domingo, 3 de abril de 2016

Miguel de Cervantes: de la vida al mito



Biblioteca Nacional
El sábado por la tarde estuve en la Biblioteca Nacional de España[1]. Es un edificio venerable, cuyas escaleras de acceso están presididas, en primera fila –como si fueran los delanteros– por san Isidoro de Sevilla y Alfonso X el Sabio y detrás –en posición de defensas– por Nebrija, Luis Vives, Lope de Vega y Cervantes, quien era, en último término, el causante de que me hubiera acercado hasta allí: quería ver la exposición que con motivo del cuadrigéntesimo aniversario de su muerte ­–23 de abril de 1616– se ha organizado.
Vaya por delante mi entusiasmo hacia la iniciativa. Vivimos en un país envidioso y cainita que tiende a olvidar con demasiada facilidad a sus grandes hombres. A veces, se utiliza la excusa de que la cultura académica es elitista, y, por consiguiente, retrógrada, antisocial y facha. Otras, que la literatura –o el arte, o la música, o el pensamiento en general– del pasado carece de significatividad para el alumno de la enseñanza obligatoria y que es preferible dotarle de contenidos que le sirvan para su vida real. Nunca he entendido qué es una vida real sin literatura, sin arte, sin música, sin pensamiento en general; siempre he pensado que algunas personas solo tendrán oportunidad de acercarse a la cultura académica en sus años de enseñanza obligatoria y que lo retrógrado, antisocial y facha es negarles esa oportunidad, cerrarles esa puerta; en España, hay gente para quienes Goya, Velázquez, Quevedo, Cervantes o estarán en sus años escolares o no estarán; tampoco es demasiado importante: ni Goya, ni Velázquez ni Quevedo ni Cervantes son especialmente significativos.
Soltado el exabrupto y habiéndome quedado tan ricamente, vuelvo a la exposición que me  ocupa: se titula Miguel de Cervantes: de la vida al mito (1616-2016), está abierta hasta el 22 de mayo y, como se explica en el folleto firmado por Juan Manuel Lucía Megías –el comisario de la exposición– cuya portada reproduzco, se articula en torno a tres ejes: el Cervantes hombre, el Cervantes personaje y el Cervantes mito. En la primera sección, el Cervantes hombre, están los documentos: las ciudades donde vivió –incluida Argamasilla de Tormes, la de los académicos–, la partida de bautismo, las cartas, los memoriales, las actas, los libros, los manuscritos; cuando se ve, tras las vitrinas, las ediciones príncipe de las dos partes del Quijote –y de las Novelas ejemplares y del póstumo Persiles– se tiene la impresión de haber llegado a la meta de un viaje iniciático. La parte del Cervantes personaje se dedica a la iconografía del escritor: la preside el famoso cuadro de Juan de Jáuregi –el que se reproduce en todos los manuales–, cuya cartela me dejó sorprendido: siempre lo había tenido por el único retrato auténtico de Cervantes (según se lee en el prólogo de las Novelas ejemplares), pero en la susodicha cartela se lee: ¿s. XVII?, ¿s. XIX? Tendré que investigar el tema. En cualquier caso, pueden contemplarse ese retrato y otros, más o menos conocidos, de los cuales me llamaron la atención dos: uno, de Dalí; otro, copia de un original atribuido a Velázquez.
Retrato de Cervantes por Juan de Jáuregui
La tercera sección se dedica a la construcción del mito: la influencia de Cervantes en la literatura inglesa –la traducción londinense de 1620, las obras de Fielding o de Sterne–, los monumentos públicos a su memoria –el que se halla frente al Congreso de los Diputados, el de la Plaza de España de Madrid–, su presencia en la cultura popular –etiquetas de medicinas, de librillos de papel de fumar– y la reflexión de los intelectuales españoles: desde la primera biografía de Cervantes –debida a Gregorio Mayans y Siscar y publicada en 1738– hasta los trabajos de Ortega –Meditaciones del Quijote, 1914–, Unamuno –Vida de don Quijote y Sancho, 1931– o Azaña –Cervantes y la invención del Quijote, conferencia pronunciada en 1930 y editada en 1934–. Ante este último volumen no pude por menos de preguntarme cuántos de nuestros expresidentes actuales serían capaces de disertar sobre Cervantes; dejo la pregunta en el aire.
Les animo a ir. Disfruten de la visita. Y si van –de paso, cañazo– no dejen de entrar en otra exposición temporal contigua a la de Cervantes: La biblioteca del Inca Garcilaso de la Vega. Más libros, muchos más libros, los libros que leía el autor de los Comentarios reales: Vitruvio, Bocaccio, Ariosto, Salustio… y retratos de los incas, y cerámica de la época colombina, y telas, y armas… un verdadero viaje al Perú del XVI. Y cuando salgan, échenle un vistazo a la librería: seguro que compran algo.
Creo que no lo he dicho: había un buen número de visitantes. Eso está bien. Vale.

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