domingo, 12 de noviembre de 2017

Sobre "La huella del crimen", primera novela policiaca de la literatura argentina



Una de las ventajas que se derivó de preparar una charla para el Festival Aragón Negro (FAN) a principios de este año fue que, además de revisar algunos textos que estaban un poco olvidados, hallé otros de los que no tenía noticia y que inmediatamente añadí a mi estante de pendientes. Entre ellos, uno de los más interesantes es La huella del crimen (1877) de Raúl Waleis, la primera novela policiaca de la literatura argentina. La edición con que me hice[1] –la primera desde la príncipe– ostenta vistosamente una faja en que se lee La primera novela policiaca en castellano; si consideramos “El clavo. Causa célebre” (1853-1854) de Pedro Antonio de Alarcón[2] como un cuento o un relato corto, estamos de acuerdo: la obra que nos ocupa sería la primera novela larga y documentada en lengua española. El redescubrimiento de la narración argentina se remonta a 1974[3]; no aparece en los índices de la imprescindible La novela policiaca española: teoría e historia crítica de José F. Colmeiro[4], lo cual, si se entiende que español hace referencia a un ámbito geográfico y no a una lengua, puede resultar razonable; hasta donde yo sé, Borges no la menciona en ninguno de sus textos, lo cual –en el argentino que conoció todos los libros– parece imperdonable: más adelante intentaré una explicación.
Luis Vicente Varela Cané, Raúl Waleis
La novela se publicó en forma de folletín en el diario La Tribuna de Buenos Aires entre el 23-24 de julio y el 30 de agosto de 1877 y en forma de libro –con apenas variantes, las más importantes en las introducciones y prólogos– en noviembre del mismo año. El autor era un renombrado jurista y político, Luis Vicente Varela Cané, que firmaba con el anagrama Raúl Waleis[5]. El argumento, un crimen muy, muy misterioso –el asesinado es una joven travestida, pero esto no se sabe hasta la intervención del forense, no digo más– y su sorprendente resolución por el detective, el comisario L’Archiduc. La acción, en París, entre 1871 y 1877[6]. Tal vez el lector relacione París con el escenario del cuento fundacional del género, Los crímenes de la calle Morgue (1841) de Poe[7]; pues no, no es el París de Poe: es el París de Gaboriau, a quien ya le he dedicado tres capítulos en este blog.
En mi entrada sobre la aportación al género de la condesa de Pardo Bazán intentaba argumentar acerca de cómo la incipiente novela policiaca española tiene sus fuentes más en la literatura francesa –Gaboriau– que en la inglesa –el omnipresente Conan Doyle–. Hoy, después de leer La huella del crimen, me reafirmo en mi tesis: no es solo la novela policiaca española, es la novela policiaca en lengua española la que bebe en la tradición francesa más que en la tradición inglesa. Voy a intentar probarlo a través de cinco argumentos.
En primer lugar, el más evidente –para darse cuenta del cual no es preciso ser un detective de ficción– es la “Carta al editor para que la conozca al lector”[8] con la que se abre la novela y cuyo primer párrafo dice
Ha muerto últimamente[9] en Francia monsieur Émile Gaboriau.
Más adelante se puede leer la siguiente declaración de principios:
Muerto el maestro, queda la escuela.
Declárome uno de sus discípulos.
En La huella del crimen, L’Archiduc podría bien llamarse Lecoq o Pâlot.[10]
Y para concluir, permítaseme entresacar el siguiente fragmento:
Vidocq es, tal vez, el modelo vivo de esos distintos ejemplares [de detective], sucesivamente exhibidos por Balzac, Edgard [sic] Poe, Gaboriau, Xavier de Montépin, Du Boisgobey y, final y humildemente, hoy por mí.
A Vidocq ya le he dedicado algunas líneas: a ellas me remito. En cuanto a los autores que se citan, nótese que todos lo son en lengua francesa con la única e inevitable excepción de Poe, cuyo antropónimo está escrito –eso sí– con ortografía francesa, no inglesa.
Voy con el segundo argumento, que precisamente tiene que ver con Vidocq: el primer director de la Sûreté francesa, que concluyó su carrera fundando una agencia privada de detectives, la inició en el bando contrario, en el de los delincuentes, motivo por el cual pasó varias temporadas en prisión. Este punto de su peripecia vital pasa a formar parte de la biografía del comisario L’Archiduc, según se narra en Clemencia[11], la continuación de La huella del crimen; conociendo este hecho, resalta inmediatamente el paralelismo entre el modelo real y el personaje ficticio.
El tercer argumento se centra en el punto de vista narrativo: tanto la acción de la novela que nos ocupa como la de su secuela están contadas en tercera persona por un narrador omnisciente, tan omnisciente que en ocasiones avanza y retrocede en el tiempo a voluntad. El anónimo narrador de las historias del chevalier Dupin o el Watson holmesiano no tienen cabida en la obra de Waleis, como no tienen cabida en Gaboriau, en Maurice Leblanc, en Simenon.
El cuarto argumento parte del desarrollo narrativo de la trama: el descubrimiento de la identidad del asesino es el objetivo principal de la detective novel de tradición inglesa –piénsese en Agatha Christie como modelo arquetípico–; una vez que el lector sabe quién ha cometido el crimen puede cerrar el volumen con una sonrisa de satisfacción, tanto mayor si ha conseguido adelantarse a las conclusiones a las que ha llegado el sabueso de turno. En el modelo francés, no: cuando se conoce el nombre del culpable aún queda un buen número de páginas para indagar en las raíces pasadas de los sucesos narrados, para bucear en sus causas, para intentar entender los motivos que han llevado a la comisión del delito: así sucede en las novelas de Gaboriau, así en La huella del crimen, así sucederá en las historias del comisario Maigret.
El quinto argumento enlaza en buena medida con el anterior: se trata del problema de definición del marco genérico en que se encuadra el relato; si la condesa de Pardo Bazán calificaba “La gota de sangre” como novela juridicopenal, Raúl Waleis subtitula La huella del crimen como novela jurídica original; es más, en la “Carta al editor para que la conozca al lector” citada anteriormente se puede leer
El derecho es la fuente en que beberé mis argumentos.
[…]
Julio Verne ha popularizado las ciencias físico-naturales con sus novelas. Yo trato de popularizar el derecho con mis romances, sin pretender para estos la gloria inmensa de aquellas.
En último término lo que subyace en este intento de definición es la creencia por parte del autor de que lo que está escribiendo –novela policíaca, novela jurídica, llámese como se quiera– no es más que un subgénero del folletín: la última parte de La huella del crimen, la que figura tras el descubrimiento de la identidad del asesino, es la historia de un noble injustamente acusado –un personaje que, como en un baile de máscaras, aparece al principio bajo otra identidad y como mera y equívocamente funcional– y de la venganza que puede ejecutar tras largo tiempo de espera. La sombra de El conde de Montecristo[12], el mejor folletín del más grande folletinista de todos los tiempos, llega hasta la literatura argentina del último tercio del XIX.
Concluyo intentando explicar por qué Borges parecía desconocer a su compatriota Raúl Waleis: porque Borges bebe, en sus relatos policiacos y en sus reflexiones teóricas sobre el género, de la tradición anglosajona, no de la francesa. Voy a intenta justificar esta afirmación: junto con su íntimo Adolfo Bioy Casares publicó dos antologías de cuentos policiales[13]; los autores que figuraban en la primera de ellas eran William Wilkie Collins, Chesterton, Hylton Cleaver, Agatha Christie, William Irish, Ellery Queen, Eden Phillpotts, Graham Greene, John Dickson Carr, Michael Innes, Harry Kemelman, William Faulkner y Manuel Peyrou; los que aparecían en el índice de la segunda, Nathaniel Hawthorne, Poe, Stevenson, Conan Doyle, Jack London, Chesterton, Eden Phillpotts, Ryūnosuke Akutagawa, Anthony Berkeley, Milward Kennedy, Ellery Queen, el propio Borges, Manuel Peyrou, Silvina Ocampo y Adolfo Luis Pérez Zelaschi; como se puede apreciar, la lengua francesa brilla por su ausencia y los argentinos que figuran son contemporáneos, si no amigos[14], de los antólogos. A mayor abundamiento, he aquí una afirmación del propio Borges ­–con la que ya concluyo– en una polémica con Roger Callois a propósito su obra Le roman policier (1941):
El género policial es un ejercicio de las literaturas en idioma inglés. ¿Por qué indagar su causalidad, su prehistoria, en una circunstancia francesa? En Francia, el género policial es un préstamo. Sus ejecutores son Gaboriau, Leblanc, Leroux, Véry, Simenon, literatos muy olvidables.[15]


[1] Waleis, Raúl [seud. de Luis Vicente Varela Cané]: La huella del crimen.- Edición, notas y postfacio de Román Setton.- [Juicios críticos de Juan Carlos Gómez y Aditardo Heredia].- Adriana Hidalgo editora (La lengua / Rescates), [Buenos Aires 2009].- 317 págs. (19,5 x 13).
[2] Como ya reseñé en la entrada “Sobre Emilia Pardo Bazán y los orígenes de la novela policiaca en España”, es posible consultarlo en las páginas 121-168 de la siguiente edición: Alarcón [Ariza], Pedro Antonio [Joaquín Melitón] de: La Comendadora, El clavo y otros cuentos. Duodécima edición.- Edición de Laura de los Ríos [Giner].- Cátedra (Letras Hispánicas n.º 27), [Madrid] 12 [2000].- 286 págs., 1 ilustr. en negro (18 x 11).
[3] En el trabajo Cuentos policiales argentinos de Fermín Fèvre (Kapelusz, Buenos Aires 1974), citado en nota en los “Criterios de edición” (pág. 7) y en el posfacio “Raúl Waleis y los inicios de la literatura policial en Argentina” (pág. 274) de Román Setton, en la edición de Waleis que figura supra.
[4] Colmeiro, José F.: La novela policiaca española: teoría e historia crítica.- Prólogo de Manuel Vázquez Montalbán.- Anthropos. Editorial del hombre (Biblioteca A artes - literatura n.º 9), [Barcelona 1994].- 302 págs., 8 láminas en negro (18 x 11,5).
[5] Para que el lector no se vuelva loco intentando ver cómo de Luis Vicente Varela Cané se puede obtener el anagrama Raúl Waleis, le ayudo: nuestro escritor solía firmar como Luis V. Varela; si con las dos uves de la inicial y del apellido formamos una uve doble, ya tenemos la primera letra del Waleis; el resto ya es coser y cantar.
[6] Al principio del relato hay un cierto caos cronológico: en la pág. 36 de la edición citada se habla de “prevenir al procurador del rey” mientras que dos páginas más adelante se habla del procurador de la república. Según se sabe, la III República francesa se proclama tras la derrota del emperador Napoleón III por el canciller Bismarck en la guerra franco-prusiana (1870), por lo que ambas expresiones parecen cronológicamente incompatibles. No obstante, la datación de los hechos narrados se aclara algo más en la pág. 165, cuando se dice que “hay nobles que se han mezclado en la insurrección comunista de 1871”, en referencia a la comuna de París (marzo a mayo de 1871). Es lo bueno que tiene el folletín: si se advierte un error en la entrega de ayer, siempre se puede modificar en la entrega de mañana.
[7] Siempre que puedo recomiendo la traducción de los cuentos de Poe realizada por Cortázar, así que ahí va la referencia: “Los crímenes de la calle Morgue” [“The Murders in the Rue Morgue”], en Poe, Edgar Allan: Cuentos, 1, prólogo, traducción y notas de Julio [Florencio] Cortázar [Descotte] (Alianza Editorial, [Madrid (3)11998]), 425-466.
[8] Págs. 23-24 de la edición citada supra.
[9] Ese últimamente referido a la muerte de Gaboriau se remonta a 1873, es decir, cuatro años antes de la publicación del texto citado, lo que es un plazo lo suficientemente amplio para entender que no se trata del titular de una noticia para el lector poco avisado.
[10] Ambos son personajes que aparecen en las novelas de Gaboriau, si bien Lecoq constituye su detective principal y Pâlot es mucho más episódico.
[11] Waleis, Raúl [seud. de Luis Vicente Varela Cané]: Clemencia.- Edición, notas y postfacio de Román Setton.- Adriana Hidalgo editora (La lengua / Rescates), [Buenos Aires 2012].- 306 págs. (19,5 x 13). La intención del autor era escribir una trilogía de la que aparecieron en 1877 las dos primeras entregas; la tercera parte, Herencia fatal, no llegó a ser escrita. En cualquier caso, con los dos volúmenes publicados se verifica el carácter serial que presenta el género policiaco ya desde su génesis.
[12] Dumas, Alexandre: El Conde de Montecristo [Le compte de Monte-Cristo].- Traducción de E. V.- Mondadori (Grandes Clásicos), [Barcelona 2004].- 1154 págs. (21,5 x 14,5).
[13] La referencia bibliográfica de la segunda antología es Bioy Casares, Adolfo; y Borges [Acevedo], Jorge [Francisco Isidoro] Luis: Los mejores cuentos policiales, 2. Selección, traducciones y prólogo de ---.- Alianza Editorial - Emecé (El Libro de Bolsillo n.º 950).- Madrid - Buenos Aires 1983.- 240 págs. (18 x 11). De la primera no conservo la ficha, pero recuerdo que estaba publicada por la misma editorial y en la misma colección.
[14] Ahí van datos y fechas: Manuel Peyrou (San Nicolás de los Arroyos, Argentina, 1902 – Buenos Aires, 1974) conoció a Borges en la década de 1920 y fueron íntimos amigos; Silvina Ocampo (Buenos Aires, 1903 – 1993) fue la esposa de Bioy Casares; y Adolfo Luis Pérez Zelaschi (San Carlos de Bolívar, Argentina, 1920 – Buenos Aires, 2005).
[15] En Sur, año XII, n.º 92 (mayo de 1942). Tomo la cita –modificando la ortografía– de las págs. 92-93 de Castellino, Marta Elena: “Borges y la narrativa policial: teoría y práctica”, en Revista de Literaturas Modernas (Mendoza, Argentina), n.º 29 (1999), 89-113; cf. separata digitalizada en http://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/2382/castellinorlmodernas29.pdf.

domingo, 29 de octubre de 2017

Tres anotaciones sobre la historia de Cataluña



En estos días estamos asistiendo a una serie de acontecimientos que, se quiera o no se quiera, tendrán su reflejo en los libros de historia que se escriban en el futuro. He oído –y he leído, hacía mucho que no dedicaba tanto tiempo a leer tantos periódicos­– a políticos, a escritores, a juristas, a músicos, a economistas, a periodistas, a intelectuales e incluso a algún miembro del mundillo de la farándula. He echado de menos a los historiadores, no para decir adónde vamos –no es nuestra función primera, aunque modelos de proyección de futuro sí hay algunos– sino de dónde venimos –se nos paga para eso, si es que se nos paga–. Y sin embargo, creo que la historia académica tiene mucho que decir: en primer lugar, para explicar los orígenes del nacionalismo catalán, de este nacionalismo catalán que aúna, por primera vez, a la representación política de la burguesía financiera, mercantil e industrial, al republicanismo de izquierda y –he aquí la novedad– a la extrema izquierda de raíz anarquista; y en segundo lugar, para señalar las posibles tergiversaciones que de los hechos históricos se están haciendo, fundamentalmente ­–pero no solo– desde las posiciones nacionalistas. El primer objetivo excede, en este momento, mis fuerzas; abordar el segundo –sin pretensión alguna de dar a conocer aspectos que no se sepan, pero sí con el ánimo de divulgarlos– es el objetivo de estas líneas.
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Genealogía de los reyes de Aragón
Si el lector desea que un aragonés le mande a escaparrar –permítaseme el sonoro aragonesismo–, méntele la corona catalanoaragonesa o háblele de los reyes de Cataluña: no le arriendo la ganancia. Ni una cosa ni los otros han existido, objetivamente, nunca. La unión entre Aragón y Cataluña –la Corona de Aragón, esto sí– fue la consecuencia del contrato de esponsales entre Petronila, hija del rey de Aragón Ramiro II el Monje (1134-1157) y el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV (1131-1162), el 11 de agosto de 1137. En la Carta de donación del reino de Aragón otorgada por el rey Ramiro II al conde Ramón Berenguer IV de Barcelona[1] se lee:
En el nombre de Dios. Yo Ramiro, por la gracia de Dios rey de los aragoneses, te doy a ti, Ramón, conde y marqués de los barceloneses, a mi hija[2] como mujer, con todo el reino aragonés íntegramente, como mi padre el rey Sancho[3] y mis hermanos Pedro[4] y Alfonso[5] siempre mejor lo hubieron y tuvieron […]. Y te encomiendo a todos los hombres del citado reino bajo homenaje y juramento, para que te sean fieles durante toda tu vida, […].
Y todo lo arriba escrito, yo el citado rey Ramiro te lo hago a ti Ramón, conde y marqués de los barceloneses, de tal modo que si mi hija muriese antes y tú sobrevivieses, tengas la donación del citado reino libremente e inmutable, sin ningún impedimento, después de mi muerte. Pero en tanto, si quisiere hacerte mientras viva cualquier aumento o entrega de honores o castillos en el citado Reino, permanezca bajo la citada fidelidad del homenaje firme e inmutable; y yo el citado rey Ramiro seré rey, señor y padre en el citado reino y en todos los condados hasta que me plazca.
Nótense tres cosas: en primer lugar, se trata una donación del rey de Aragón al conde de Barcelona; en segundo lugar, en todo momento queda claro los respectivos título real y condal de ambos; y en tercer lugar, aun cuando de hecho Ramón Berenguer IV gobernó de manera efectiva con el título de prínceps de Aragón hasta su muerte en 1162, el rey siguió siendo Ramiro –hasta que me plazca– y, tras su fallecimiento en 1157, la reina, Petronila; solo el hijo de ambos, Alfonso II el Casto (1164-1196) será al mismo tiempo rey de Aragón y conde de Barcelona.[6]
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Corpus de sangre, Hermenegildo Miralles (1910)
El 7 de junio de 1640 tuvo lugar la insurrección ­–cuyas causas hay que buscar, sin duda, en la política torpe y falta de tacto del valido real don Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares– que supuso la separación de Cataluña de la monarquía de Felipe IV (1621-1665) hasta 1652 de hecho (toma de Barcelona por Juan José de Austria, el bastardo real) y hasta 1659 de derecho (paz de los Pirineos). Esa fecha es conocida en los libros como Corpus de sangre porque los campesinos –los segadores, els segadors del himno– se concentraron en Barcelona –como era tradicional en la fiesta del corpus–, se manifestaron y empezaron a tirar de hoz y faca hasta provocar una sangría de cierta dimensión en la que cayó el propio virrey Dalmau de Queralt[7], conde de Santa Coloma. A partir de ese momento Cataluña se consideró desvinculada de la monarquía de los Habsburgo, pero –y he aquí lo que se suele escamotear– buscó la protección del todopoderoso valido francés, el cardenal Richelieu[8], quien accedió a cambio de que se nombrara conde de Barcelona al rey de Francia, Luis XIII (1610-1643). En el Acuerdo del Consejo de Ciento de la ciudad de Barcelona de enero de 1641[9] se lee
Muy Ilustre Señor: En la Junta de Brazos tenida el 16 del corriente[10], resolvió V. Señoría que aceptáramos la protección que el señor Du Plessis Besansón[11] nos ofreció en nombre de su Rey[12], para que redujéramos el gobierno en forma de República, con los pactos y condiciones que entre Su Majestad Cristianísima[13] y el Principado de Cataluña y Condados de Rosellón y Cerdaña se concertaran, al que se adhirió el sabio Consejo de Ciento el 17 del mismo.
[…] Hoy, estas Provincias y Ciudad están tan exhaustas que es imposible poder sustentar largo tiempo los gastos de la guerra, que ya tenemos a las puertas de esta Ciudad, y está ella y toda la provincia en notable peligro de perderse, a no ser con un gran y pronto socorro de caballería e infantería pagada, la cual no podemos esperar más que de Su Majestad Cristianísima. Pero según las noticias que tenemos no se expondrá a tan gran gasto con la prontitud y fervor que la necesidad exige, a no ser que la provincia se ponga bajo su obediencia (como ya en tiempos de Carlomagno[14] hicieron nuestros antepasados), con pactos en que nos jure y observe nuestros Usatges, Constituciones, Capítulos y Actos de Corte, […].
Resolución de los brazos: Que se hagan como se propone, con todas las advertencias que se han hecho y se hagan; y que mientras tanto se haga saber al sabio Consejo de Ciento lo que resuelvan los presentes brazos, y que no se disgreguen aquellos hasta que no se sepa lo que resuelva dicho sabio Consejo de Ciento.
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El 6 de octubre de 1934 el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, proclamaba la república catalana –esto sí que ha sido profusamente recordado en la prensa– en el marco de los sucesos del mes de octubre de ese año[15]. Lo que a veces callan ciertos manuales es que fue dentro de la República Federal Española; esto lo cuenta magistralmente Raymond Carr:
Lluís Companys i Jover
Companys, atrapado por su propia violencia retórica, creyó que o bien debía emplear la fuerza contra estos extremistas[16] o bien tenía que “dirigir” el movimiento él mismo, proclamando una República catalana. Sabía que algunos dirigentes republicanos, como Azaña, consideraban desastrosa esta última solución, pero no disponía de la fuerza necesaria para oponerse a ella. […] Tras apelar a la moderación, y en la errónea creencia de que toda España estaba en rebelión, se pronunció por una República catalana dentro de la República federal de España (6 de octubre), reviviendo así la antigua doctrina federal de Pi y Margall para salvar la vinculación a España.[17]
A este respecto, voy a aportar un documento que creo interesante; en la alocución de Companys en la plaza de Sant Jaume del día 6 de octubre, el president dijo[18]
Ciudadanos de la República, levantaos en armas contra el gobierno monarquizante y fascista de Lerroux[19], que quiere abolir las reformas sociales y desvirtuar el Estado, la Reforma agraria, leyes sociales y leyes catalanas. La República ha sido traicionada; todos los pueblos están al lado de la República del 14 de abril, que no toleran a los que quieren esclavizar a los obreros y separar a los pueblos. El Estado catalán, dentro de la República española, tiene a su lado a todos los republicanos españoles, y le cabe el honor de ser provisionalmente el verdadero Gobierno de España.
Las fuerzas que hasta ahora permanecen al lado del monarquizante Lerroux, abandonan el camino del deshonor del Gobierno decadente y se suman a la revolución. Españoles todos, salvad la República. A las armas, uníos, defendeos. ¡Viva la República! ¡Viva la libertad!
Las negritas son mías: no voy a incidir en lo que Raymond Carr denominaba salvar la vinculación a España.


[1] Cito a partir de las págs. 552-553 –donde también figura el texto original en latín– de García-Gallo [de Diego], Alfonso: Manual de historia del Derecho español. II. Metodología histórico-jurídica. Antología de fuentes del Derecho español. Novena edición revisada.- Madrid 91982.- XC + 1298 págs. (21 x 14).
[2] Petronila I (1157-1164).
[3] Sancho Ramírez (1063-1094, aunque el título de rey lo adquirió en 1076).
[4] Pedro I (1094-1104).
[5] Alfonso I el Batallador (1104-1134).
[6] En la ilustración adjunta, perteneciente a la Genealogía de los reyes de Aragón o Rollo de Poblet (c.1396-1409), manuscrito sobre pergamino encargado por el rey de Aragón Martín I el Humano (1396-1410), se lee Ramo[n] b[ere]ng[uer]: co[n]te, Pe[t]ronella: reyna y Alfons[o]: rey; Petronila aparece con los atributos de la realeza –corona, manto, cetro y bola del mundo– mientras Ramón Berenguer le presenta el anillo nupcial.
[7] ¡Qué nombre tan deliciosamente poco castellano!
[8] Recuérdese que en este momento España y Francia se hallan enfrentadas en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648).
[9] Cf. García-Gallo, op. cit., págs. 983-984.
[10] Enero de 1641.
[11] Sic. Bernard du Plessis-Besançon, enviado a Cataluña como embajador por el cardenal Richelieu.
[12] Luis XIII de Francia.
[13] Título honorífico del rey de Francia.
[14] Evidentemente, Carlos I, rey de los francos (768-814) y emperador (800-814).
[15] Básicamente, la revolución de Asturias y la posterior represión militar.
[16] Se refiere a los nacionalistas extremos dirigidos por Josep Dencàs y los hermanos Miquel y Josep Badía; el primero es una figura poco conocida del nacionalismo catalán cuya perniciosa influencia debería ser más divulgada; de los segundos, baste recordar la implicación de Miquel en el intento de asesinato de Alfonso XIII de España (1902-1931) en 1925.
[17] Cf. págs. 606-607 de Carr, [sir] Raymond: España 1808-1975. Edición española corregida y aumentada por el autor [Spain 1808-1939, trad. de Juan Ramón Capella, Jorge Garzolini, Gabriela Ostberg y Horacio Vázquez Rial].- Editorial Ariel, S. A. (Historia), Barcelona [1982].- 827 págs., 266 ilustr. en negro en láminas, 4 mapas, 2 tablas, 1 gráfico y 1 esquema genealógico en negro (22,5 x 15,5). Hay ediciones posteriores ­que llegan hasta fechas más recientes, pero siempre que puedo utilizo la que me regaló mi padre cuando acabé COU y decidí, en contra de su criterio, estudiar historia: el lector puede imaginar el enorme cariño que le tengo.
[18] ABC, domingo 7 de octubre de 1934, edición de la mañana, pág. 27. Se puede consultar en http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1934/10/07/005.html, y ya de paso aprovecho y pondero la utilidad del esfuerzo que ha hecho la empresa editora de ABC para digitalizar todos sus fondos y ponerlos a disposición del público en general; ahí va el enlace de la página donde se halla el buscador:  http://hemeroteca.abc.es.
[19] Alejandro Lerroux, a la sazón el presidente del Consejo de Ministros.