título hace referencia a la concesión a la reina, por parte del papa Pío IX, de la distinción pontificia de dicho nombre.
[5] Sobre los orígenes familiares de Godoy, cf. págs. 9-10 de Madol, Hans Roger: Godoy [Godoy.- Trad. de G. Sans Huelin y M. Sandmann].- Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo n.º 11), Madrid [1966].- 282 págs. (18 x 11); págs. 33-34 de Seco Serrano, Carlos: Godoy. El hombre y el político.- Prólogo de Miguel Artola Gallego.- Espasa - Calpe, S. A. (Selecciones Austral n.º 34), Madrid 1978.- 222 págs., ilustr. en negro (17,5 x 11); y págs. 53-62 de La Parra López, Emilio: Manuel Godoy. La aventura del poder.- [Prólogo de Carlos Seco Serrano].- Tusquets editores (Fábula n.º 239), [Barcelona 2005].- 583 págs. (21 x 14). Aunque se trata de tres biografías que presentan al personaje desde ópticas diferentes (si Madol es una de las principales fuentes secundarias para la difusión de la leyenda negra que hace de Godoy la fuente de prácticamente todos los males de España, La Parra, por el contrario, adopta una postura que en buena medida pretende rehabilitar al personaje), las tres coinciden en que el origen del biografiado hay que buscarlo en la baja nobleza provinciana.
[6] Godoy [y Álvarez de Faria, Manuel]: Memorias de ---. Primera edición abreviada de Memorias críticas y apologéticas para la historia del reinado del Señor D. Carlos IV de Borbón.- Estudio preliminar y edición [de] Enrique Rúspoli Morenés.- La Esfera de los Libros, [Madrid 2008].- CXIII + 935 págs., láminas en color (25 x 16,5); en notas posteriores citaré con la paginación de esta edición.
[7] Memorias, pág. 12.
[8] Memorias, págs. 12-13.
[9] Cito a partir de la edición digital de www.cervantesvirtual.com basada en la edición de Madrid, Ediciones de La Lectura, 1911-1913: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-ingenioso-hidalgo-don-quijote-de-la-mancha-6/html.