El problema es el clásico entre los clásicos: una habitación
totalmente cerrada, un cadáver –o más de uno– con muestras de haber sido
violentamente asesinado, la absoluta imposibilidad de que el asesino pueda
haber abandonado la estancia tras haber cometido el crimen. Además, es preciso un
elemento adicional: un detective de excepcionales condiciones intelectuales que
dé explicación racional a lo inexplicable.
No debe confundirse el problema de cuarto cerrado (en terminología
inglesa, loocked room mystery) con el
de espacio cerrado: en este último la víctima, los sospechosos y, en ocasiones,
el detective, conviven en un espacio que está o que ha quedado incomunicado con
el exterior; piénsese, por ejemplo, en los clásicos de Agatha Christie: en Asesinato
en el Orient Express[1] (1934) la acción transcurre
en un tren aislado por una tormenta de nieve, lo que provoca que el detective
Hercule Poirot –y con él, el lector– circunscriba el número de sospechosos a
quienes viajan en el vagón del asesinado; o en Diez negritos[2]
(1939), ambientada
en una isla cuyo aeropuerto ha tenido que ser temporalmente cerrado y cuyos
diez únicos habitantes van siendo sucesivamente asesinados hasta que, al final
del relato, ninguno queda vivo. No, no se trata de eso: el problema de cuarto
cerrado implica un cadáver en una habitación de la que ni se puede entrar ni se
puede salir, al menos aparentemente.[3]
En varias ocasiones, en este mismo blog, me he referido al
relato fundacional del género policiaco, “The Murders in the Rue Morgue”[4] (Graham’s Lady’s and Gentleman’s Magazine,
diciembre de 1841); pues bien, es, además, la primera narración de cuarto
cerrado de la historia: el chevalier C.
Auguste Dupin debe resolver el asesinato de madame L'Espanaye y de su hija, mademoiselle
Camille L'Espanaye, cuyos cuerpos son hallados en su apartamento parisino,
cerrado por dentro; la policía oficial, como suele suceder en estos casos, se
muestra incapaz de resolver el enigma y será precisa la intervención del
diletante para establecer cómo la habitación no era tan inaccesible como
parecía.
La época anterior a la Primera Guerra Mundial y la edad de
oro de la novela policiaca son prolíficas en este tipo de historias: piénsese,
por ejemplo, en “The Adventure of the Speckled Band”[5]
(1892), octava de las doce narraciones que se incluyen en The Adventures of Sherlock Holmes y que se suele traducir al
español como “La banda de lunares”; piénsese en El misterio del cuarto amarillo[6]
(1907) de Gaston Leroux, considerada por Fereydoun Hoveyda como una de las mejores novelas sobre el problema
del recinto cerrado[7];
o piénsese en la obra prácticamente completa del norteamericano John
Dickson Carr (1906-1977), bien bajo este nombre, bien bajo el seudónimo
–bastante transparente– de Carter
Dickson, y que, en palabras de Héctor Malverde, ha sido considerado uno de los maestros
del así llamado «misterio de habitación cerrada»[8].
A partir de la década de 1930 las
nuevas tendencias de la narrativa policiaca la llevó por nuevos caminos, los de
la novela negra –cuyos padres
fundadores son, según se sabe, Dashiell Hammett y Raymond Chandler–, en la que
la resolución de la identidad del criminal dejó de ser el fin último del
relato. Aunque la novela problema no
desapareció ni de las preferencias del público ni de los anaqueles de las
librerías, la novela negra acaparó el
favor de los lectores más jóvenes, la mayor parte de la atención de la crítica especializada
y generalista y el mayor número de adaptaciones cinematográficas, lo que motivó
que los problemas de cuarto cerrado fueran convirtiéndose en una especie de
piezas de museo, visitados por algunos cultivadores del modelo clásico –como el
citado John Dickson Carr– pero sin mayor trascendencia literaria… hasta el año
2000, el último año del siglo XX, en que Umberto Eco publicó su cuarta novela, Baudolino.
Federico Barbarroja con sus hijos, miniatura del Welfenchronik (1179-1191, Landesbibliothek Fulda) |
No acabo de entender cómo en la entrada
que en su día dediqué a Umberto Eco no cité el Baudolino. Lo he leído tres veces, lo he comprado dos: la primera
edición castellana[9],
que adquirí nada más aparecer en las librerías y que luego presté, sin que
nunca me fuera devuelta, y una edición de bolsillo[10] con que
repuse la anterior. Como El nombre de la
rosa, Baudolino es varias novelas a la vez; o mejor, puede leerse como si fuera
varias novelas a la vez: como una novela histórica, como una novela policiaca, como
un relato de viajes o como una narración mítica. El hilo conductor es la biografía
de Baudolino, hijo adoptivo del emperador Federico Barbarroja, y tiene dos partes bien definidas: hasta el capítulo
XXV, en que se narra la muerte —que Eco transforma en asesinato— de Federico,
la narración se mueve en el tiempo histórico y en la geografía de Europa; a
partir de entonces, y hasta la conclusión, el relato es el de la búsqueda del
reino del preste Juan, en el que tiempos, espacios y personajes son míticos,
alucinantes, con un tono completamente distinto al utilizado hasta entonces. No
debe pensarse, sin embargo, que la obra es una mera yuxtaposición de ambas
partes: por el contrario, la primera exige la segunda, y viceversa. Baudolino
es un mentiroso compulsivo, lo que le lleva a fabular sin descanso y a inventar
historias que al ser creídas por los demás pasan a ser reales: al principio del
relato, el hallazgo de tres cuerpos desconocidos acaba siendo transformado por
el protagonista en el descubrimiento de las reliquias de los tres Reyes Magos
que hoy se veneran en la catedral de Colonia; al final del mismo se nos cuenta
cómo se manufacturan de manera prácticamente industrial cráneos de san Juan
Bautista; y entre medio, la gran invención de Baudolino: el mítico reino del
preste Juan, descendiente directo de los Magos, una especie de paraíso terrenal
en el que viven la mayor parte de las especies descritas en los bestiarios
medievales —esciápodos, blemias, panocios, pigmeos— y del que los
expedicionarios vuelven —otra mixtificación, como no— con toda la leyenda del
Grial montada y con una reliquia que pretende ser el sudario de Cristo. En
último término, el tema es el recurrente en todas las novelas de Umberto Eco: cómo
un texto adquiere un significado que se trasciende a sí mismo y se inserta en
la realidad hasta formar parte de esta.
Entre todo este cúmulo de referentes
históricos, geográficos y míticos precisa y detalladamente documentados, se
introduce —como ya he adelantado antes— una línea narrativa de corte policiaco:
el presunto asesinato del sacro emperador romano germánico Federico I Barbarroja (1155-1190) cuando se dirigía
a la Tercera Cruzada. La versión que nos han transmitido los historiadores es
que Federico se ahogó en el río Göksu, en Cilicia. Eco —¿o es Baudolino?—
fabula con la posibilidad de que muriera asesinado en el castillo de un armenio
que tiene todo tipo de instrumentos físicos, alquímicos y mágicos. El emperador
se dispone a dormir en una habitación totalmente cerrada (ya saben: una locked room) y vigilada por fuera por
sus servidores más leales; a la mañana siguiente aparece muerto y el Santo
Grial —que en realidad era el cuenco en el que bebía el padre de Baudolino—,
que llevaba consigo, ha desaparecido. Para no verse acusados de magnicidio, el
protagonista y sus compañeros deciden llevar el cuerpo al río más cercano y
fingir su ahogamiento.
Cuando al final de la novela el lector
ya casi ha olvidado este episodio —a partir de entonces el relato se centra en
el viaje al reino del preste Juan, el posterior retorno y el portentoso relato
de la toma de Constantinopla por los cruzados en 1204— se retoma para
resolverlo como en las novelas policiacas más clásicas; y he aquí donde radica
la maestría de Umberto Eco: no nos ofrece una, ni dos, ni tres, sino hasta
siete soluciones alternativas, una por cada sospechoso, para el asesinato del
emperador; y no son siete soluciones insostenibles, traídas por los pelos, sino
todo lo contrario: las siete son perfectamente consistentes con los hechos
narrados. Y una vez puestas todas ellas sobre el tapete, el narrador, como en
la mejor tradición clásica, elige la verdadera, que resulta ser la más
sorprendente y que, como no podía ser de otra manera, no voy a desvelar aquí.
Si hay algo que no puedo dejar de
admirar de Umberto Eco no es su enorme erudición —otros lo han precedido— sino
su capacidad de relacionar e integrar tradiciones culturales distintas entre sí
e incluso claramente contrapuestas, v. gr., el pensamiento teológico de la Edad
Media y la narrativa popular de los siglos XIX y XX. Lo hizo en El nombre de la rosa y lo volvió
a hacer, creo que con menor fortuna editorial pero con un oficio narrativo más
asentado, en Baudolino.
[1] Christie, Agatha: Asesinato en el Orient
Express [Murder on the Orient Express].- Traducción de Eduardo Macho
Quevedo.- Espasa (Booket Novela Crimen y Misterio n.º 2778), [Barcelona 2017].-
238 págs., 1 plano en negro (19 x 12,5).
[2] Christie,
Agatha: Diez negritos
[Ten Little Niggers.- Traducción de Orestes Llorens.- Ilustraciones de Carlos Freixas].- Molino (Selecciones de
Biblioteca Oro n.º 15), [Barcelona 1975].- 255 págs., ilustr. en negro (16,5 x
11,5). La misma traducción se reproduce en Club
del Misterio, VIII (Bruguera), [(Barcelona 1982)], 305-384, 17 ilustr. en
negro.
[3]
El año pasado –2018– se
reeditó en castellano una novela de 1931 que combina ambos elementos: un
problema de cuarto cerrado (más o menos, porque uno de los balcones de la
habitación donde se halla el cadáver está abierto pero es prácticamente
inaccesible) en un espacio cerrado (una posada incomunicada con el exterior por
una tormenta de nieve). Ahí va la referencia: Thynne
[Haden], [Mary Harriet, llamada] Molly: Crimen en la posada “Arca de Noé” [The Crime at the Noah’s Ark.- Traducción
de Rosa Sahuquillo Moreno y Susanna González.- Introducción de Juan Mari Barasorda.- Ilustraciones de Clarence F.
Underwood].- dÉpoca editorial
(dÉpoca Noir), [Morcín 2018].- 301 págs., ilustr. en negro (23 x 15). Aunque se
adelanta en tres años al Asesinato en el
Orient Express por lo que al recurso de aislar el lugar del crimen mediante
una oportuna nevada, prefiero con
creces la novela de Agatha Christie: está, a mi juicio, mucho mejor resuelta.
[4]
Y siempre doy la misma
referencia bibliográfica, que ahí va, una vez más: “Los crímenes de la calle
Morgue” [“The Murders in the Rue Morgue”], en Poe,
Edgar Allan, Cuentos, 1,
prólogo, traducción y notas de Julio [Florencio] Cortázar [Descotte] (Alianza Editorial), ([Madrid (3)1
1998]), 425-466.
[5]
Ahí va el texto
completo: https://en.wikisource.org/wiki/The_Adventure_of_the_Speckled_Band.
Si se tiene el capricho de consultar la primera edición norteamericana (Harpers
& Brothers, New York 1892), puede hacerse en https://books.google.es/books?id=buc0AAAAMAAJ&pg=PA176&dq=the+specled+band&as_brr=1&ei=tNCkS8-NM6biygTU9-zICA&cd=1&redir_esc=y#v=onepage&q&f=false.
[6]
Leroux,
Gaston [Louis Alfred]: El misterio del cuarto amarillo
[Le Mystère de la Chambre Jaune].- Trad. de Joëlle Eyheramonno.- Apéndice
de Juan José Millás [García].-
Ilustr. de Loewy, F. Auer y Maurice Toussaint.- Ediciones Generales Anaya (Tus libros n.º 2), [Madrid
2 1983].- 285 págs., 23 ilustr. en negro, 2 planos (19,5 x 13,5).
[7] En pág. 44 de Hoveyda, Fereydoun: Historia de la novela policiaca [Histoire du Roman Policier.- Prólogo
de Jean Cocteau.- Trad. de Monique
Acheroff].- Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo n.º 69), Madrid [1967].- 225
págs. (18 x 11).
[8]
En pág. 33 de Malverde, Héctor: Guía de la novela negra.- [Ilustraciones de David Sánchez].- Errata naturae, [Madrid 2010].-
265 págs., ilustr. en negro (21,5 x 14). Y ahí van un par de novelas de cuarto
cerrado de Dickson Carr para el lector al que le interese profundizar en el
tema: Dickson, Carter [seud. de John Dickson Carr]: “La noche de la
viuda burlona” [Night at the Mocking
Widow, traducción de Clara de la Rosa, ilustraciones de Carlos Freixas], en Club del Misterio, XIV (Bruguera, Barcelona 1983), 681-799, 9
ilustr. en negro; y Carr, John Dickson:
La casa en el Codo de Satán [The House at
Satan’s Elbow].- Traducción de Lila de Mora y Araujo.- Alianza
Editorial-Emecé (Selecciones del Séptimo Círculo n.º 47), Madrid 1977.- 179
págs. (18 x 11). Incluso hay, que yo sepa, una novela en la que el cuarto cerrado no es tal, sino que está
literalmente aislado por la nieve y, aunque no hay impedimento para acceder al
mismo, la inexistencia de huellas de vuelta –no de ida, que las
hay– y la ausencia de persona alguna en la habitación del crimen la convierte
en una novela de cuarto cerrado: Dickson,
Carter [seud. de John Dickson Carr]:
Sangre en El Espejo de la Reina [The
White Priory Murders.- Traducción de Julio Vacarezza].- Punto de lectura
(n.º 999/17), [Barcelona 2005].- 236 págs. (17,5 x 11); es de 1934, el mismo
año en que se publicó Murder on the Orient Express y en
el que, según todos los indicios literarios, debió de nevar mucho.
[9]
Eco,
Umberto: Baudolino [Baudolino].- Traducción de
Helena Lozano Miralles.- Lumen (Palabra en el Tiempo n.º 309), [Barcelona 2001].-
534 págs., 3 ilustr. en negro (23 x 15,5).
[10]
Eco,
Umberto: Baudolino [Baudolino].- Traducción de
Helena Lozano Miralles.- DeBolsillo (Contemporánea), [Barcelona 5
2015].- 638 págs. (19 x 12,5).