domingo, 3 de julio de 2022

Sobre una pintora española bastante desconocida

Isabel II, Sagrada Familia del pajarito
¡Qué vergüenza! Llevo casi casi año y medio sin actualizar el blog; pero de hoy no pasa, así que con la presente entrada me dispongo retomar el proyecto personal que por unas u otras razones se ha visto interrumpido durante todo este tiempo. Y lo voy a hacer con la presentación de una pintora española bastante desconocida, aunque confieso que he utilizado deliberadamente en el título una expresión que no deja de ser ambigua con el fin de atraer la atención del lector: a ver, es bastante desconocida en tanto en cuanto pintora, no en tanto en cuanto personaje de la historia patria. Voy a dejarme ya de misterios: me refiero a la reina Isabel II de España, de cuya actividad artística he sabido hace muy poco. Compartir ese descubrimiento es el objeto de estas líneas.

El 19 de junio de 2022 se clausuró en el IAACC Pablo Serrano de Zaragoza[1] la exposición Hacia poéticas de género. Mujeres artistas en España, 1804-1939[2]. Se trataba de una espléndida muestra de obras realizadas por mujeres entre principios del siglo XIX y el final de la Guerra Civil y en ella se podían contemplar ciento once cuadros, grabados, dibujos, carteles y esculturas de setenta y una artistas. Algunos de los nombres –Maruja Mallo, María Blanchard, Ángeles Santos, Sonia Delaunay, Norah Borges– no necesitan presentación; otros, como el de Rosario Weiss Zorrilla, ahijada y discípula del anciano Goya –y quédese el lector con el nombre–, resultan curiosos. Pero lo que no esperaba encontrarme era una obra de Isabel II, porque ni sabía que Isabel II hubiera pintado.

Murillo, Sagrada Familia del pajarito
La obra en cuestión es Sagrada Familia del pajarito (1848, óleo sobre lienzo, 145,5 x 189 cm, Madrid, Palacio Real de Aranjuez); se trata de una copia prácticamente idéntica de la obra homónima de Murillo (c.1650, óleo sobre lienzo, 144 x 188 cm, Madrid, Museo del Prado); el único detalle que en una primera ojeada las diferencia es la firma de la reina en el ángulo inferior izquierdo: Isabel Borbon / 1848.  Ambas obras muestran al Niño Jesús, sostenido por san José, con un pajarito en la mano derecha, pajarito que muestra a un perro; a la izquierda la Virgen, que devana una madeja de hilo; a la derecha, el banco de carpintero[3]. En 1848 Isabel II es una joven de dieciocho años, que reina en España de manera efectiva desde 1843 –tras las regencias de su madre María Cristina de Borbón-Dos Sicilias y del general Espartero– y que está embarazada de su primer hijo.

Isabel II, Sagrada Familia del pajarito (detalle)
¿De dónde provenía la afición de la reina por la pintura? Sobre su formación general sabemos que fue deficiente: sus faltas de ortografía eran legendarias y el nivel de sus conocimientos podría considerarse bastante escaso[4]. En el volumen citado en nota no hay referencia a su formación artística –sí a la musical, a cargo de Francisco Frontera Lasierra, que fue su profesor de canto–, pero se sabe que el 18 de enero de 1842 fue nombrada maestra de dibujo de la joven reina –y de su hermana, la infanta Luisa Fernanda– una joven pintora que ya ha salido por aquí: me refiero a Rosario Weiss Zorrilla, que desgraciadamente falleció el 31 de julio de 1843 del cólera morbo[5]: sus lecciones, por consiguiente, no pudieron prolongarse más allá de año y medio. La obra que estamos examinando, aun siendo una copia, no es de mala factura, de donde parece inferirse que la reina se desenvolvía con pericia con los pinceles. No obstante, puede aventurarse una segunda hipótesis: que alguien más avezado supervisara en profundidad –por decirlo de una manera lo menos malintencionada posible– la ejecución de la obra; no sé por qué, pero no deja de venirme a la cabeza el nombre de Federico de Madrazo, pintor de cámara ya en la primera mitad de la década de 1840[6].

Federico de Madrazo, Isabel II
La obra se presentó en la exposición que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando celebró en 1848. Al hacerlo, la soberana tenía una doble intención que ha explicado muy bien la profesora Amaya Alzaga[7] y que paso a resumir aquí: por un lado, mostrarse como protectora de las artes, al igual que había hecho su madre María Cristina; por otro, defender la familia cristiana tradicional en un momento en que, estando esperando su primer hijo –un niño que nacería muerto el 20 de mayo de 1849–, las malas lenguas dudaban de la paternidad del consorte real, Francisco de Asís Borbón. En efecto, en los mentideros de la corte eran de sobra conocidas tanto la fogosidad desmedida de la reina como la homosexualidad del rey, por lo que la conclusión era evidente: el hijo era de otro[8].

Sin entrar en hasta qué punto estos rumores eran o no fundamentados, el examen de la copia de la Sagrada Familia del pajarito sí me reafirma en una hipótesis acerca de la iconografía isabelina que ya aventuré en una entrada anterior: hay un propósito latente por parte de la reina de presentarse a sí misma como defensora de los valores tradicionales en un momento histórico –incluso en un año concreto, 1848, con todo lo que la fecha significa en la historia de Europa– en que dichos valores se están poniendo en cuestión radical y vertiginosamente. Ahí lo dejo, como posible futura línea de investigación.


[1] Para los que no sean de Zaragoza o siéndolo no conozcan el museo, les facilito el enlace a su web para que puedan echarle un vistazo: https://iaacc.es (consultado el 03/07/2022).

[2] Seguro que el lector está pensando que no parece muy atinado reseñar una exposición que ya no se puede visitar y, en este sentido, he de darle la razón. No obstante, aún puede disfrutar de ella entre el 30 de junio y el 18 de septiembre de 2022 en el Museo de Bellas Artes de Valencia. Además, para que se pueda hacer una idea del montaje de la misma, he aquí los enlaces a la página dedicada a la exposición por el IAACC Pablo Serrano (https://iaacc.es/events/hacia-poeticas-de-genero-mujeres-artistas-en-espana-1804-1939, consultado el 03/07/2022) y a su video promocional (https://www.youtube.com/watch?v=cyqqWWBOiLo, consultado el 03/07/2022).

[3] La descripción proviene de la pág. 445 de mi ya viejo catálogo del Museo del Prado: Museo del Prado: Catálogo de las pinturas.- [Advertencia preliminar de Alfonso Emilio Pérez Sánchez].- [Museo del Prado], Madrid MCMLXXXV.- XXX + 882 págs. (17 x 10,5). Aquellos catálogos impresos han sido ventajosamente sustituidos por los en línea, de mucha más fácil actualización: en particular, la ficha del cuadro de Murillo puede verse en https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/sagrada-familia-del-pajarito/8008380e-fef5-48b4-8caf-d78b810fb62c (consultado el 03/07/2022).

[4] Cf. págs. 56-69 de Rueda [Hernanz], Germán: Isabel II. En el trono (1830-1868).- ([RH+ Ediciones, Madrid 22013].- 347 págs., ilustr. en negro (22 x 15,5).

[5] Obtengo los datos de la sección que dedica el Museo del Prado a Rosario Weiss en su web: https://www.museodelprado.es/coleccion/artista/weiss-rosario/94120426-09fb-4d27-a0a5-3b59ca0ace7b (consultado el 03/07/2022).

[6] La página que el Museo del Prado dedica a Madrazo es https://www.museodelprado.es/coleccion/artista/madrazo-y-kuntz-federico-de/9bdb1678-fdd4-47bb-92e3-6833fadc8a50 (consultado el 03/07/2022).

[7] Cf. el vídeo https://www.youtube.com/watch?v=-Ckxuhqic_E&t=7s (consultado el 03/07/2022).

[8] Rueda, op. cit., pág. 207, inserta una tabla cronológica con los amantes conocidos de Isabel II: en las fechas en las que nos estamos moviendo figuran el general Serrano, entre 1845 y octubre de 1857, y el marqués de Bedmar, entre octubre de 1847 y diciembre de 1849, a quien se le atribuye la paternidad del infante que no llegó a nacer. No puedo dejar de señalar que en 1868 el general Serrano será una de las figuras clave para el derrocamiento de Isabel II: las vueltas que da la vida…

miércoles, 6 de enero de 2021

Dos versiones de una misma historia: de Waterloo a Marengo


Cuenta la leyenda que el origen de la fortuna de la familia Rothschild se remonta a una jugada de fortuna tras la batalla de Waterloo. Según se sabe, esta batalla supuso el final del imperio de Napoleón, que tuvo que abdicar por segunda y definitiva vez y marchar al exilio a Santa Elena, una islita de poco más de 100 km2 situada en mitad del Atlántico. Pues bien, el día 18 de junio de 1815 toda Europa estaba pendiente del resultado del enfrentamiento entre los últimos soldados napoleónicos y los que conformaban la séptima coalición, al mando del británico Arthur Wellesley ­
mejor conocido como duque de Wellington− en una llanura belga cercana a la ciudad de Waterloo[1]. Si la victoria se decantaba del lado francés era de esperar la reanudación de los enfrentamientos bélicos a escala europea, que no conocían solución de continuidad desde la ruptura de la paz de Amiens (1803); por el contrario, si vencían británicos, prusianos y demás coaligados era de esperar un largo periodo de paz y, por ende, de escenario propicio para la reanudación de la actividad mercantil y financiera. Y eso era lo que esperaba Nathan Mayer Rothschild, el más destacado miembro de la segunda generación de su dinastía, financiero de origen judío alemán que se había afincado en el Reino Unido y que había fundado en 1808 el Banco N. M. Rothschild & Sons, banco que por otra parte aún funciona en la actualidad. Y cuenta la leyenda que Nathan Rothschild se las ingenió para ser el primero en enterarse del resultado de la batalla: según algunas fuentes[2] el propio financiero estaba presente en la llanura de Waterloo y, tras la derrota de Napoleón, logró alquilar una embarcación con la que llegó a Inglaterra rápidamente[3]; según otras[4], fue una paloma mensajera la que recorrió volando los algo menos de 400 km que separaban el campo de batalla de la capital británica. Sea como fuere –sigue contando la leyenda– Nathan Rothschild, sabedor de cuál era la situación real, hizo circular la especie de que Napoleón había resultado vencedor en la contienda, lo que provocó que la bolsa londinense sufriera un desplome que las fuentes han cuantificado desde el 5%[5] hasta valores bastante más altos; en cualquier caso, cuando el banquero consideró que la situación en el mercado era lo suficientemente favorable, sus agentes comenzaron a comprar las acciones previamente depreciadas, acciones que volvieron a apreciarse hasta alcanzar valores de cotización superiores a los de su posición de partida. En pocas palabras: primero hundió el mercado y, cuando estaba lo suficiente hundido, se lo compró entero (o casi) a precio de saldo.

Jacques-Louis David, El emperador Napoléon en su estudio de las Tullerías (1812), Washington, National Gallery of Art

La primera vez que tuve noticia de la anécdota fue hace más de treinta años, a través de un manual francés sobre crisis económicas, del que traduzco lo sustancial:

Al anochecer del 18 de junio de 1815, las últimas esperanzas de Napoleón se derrumbaron. La Bolsa de Londres no se había equivocado en sus previsiones optimistas: antes de que se conocieran los resultados de la batalla, el descenso del precio de las acciones, iniciado a principios de junio, se había detenido. Una leyenda atribuye la fortuna de Nathan Mayer Rothschild a una acción especulativa afortunada: se cuenta que habría conocido la derrota francesa gracias a palomas mensajeras y que así habría podido proceder a fructíferas operaciones de arbitraje. Sin duda, es inexacto. Por otra parte, Rothschild debía el poder de su posición a su papel de intermediario en nombre del gobierno británico: este último remuneraba directamente sus servicios. Si la anécdota es falsa, no por ello deja de resultar significativa: traduce el clima de especulación que reinaba en Londres, la sensibilidad de las posiciones del mercado y las oportunidades de ganancia que se ofrecían a los hombres de negocio.[6]

De la lectura de algunos enlaces incluidos más arriba –y de otros como este[7]– se desprende que la leyenda del origen de la fortuna de los Rothschild en Waterloo se atribuye a un panfleto antisemita de treinta y cinco páginas publicado en 1846 por el polemista Georges Dairnvaell bajo el seudónimo de Satan con el título Histoire édifiante et curieuse de Rothschield Ier, roi de Juifs. Como la Biblioteca Nacional Francesa tiene la envidiable costumbre de digitalizar prácticamente todos sus fondos, el curioso lector puede consultarlo en línea aquí[8].

***

El año pasado editorial Cátedra, en su colección Letras universales, publicó una nueva edición de Un asunto tenebroso de Balzac[9]; a pesar de que ya tenía una buena traducción[10], lo voluminoso del prólogo, la profusión de notas y la presencia de apéndices me movió a hacerme con un ejemplar. Para los aficionados a la novela policiaca –y los asiduos de este blog saben que yo me cuento entre ellos– Un asunto tenebroso ocupa un lugar privilegiado en la historia del género: escrita en 1837 y publicada en 1841 –el mismo año que The Murders in the Rue Morgue de Poe– se ha considerado, en ocasiones, la primera novela –en su sentido de narración de mayor extensión que el cuento– policiaca y, desde luego, la primera en lengua francesa. Sin entrar en más disquisiciones, coincido con la conclusión a la que llega Mauro Armiño en el prólogo a la edición citada:

Un asunto tenebroso […] contiene varios elementos del género: plantea, desde luego, materiales temáticos, por ejemplo enigmas que la investigación de Corentin y Peyrade trata de resolver a partir de deducciones propias del caballero Dupin –el botón de un uniforme en el polvo del camino, las huellas de una herradura, restos de yeso, el número de caballerías–, pero la estructura de lo policial se difumina en el excesivo número de intrigas; […]. Llevado por su reciente idea de La Comedia humana como fresco histórico, Balzac desvía lo policial hacia la explicación del asalto al poder de los parvenus de la Revolución, […].

De ahí que parezca un exceso calificar de «primera novela policiaca» Un asunto tenebroso; sin embargo, desempeña un papel en la evolución del género que va a dar lugar, en seguida, a un subgénero más: la novela judicial, con una evolución que llegará hasta finales del siglo XIX.[11]

En síntesis, la obra narra la conspiración de Talleyrand y Fouché[12] para destituir a Napoleón si este era derrotado (lo que no ocurrió) en la batalla de Marengo (14 de junio de 1800), mezclando este hecho con otros posteriores como la conspiración de Cadoudal (1803), el asesinato del duque d’Enghien (21 de marzo de 1804) y el secuestro del senador Clément de Ris (septiembre a octubre de 1800). La mayor parte de la trama se dedica a este último episodio –aunque el senador secuestrado responde al nombre de Malin–, a la resolución del mismo y al juicio a que dio lugar: de ahí la referencia al subgénero de novela judicial[13] a que alude el prologuista.

Honoré de Balzac

Pues bien, al final de la novela[14] se narra en detalle la conspiración paralela a la batalla de Marengo y en esa narración hay dos detalles que me han llamado la atención: el primero, que Fouché había encargado la impresión de carteles en que se proclamaba la puesta al margen de la ley y la muerte política de Bonaparte[15], pero que la difusión de los mismos se pospuso hasta conocer el resultado definitivo de la batalla, resultado que, como ya he señalado antes, fue favorable al futuro emperador. El segundo se concentra en una frase muy concisa: ante el resultado incierto de la batalla y las noticias confusas que iban llegando a París, Balzac dice que hubo pérdidas considerables en la Bolsa[16].

***

Consideremos los elementos comunes de las dos historias: en ambos casos la figura central es Napoleón y el elemento desencadenante es la insegura resolución de una batalla entablada por él (Waterloo, Marengo); en ambos casos alguien (Nathan Rothschild, Fouché) contamina la opinión pública con noticias falsas que favorecen sus intereses; y en ambos casos, esa contaminación tiene consecuencias en los mercados financieros. Podría inferirse que, como la versión de Dairnvaell es posterior a la de Balzac, aquel tomó la idea de este, pero sería una falacia del tipo post hoc ergo propter hoc. El propósito de esta nota no es otro que señalar la coincidencia –que me parece curiosa–, no establecer filiaciones textuales[17].



[1] Sí, querido lector: donde vive Puigdemont.

[2] Consultado el 06/01/2021.

[3] [Nota añadida en 01/01/2022]. Puede verse una elaboración literaria de esta versión en las págs. 239-240 de Eslava Galán, Juan: La tentación del Caudillo. Nueve meses que no estremecieron al mundo.- Planeta, [Barcelona 2020].- 795 págs., ilustr. en negro (23,5 x 15).

[4] Consultado el 06/01/2021.

[5] Consultado el 06/01/2021.

[6] Cf. págs. 9-10 de Flamant, Maurice; et Singer - Kérel, Jeanne: Les crises économiques. Sixième édition mise à jour.- [Presses Universitaires de France] (Que sais-je nº 1295), [Paris 61987].- 128 pages, 12 figures en noir (17,5 x 11,5).

[7] Consultado el 06/01/2021.

[8] Consultado el 06/01/2021.

[9] Balzac, Honoré de: Un asunto tenebroso [Une ténébreuse affaire].- Edición de Mauro [Fernández Alonso de] Armiño.- Traducción de Mauro [Fernández Alonso de] Armiño.- Cátedra (Letras Universales n.º 556), [Madrid 2020].- 412 págs. (18 x 11).

[10] Balzac, Honoré de: “Un asunto tenebroso” [Une tenebreuse affaire, traducción de Rafael Cansino(s) Assens, ilustraciones de Julio Vivas],  en Club del Misterio, VIII [(Bruguera, Barcelona 1982)], 385-488, 22 ilustr. en negro.

[11] [Armiño, Mauro Fernández Alonso de], “Introducción”, en Balzac, Honoré de, op. cit., 81-82.

[12] De Fouché y de su vocación conspiradora ya escribí en otra entrada, donde también me refiero a su relación con Talleyrand.

[13] Ya he tratado en el blog este problema de definición: Emilia Pardo Bazán llamaba a “La gota de sangre” novela jurídicopenal y Raúl Waleis subtitulaba explícitamente La huella del crimen como novela jurídica, tras reconocer explícitamente la influencia de Balzac.

[14] Cf. págs. 350 y siguientes de la edición citada.

[15] Op. cit., pág. 359.

[16] Ibíd., pág. 359.

[17] En otro orden de cosas, este tipo de sucesos solo podía acaecer en tiempos pretéritos: recientemente el gobierno de España ha aprobado un ambicioso plan contra las fake news que sin duda habrá de desbaratar desde la raíz los planes de ambiciosos banqueros o de conspiradores profesionales. Me tranquiliza hasta el punto de que creo que voy a invertir en bolsa sin temor alguno.