Uno no es consciente de la influencia de un autor, de una
obra o incluso de la creación de un personaje literario hasta que no aborda los
autores, las obras o los personajes literarios contemporáneos que no suelen
aparecer en los manuales de carácter general: se estudia a Miguel Ángel, se
analizan sus principales hitos –entre ellos, el Moisés (1513 a 1515 con retoques posteriores, San Pietro in
Vincoli, Roma)–, pero solo cuando uno llega a la catedral de Jaca y contempla
en la capilla de los Trinitarios, situada a los pies del templo, la
representación de Dios Padre en la Trinidad
(c.1575 a 1578) de Juan de Anchieta entiende hasta donde llega el poderoso
influjo del escultor toscano.
Esta reflexión viene al hilo de la lectura de un volumen
antológico que, aunque aparecido originalmente en inglés en 2011, Editorial
Siruela ha puesto a la venta en español este año. Se trata de Detectives victorianas. Las pioneras de la
novela policiaca[1],
editado por Michael Sims[2], y
consta de once relatos[3]
cuyo elemento común es que el detective no es un hombre, sino una mujer. La
cronología de las narraciones va desde 1864 hasta 1915, y hay de todo: desde
investigadoras oficiales hasta aficionadas, desde personajes que aparecen en
narraciones seriadas hasta una –“El brazo largo (1895)” de Mary Eleanor Wilkins
Freeman[4]– sin
continuidad narrativa en otras historias; incluso hay alguna con poderes más o
menos especiales: Judith Lee, la protagonista de “El hombre que me cortó el
pelo (1912)” de Richard Marsh[5],
sabe interpretar lo que la gente dice observando el movimiento de sus labios,
con lo que se entera de todo lo que los pobres e inocentes criminales dicen en
su presencia por muy en voz baja que hablen. La sola lectura de la colección
resulta ya de por sí estimulante para conocer una historia y una literatura que
en la actualidad comienzan a sernos ajenas, pero además resulta especialmente
útil para seguirle la pista a la influencia de Sherlock Holmes, para comprobar
cuál es el alcance de lo que podríamos denominar modelo clásico de narración detectivesca. En este sentido, me
detendré en tres de los relatos.
Ilustración de Sidney Paget para "The Adventure of Dancing Men" |
“Dagas dibujadas (1893)” [“Drawn Daggers”], de Catherine
Louisa Pirkis[6],
apareció en junio de 1893 en la revista Ludgate
Monthly y fue recogido luego en el volumen The Experiences of Loveday Brooke, Lady Detective (Hutchinson &
Company, 1894); constituye la quinta de las siete historias cortas que
conforman la recopilación y todas ellas están protagonizadas –como su propio
título indica– por la detective Loveday Brooke. La trama es totalmente holmesiana: un pastor protestante
retirado acude a la agencia donde trabaja la señorita Brooke con un anónimo que
han enviado a su domicilio y en el que únicamente aparecen dos dagas dibujadas;
días antes ya había recibido otro mensaje con una sola daga; muestra su temor
de que pueda tratarse de una forma de cifrado propia de una sociedad secreta,
pero miss Brooke deduce el código que
subyace en los envíos epistolares y lo utiliza para insertar una carta apócrifa
que le permite confirmar su teoría. Cuando lo leí, evoqué inmediatamente el
recuerdo de “The Adventure of Dancing Men”[7]
(publicada en la revista Strand Magazine en
1903), tercera de las historias que conforman The Return of Sherlock Holmes (1905), en la que el detective descifra una extraña notación cuyos caracteres
son unos muñequitos que danzan y, tras ese hallazgo, puede a su vez inmiscuirse
en el intercambio de misivas; en realidad, el método deductivo de Holmes está
prácticamente plagiado del que emplea Edgar Allan Poe en “The Gold Bug” (1843)[8].
Lo más sorprendente para mí ha sido, al comprobar las fechas de edición para
redactar esta nota, que el relato de Pirkis es anterior al de Conan Doyle.
“El hombre de los ojos feroces (1897)” [“The Man with the
Wild Eyes”], de George Robert Sims[9],
ocupa los capítulos tercero y cuarto de Dorcas
Dene, Detective: Her Life and Adventures. En este caso, no es tanto la
trama –que también– sino el tono y la estructura lo que nos remite a las historias
de Sherlock Holmes. De entrada, la voz narrativa se encomienda no a un narrador
omnisciente sino a un narrador conductista o behaviorista[10]: en
otras palabras, a una especie de doctor Watson que observa, pasmado, como la
detective protagonista, Dorcas Dene, deduce los hechos a partir de detalles que
él mismo ha visto pero que no ha sabido interpretar. En segundo lugar, la
señora Dene fue actriz de teatro antes de abrazar la profesión de detective,
así que domina profesionalmente la caracterización: ¿cómo no recordar los
personajes interpretados por Holmes a lo largo de toda su carrera? En tercer
lugar, el arranque de la historia parece escrito por Conan Doyle[11]:
es de noche; Dene está en sus habitaciones; se dedica todo un párrafo a enumerar
las causes célèbres en que había
intervenido recientemente; de repente, aparece un anciano caballero, de aspecto
militar, que solicita ver inmediatamente a la señora Dene; cuando es recibido
por la detective, y tras recuperarse de un desmayo, cuenta su historia: su
joven hija había sido encontrada sin sentido –casi sin vida–al borde de un lago
que se halla en la propiedad rural en la que viven, tras haber sido atacada por
un vagabundo; lo único que falta para completar el ambiente holmesiano es la lluvia tras los
cristales y el sonido de las ruedas de un coche de punto rodando sobre los
adoquines de la calle. En cuarto y último lugar –para no alargarme más–, un
detalle: la omnipresencia de la búsqueda de pisadas, de huellas, de muchas
huellas, que van a permitir que el suceso inicial, aparentemente inexplicable, pueda
esclarecerse satisfactoriamente a partir de un razonamiento absolutamente
lógico.
“El hombre que tenía nueve vidas (1914)” [“The
Man with Nine Lives”], de Hugh Cosgo Weir[12],
es un relato que pertenece a Miss Madelyn
Mack, Detective (Page Company, Boston 1914). La señorita Mack, al igual que
Holmes y que la señora Dane, tiene su hagiógrafo particular, o mejor dicho, su
hagiógrafa, Nora Noraker, que es quien narra la historia. La referencia al
detective inglés es, en este caso, explícita, aunque no como modelo a imitar:
Solo hay dos reglas para que un detective
tenga éxito: trabajo duro y sentido común; no sentido poco común, como el que
relacionamos con nuestro viejo amigo Sherlock Holmes, sino sentido común,
profesional.[13]
No es más que palabrería: las
referencias implícitas a nuestro viejo
amigo son varias; me limitaré a tres: de entrada, el párrafo que en la
historia de Dorcas Debe se dedicaba a enumerar las aventuras más recientes del
personaje se convierte, en este caso, en dos párrafos que ocupan casi una
página entera[14]; después,
el carácter personal de la detective, reservado, elitista –ha pagado doscientos
dólares ¡de 1914! por tres grabaciones de ópera[15]–,
poco sociable y más dado a ocultar que a mostrar de forma franca las pistas
verdaderamente trascendentales; por último, un detalle que casi es un guiño
para iniciados:
[…] la cajita color turquesa que colgaba de
su cuello. Estaba abierta. Le eché una mirada acusadora.
–¿Así que has vuelto a tomar estimulantes de
cola, señorita Mack?
Asintió malhumorada y se deslizó
perversamente en la boca otra de las bayas marrón oscuro que en alguna ocasión
la habían mantenido cuarenta y ocho horas sin dormir y casi sin comer.[16]
La referencia a la famosa
solución de cocaína que Holmes se inyectaba y que ponía de tan mal humor a
Watson es más que evidente.
Trinidad, de Juan de Anchieta |
“El hombre que tenía nueve días”
es –ya se ha dicho– de 1914, del año en que comenzó la primera guerra mundial,
del año en que finalizó el siglo XIX desde casi todos los puntos de vista; el
mundo de la posguerra, tras 1918, ya es un mundo distinto: la Inglaterra victoriana
ha quedado irremisiblemente atrás, y con ella, Sherlock Holmes[17];
en 1920 se publica The Mysterious Affair at Styles, la primera aparición
de Hercule Poirot. Traigo este hecho a colación porque el relato de Hugh C.
Weir que nos ocupa, además de reproducir la iconografía de los relatos de Conan
Doyle, parece presagiar la de las novelas de Agatha Christie: en su última escena, la señorita Mack reúne en una
habitación a todos los sospechosos, expone los indicios y sus líneas
de razonamiento y revela la identidad del culpable. En un primer momento pensé
que anticipaba la estructura del final de los casos investigados por Poirot,
pero la impresión inicial no era correcta: se trata de una deuda con una fuente
más antigua, por cuanto hasta donde yo sé la primera narración en que se
utiliza este recurso es The Leavenworth
Case (1878) de la ya citada Anna Katharine Green[18],
auténtico superventas de la época, nueve años anterior a la primera aparición
de Sherlock Holmes (A Study in Scarlet, 1887)
y cuya influencia llega, según estoy intentando exponer, a la propia Agatha
Christie.
[1] Sims, Michael (edición de); [Hayward,
William Stephens; Forrester hijo, Andrew, seud. de James Redding Ware; Pirkis, Catherine Louisa;
Wilkins Freeman, Mary Eleanor; Green, Anna Katharine; Sims, George Robert;
Allen, Charles Grant Blairfindie; Bodkin, Matthias McDonell; Marsh, Richard,
seud. de Richard Bernard Heldmann;
y Weir, Hugh Cosgo]: Detectives victorianas. Las pioneras de la
novela policiaca [The Penguin Book of Victorian Women in Crime.- Prólogo de
Michael Sims.-] Traducción del
inglés de Laura Salas Rodríguez.- Siruela (Libros del Tiempo Biblioteca de
Clásicos Policiacos), [Madrid 2018].- 329 págs. (23,5 x 15).
[2]
Sims no es un recién
llegado a estas lides: entre otros libros, en 2007 publicó una edición anotada
–en inglés– de Arsène Lupin, gentleman
cambrioleur (1904) de Maurice Leblanc y el año pasado apareció una
monografía sobre Holmes que tengo en el estante de pendientes, aunque temo que
por poco tiempo: Sims, Michael: Arthur y Sherlock. Conan Doyle y la creación
de Holmes [Arthur & Sherlock. Conan Doyle & the Creation of Holmes].-
Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona.- Alpha Decay (n.º 103), [Barcelona
2018].- 378 págs. (21 x 14). El lector interesado puede visitar su web oficial
en http://www.michaelsimsbooks.com.
[3]
En realidad son diez,
ya que el titulado “El asunto de la puerta de al lado (1897)” de Anna Katharine
Green (op. cit., 183-191) no es un relato completo, sino el primer capítulo de
la novela The Affair Next Door, incluido
porque en él se describe a Amelia Butterworth, uno de los personajes creados
por la autora: es una cotilla impenitente y recalcitrante, con una pronunciada
vis cómica y clarísima precursora de la señorita Marple de Agatha Christie. De
la novela en cuestión existe traducción castellana: Green, Anna Katharine: El
misterio de Gramercy Park [The Affair Next Door.- Introducción de Carmen Forján García.- Trad. de Rosa Sahuquillo
Moreno y Susanna González.- Ilustraciones originales de L. Malteste].- dÉpoca editorial (Misterios
de Época), [Morcín 2014].- 391 págs., ilustr. en negro (23,5 x 15,5).
[4]
Op. cit., 151-179.
[5]
Op. cit., 261-275.
[6]
Op. cit., 127-147.
[7]
Puede leerse el
original inglés en https://en.wikisource.org/wiki/The_Return_of_Sherlock_Holmes,_1905_edition/Chapter_3.
[8]
Ahí va mi edición: “El
escarabajo de oro” [“The Gold Bug”], en Poe,
Edgar Allan, Cuentos, 1,
prólogo, traducción y notas de Julio [Florencio] Cortázar [Descotte] (Alianza Editorial, [Madrid (3)1
1998]), 383-424.
[9]
Op. cit., 197-223.
[10]
Ya utilicé este
concepto en http://delibrosyotrashistorias.blogspot.com/2016/02/sobre-emile-gaboriau-y-los-origenes-de.html;
remito a esta entrada al lector interesado.
[11]
Op. cit., 204ss.
[12]
Op. cit., 279-309.
[13] Op. cit., 281.
[14]
La 280 de la edición
que manejo.
[15]
Op. cit., 283.
[16]
Op. cit., 300.
[17]
En puridad, en 1918 aún
no se había publicado el último volumen del canon holmesiano, The Case-Book of Sherlock Holmes (1927) que incluye historias aparecidas entre
1921 y 1927.
[18] Hay traducción castellana: Green, Anna K[atharine]: El caso Leavenworth [The Leavenworth Case].-
Traducción de Lorenzo F. Díaz.- Alberto Santos (Grandes maestros del crimen), [Madrid
2011].- 382 págs. (21,5 x 14).
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