Biblioteca Nacional |
El sábado por la tarde estuve en la Biblioteca Nacional de
España[1].
Es un edificio venerable, cuyas escaleras de acceso están presididas, en
primera fila –como si fueran los delanteros– por san Isidoro de Sevilla y
Alfonso X el Sabio y detrás –en
posición de defensas– por Nebrija, Luis Vives, Lope de Vega y Cervantes, quien era,
en último término, el causante de que me hubiera acercado hasta allí: quería
ver la exposición que con motivo del cuadrigéntesimo aniversario de su muerte –23
de abril de 1616– se ha organizado.
Vaya por delante mi entusiasmo hacia la iniciativa. Vivimos
en un país envidioso y cainita que tiende a olvidar con demasiada facilidad a
sus grandes hombres. A veces, se utiliza la excusa de que la cultura académica
es elitista, y, por consiguiente, retrógrada, antisocial y facha. Otras, que la
literatura –o el arte, o la música, o el pensamiento en general– del pasado
carece de significatividad para el
alumno de la enseñanza obligatoria y que es preferible dotarle de contenidos que
le sirvan para su vida real. Nunca he entendido qué es una vida real sin
literatura, sin arte, sin música, sin pensamiento en general; siempre he
pensado que algunas personas solo tendrán oportunidad de acercarse a la cultura
académica en sus años de enseñanza obligatoria y que lo retrógrado, antisocial
y facha es negarles esa oportunidad, cerrarles esa puerta; en España, hay gente
para quienes Goya, Velázquez, Quevedo, Cervantes o estarán en sus años
escolares o no estarán; tampoco es demasiado importante: ni Goya, ni Velázquez
ni Quevedo ni Cervantes son especialmente significativos.
Soltado el exabrupto y habiéndome quedado tan ricamente,
vuelvo a la exposición que me ocupa: se
titula Miguel de Cervantes: de la vida al
mito (1616-2016), está abierta hasta el 22 de mayo y, como se explica en el folleto firmado por Juan Manuel Lucía
Megías –el comisario de la exposición– cuya portada reproduzco, se articula en
torno a tres ejes: el Cervantes hombre, el Cervantes personaje y el Cervantes
mito. En la primera sección, el Cervantes hombre, están los documentos: las
ciudades donde vivió –incluida Argamasilla de Tormes, la de los académicos–, la
partida de bautismo, las cartas, los memoriales, las actas, los libros, los
manuscritos; cuando se ve, tras las vitrinas, las ediciones príncipe de las dos
partes del Quijote –y de las Novelas ejemplares y del póstumo Persiles– se tiene la impresión de haber
llegado a la meta de un viaje iniciático. La parte del Cervantes personaje se
dedica a la iconografía del escritor: la preside el famoso cuadro de Juan de
Jáuregi –el que se reproduce en todos los manuales–, cuya cartela me dejó sorprendido:
siempre lo había tenido por el único retrato auténtico de Cervantes (según se
lee en el prólogo de las Novelas
ejemplares), pero en la susodicha cartela se lee: ¿s. XVII?, ¿s. XIX? Tendré que investigar el tema. En cualquier
caso, pueden contemplarse ese retrato y otros, más o menos conocidos, de los cuales
me llamaron la atención dos: uno, de Dalí; otro, copia de un original atribuido
a Velázquez.
Retrato de Cervantes por Juan de Jáuregui |
La tercera sección se dedica a la construcción del mito: la
influencia de Cervantes en la literatura inglesa –la traducción londinense de
1620, las obras de Fielding o de Sterne–, los monumentos públicos a su memoria –el
que se halla frente al Congreso de los Diputados, el de la Plaza de España de
Madrid–, su presencia en la cultura popular –etiquetas de medicinas, de
librillos de papel de fumar– y la reflexión de los intelectuales españoles:
desde la primera biografía de Cervantes –debida a Gregorio Mayans y Siscar y
publicada en 1738– hasta los trabajos de Ortega –Meditaciones del Quijote, 1914–, Unamuno –Vida de don Quijote y Sancho, 1931– o Azaña –Cervantes y la invención del Quijote, conferencia pronunciada en
1930 y editada en 1934–. Ante este último volumen no pude por menos de preguntarme
cuántos de nuestros expresidentes actuales serían capaces de disertar sobre
Cervantes; dejo la pregunta en el aire.
Les animo a ir. Disfruten de la visita. Y si van –de paso,
cañazo– no dejen de entrar en otra exposición temporal contigua a la de
Cervantes: La biblioteca del Inca
Garcilaso de la Vega. Más libros, muchos más libros, los libros que leía el
autor de los Comentarios reales:
Vitruvio, Bocaccio, Ariosto, Salustio… y retratos de los incas, y cerámica de
la época colombina, y telas, y armas… un verdadero viaje al Perú del XVI. Y
cuando salgan, échenle un vistazo a la librería: seguro que compran algo.
Creo que no lo he dicho: había un buen número de visitantes.
Eso está bien. Vale.
Sabio comentario sobre el nivel intelectual y/o académico de nuestros actuales gobernantes.
ResponderEliminarQ chulo el texto ese arriba
ResponderEliminarMe alegra que te parezca "chulo"...
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