sábado, 29 de febrero de 2020

De propaganda política (III)



 
La entrada de hoy va sobre una película. Un corto de animación, para ser exactos: el que obtuvo el Óscar al mejor cortometraje animado en el año 1943. Procede de la factoría Disney, está protagonizado por el pato Donald, pero es cualquier cosa menos una película para niños. Se titula El rostro del Führer (Der Fuehrer’s Face, nótese la mezcla del artículo determinado en alemán y del sustantivo en inglés), se produjo en 1942, se estrenó el 1 de enero de 1943, tiene unos ocho minutos de duración[1] y se trata de un alegato directo contra la Alemania nazi. Quizá sería conveniente que el lector le eche un vistazo antes de entrar en materia, con el objeto de evitar spoilers; el video que adjunto presenta una introducción (que concluye al cabo de un minuto y veinte segundos) y permite activar subtítulos en inglés, lo que facilita la comprensión de determinados pasajes.
La trama es muy simple: comienza con una banda militar desfilando en la que se puede distinguir a Hermann Göring, al duce italiano Benito Mussolini y al emperador del Japón Hirohito[2]; aunque pasan frente al dormitorio de Donald, este, que está durmiendo en la cama, no se despierta hasta que recibe un bayonetazo en las nalgas. Lo primero que hace al levantarse es saludar con la mano en alto tres retratos de Hitler, Hirohito y Mussolini; después de vestirse con un uniforme nazi, desayuna: saca de una caja fuerte el único grano de café que tiene, un frasco con aroma de huevos con beicon y una barra de pan de molde tan dura, tan dura que tiene que cortar su rebanada con un serrucho. Mientras intenta tragarla con suma dificultad, una bayoneta introduce por la ventana un ejemplar de Mein Kampf y le obliga a leerlo; acto seguido, la banda militar invade su casa y le obliga a salir sosteniendo un pesado bombo. A continuación, se produce un cambio de escena: aparece una fábrica en la que Donald entra obligado por un par de bayonetas mientras vuelve a realizar el saludo nazi. Se trata de una fábrica de proyectiles de todos los tamaños cuyas ojivas han de ser ajustadas a toda velocidad sobre la cadena de montaje; de vez en cuando, entre pieza de artillería y pieza de artillería aparece un retrato de Hitler que, evidentemente, ha de ser saludado con el brazo en alto. En determinado momento se le ofrecen unas vacaciones pagadas en los Alpes que consisten en un telón desplegado con unas montañas pintadas; el telón desaparece a los pocos segundos y una voz en off anuncia que las vacaciones han concluido ya que, por un decreto especial del Führer, Donald ha sido escogido para trabajar horas extras. A partir de entonces el protagonista entra en una paranoia onírica en la que se mezclan las imágenes que se han visto hasta el momento; finalmente, se despierta –todo había sido una pesadilla– en su cama, vistiendo un pijama con las barras y las estrellas de la bandera estadounidense. Aún le queda un último sobresalto al ver la sombra de una figura con el brazo alzado; cuando descubre que en realidad se trata del reflejo de la estatua de la libertad, exclama Am I glad to be a citizen of the United States of America y la pantalla se funde en negro: a modo de colofón, aparece el rostro de Hitler, que recibe un tomatazo con cuyos restos se forma la expresión The End.
Varios son los aspectos que creo que merecen comentario, así que ahí van:
  • La música con que se abre la película pertenece a la obertura de Die Meistersinger von Nürnberg, ópera del compositor alemán Richard Wagner, por quien Hitler sentía auténtica veneración[3].
  • En la secuencia de la banda militar se incide en la supremacía de la raza y en el hecho de que los instrumentistas se sienten supermen. Cuando oigo la palabra superhombre no puedo evitar que me venga a la cabeza que de la idea nietzscheana de Übermensch –que, a su vez, es un préstamo conceptual del darwinismo– procedan tanto parte del pensamiento político de Hitler como uno de los personajes más populares de la historia del cómic: ¡qué extraños parientes genera la historia de la filosofía!
  • En la escena en que Donald emplea el saludo romano ante los retratos de Hitler, Mussolini e Hirohito, la disposición de estos no parece casual: forman un triángulo equilátero en el que el vértice lo ocupa el dictador nazi y en la base se hallan los otros dos.
  • El corto incide reiteradamente en la situación socioeconómica de Alemania con la pretensión de que el espectador la compare con la de Estados Unidos: por un lado, en la secuencia del desayuno se pone de manifiesto una escasez de productos de primera necesidad –el pan, el café, los huevos– verdaderamente insostenible; por otro, cuando el protagonista va la fábrica –de armas, todo un matiz– las condiciones laborales son más que esclavistas: una voz en off informa a los trabajadores de que What a glorious privilege is yours […] to work 48 hours a day for the Fuehrer; poco más adelante, se concede a Donald unas falsas vacaciones pagadas en los Alpes, vacaciones que son interrumpidas bruscamente por el siguiente comunicado: By special decree of the Fuehrer you have been chosen to work overtime! Nótese el mensaje: horas extraordinarias tras una jornada de trabajo de cuarenta y ocho horas al día.
  • El proselitismo ideológico impuesto por el régimen nazi está satirizado en el momento en que Donald, tras el desayuno, se ve obligado a dedicar su tiempo diario a la lectura de Mein Kampf.
  • El influjo de las vanguardias históricas del primer tercio de siglo XX se puede rastrear en la escena del sueño: a la evidente referencia a las bases teóricas del surrealismo que supone una secuencia de naturaleza onírica hay que unir el protagonismo de la máquina, presupuesto fundamental del futurismo, movimiento vanguardista italiano especialmente vinculado al fascismo.
  • El tomatazo final al rostro de Hitler es una síntesis instantánea de todo lo que el corto quiere suscitar emocionalmente en el público estadounidense, al que iba dirigido.
No obstante, hay algo en la película que me reconcome. Rectifico: no hay algo en la película que me reconcome, hay algo que echo en falta, algo que no está y que debería estar. No hay ni una sola referencia al antisemitismo. Hablar del nazismo y de la segunda guerra mundial sin hacer referencia al holocausto resulta intelectual y moralmente impensable. Y sin embargo, en el corto no hay ni una sola alusión. La explicación se me aparece clara: en 1942 el exterminio de judíos y de otros grupos étnicos y sociales por el régimen nazi no era conocido por parte de los aliados. En este sentido y ya para concluir, hay varios testimonios que señalan en la misma dirección, entre ellos el de alguien tan poco sospechoso de mostrar entusiasmo hacia los gobiernos de Estados Unidos como Charles Chaplin[4], quien en su Autobiografía de 1964 escribió: Had I known of the actual horrors of the German concentration camps, I could not have made The Great Dictator, I could not have made fun of the homicidal insanity of the Nazis.[5]


[1] Ahí va la ficha técnica: https://www.imdb.com/title/tt0035794; consultada el 29/02/2020.
[2] En algunas fuentes (cf. https://es.wikipedia.org/wiki/El_rostro_del_F%C3%BChrer, consultada el 29/02/2020) se identifica al personaje oriental con el primer ministro japonés Hideki Tojo, pero el parecido que hay entre dicho personaje y el retrato de Hirohito que aparece en una escena posterior me parece evidente; a mayor abundamiento, Hirohito es un personaje mucho más reconocible para la cultura popular que el general Tojo. En otro orden de cosas, en dicha fuente se indica también la presencia de Joseph Goebbels liderando la banda y tocando el trombón pero, por más que miro, el único parecido que comparten el dibujo animado y el político nazi es la delgadez de ambos.
[3] Las relaciones personales entre Hitler y la familia Wagner –en especial con Winifred Wagner, viuda de Siegfried Wagner, hijo del compositor y de Cosima Wagner, la hija de Franz Liszt– han hecho correr ríos de tinta. Y si no me cree, amigo lector, ponga Winifred Wagner en el buscador de Google.
[4] Recuérdese que en 1952 abandonó los Estados Unidos como consecuencia de la caza de brujas llevada a cabo por el Comité de Actividades Antiamericanas.
[5] Si hubiera conocido los verdaderos horrores de los campos de concentración alemanes, no podría haber hecho El gran dictador, no podría haberme reído de la locura homicida de los nazis. Cf. https://www.loc.gov/static/programs/national-film-preservation-board/documents/great_dictator.pdf (consultado el 29/02/2020).

domingo, 3 de noviembre de 2019

Sobre el significado de la pintura en “La fundación” de Buero Vallejo (y II)


Antonio Buero Vallejo



Hace casi exactamente un año dedicaba mis elucubraciones a intentar esclarecer algunos aspectos acerca de la función que desempeñaba la pintura en La fundación de Antonio Buero Vallejo. En aquella entrada me fijaba en las obras El arte de la pintura o El estudio del artista de Johannes Vermeer de Delft (c.1666, Kunsthistorisches Museum, Viena) y El matrimonio Arnolfini de Jan van Eyck (1434, National Gallery, Londres) y prometía intentar aclarar, en un futuro más cercano que lejano, el significado de Ratones en una jaula de Tom Murray (s. XIX). Ese es el propósito de esta nota.
La cita sobre Tom Murray figura al comienzo del cuadro segundo de la primera parte. Dice así:
Tomás.(Caviloso.) Eso espero… (Pasa hojas.) Monet… Van Gogh… Eso espero… (Enmudece. Asel lo mira, muy atento.) No conozco a este pintor. ¿Os gusta?
Asel.– ¿Y a ti?
Tomás.– Dibujo sólido, pero flojo de tonos… (Tulio atiende.) Será un animalista del siglo XIX.
Max.– ¿Un animalista?
Tomás.– Ya lo ves. Ratones en una jaula. Un tema sórdido. (Durante estas palabras aparece Berta en la puerta, sonriente y sigilosa.) Hay algo repelente en las expresiones de estos animales. (Sin que nadie repare en ella, Berta avanza unos pasos. Tomás se inclina sobre el libro.) Tom Murray. No sé quién es. (Ensimismado, Lino modula sus gorjeos con la boca cerrada.)
Asel.– ¿Lo conoces, Tulio?
Tulio.– No. (Tomás se está incorporando lentamente. Sin volverse, parece intuir la presencia de ella a sus espaldas.)
Asel.– ¿Y qué hacen esos pobres ratones? (Berta frunce las cejas y retrocede en silencio.)
Tomás.­– (Absorto.) ¿Qué hacen?
Asel.– Algo hacen o algo esperan.[1]
Para quienes no estén familiarizados con la obra, la fundación a la que hace referencia el título no es sino una cárcel a la que la Tomás, el personaje principal, ha transformado en su conciencia, con objeto de huir de una realidad que le aterra, en una institución académica para investigadores y creadores –por más señas, se ha señalado como fuente de inspiración la Residencia de Estudiantes–. Por el contrario, sus compañeros de celda –Asel, Max, Tulio y Lino– son perfectamente conscientes de su situación. En otro plano, Berta es la novia de Tomás, pero no se trata de un personaje real sino de una proyección de la mente del propio Tomás: de esta manera –y aunque el espectador aún no lo sepa en este preciso momento de la representación– las intervenciones de Berta no son sino  un reflejo del subconsciente enfermo del protagonista; en este sentido no está de más para entender el contexto del fragmento citado que Berta es una investigadora que trabaja con ratones y que tiene uno al que llama, como una especie de homenaje a su novio, Tomasín. Pero que no se nos pierda de vista: esto solo existe en la mente de Tomás.
Vamos ahora con Tom Murray. Buero nos informa de que se trata de un pintor animalista del siglo XIX, de dibujo sólido pero flojo de tonos. Su obra Ratones en una jaula es la única que se cita y su significado simbólico no se le escapa al lector o al espectador avisado: hay un doble paralelismo entre la jaula y la fundación-prisión y los ratones y Tomasín-Tomás-sus compañeros.
Tomás no conoce a ese pintor. Yo tampoco. Así que me pongo a investigar. Y como estamos en 2019 y no en 1974 –la fecha de estreno de La fundación– pongo Tom Murray en Google e invito al lector a que haga lo mismo. A ver qué pasa. La primera búsqueda no da resultados: me sale un actor de cine mudo –que trabajó con Chaplin en algunas películas–, un golfista y un escritor. Restrinjamos la búsqueda a Tom Murray painter: ahora sí, aparecen varios, pero uno es estrictamente contemporáneo a juzgar por el copyright de su página, otro es del siglo XVIII y un tercero trabaja en la actualidad y por su currículo, estilo y firma –Thomas, no Tom– es distinto al primero. Así que pongamos en el buscador Tom Murray Buero Vallejo. Ahora sí comienzan a aparecer referencias, pero solo relacionadas con La fundación: véase, por ejemplo, la entrada La pintura en La fundación, de Buero Vallejo de Isabel Domínguez, o Buero Vallejo, La fundación, Historia de una escalera del blog Cuaderno de Rosa creatividad para las clases de Lengua y Literatura o la guía de lectura de La fundación preparada por Carmen Aráez[2]. Parece que el tal Tom Murray no existiera fuera de La fundación.
Y esa es la clave: prácticamente todos los estudios acerca de la obra de Buero reproducen acríticamente los datos aportados por el dramaturgo y dan por buenas sus afirmaciones cronológicas, estilísticas y de autoría acerca de Ratones en una jaula[3]. Pero la hipótesis correcta es justo la contraria: Murray es otra invención de Tomás que se inserta en la realidad hasta el punto –y he ahí la habilidad de Buero– de que el lector, el espectador, el historiador de la literatura dan por real lo que solo es ficticio. Es darles la vuelta a los límites de la realidad y de la ficción hasta convertir la una en la otra y la segunda en la primera, lo que constituye el tema último de La fundación.
Fue Eric W. Pennington –hasta donde he podido investigar– quien señaló, en un libro de 2010[4], el trampantojo. Es decir, don Antonio nos mantuvo engañados durante la friolera de treinta y seis años y, como he tratado de mostrar, dicha mistificación aún es desconocida por muchos de quienes nos ocupamos de La fundación. Dice Pennington:
The most baffling reference to a work of art is without doubt the mention of Tom Murray, who, presumably, is a nineteenth century “animalist painter”. His painting depicts rats in a cage, and the image does not sit very well with Tomás at all. It would appear that Buero has turned towards the Borgesian mode of narration, in this case. No such artist exists in the annals of art history. Two significant clues to the nonexistence of this imagined artist and his work are given in the text. First, Tulio is apparently extremely well-versed in these world-famous masterpieces of Western Art. Second, Tomás himself is no dilettante. Although he may be rusty on the details, we need to remember that everything Tomás says about these paintings is not coming from a book. It comes from his memory. He knows a lot about great art. Therefore, when neither Tulio nor Tomás recognize the artist Tom Murray or his painting, our curiosity is heightened as to the question of this artist’s actual existence. If Tulio is not familiar with this artist, he most likely does not exist.[5]
Permítaseme concluir remarcando la expresión the Borgesian mode of narration, el modo de narración borgiano: creo que es la primera vez que veo señalar una relación –por otro lado, cuando se cae en ello, tan evidente– entre ambos autores.


[1] Cf. Buero Vallejo, Antonio, Obra completa. I. Teatro, edición crítica de Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco [Serrano] (Espasa Calpe, Madrid [1994]), pág. 1436. La fundación se halla, en esta edición, entre las págs. 1409 y 1499.
[2] Consultadas el 3 de noviembre de 2019.
[3] Así, en Baena Peña, Enrique; y Cuevas García, Cristóbal (dirs.), El teatro de Buero Vallejo, texto y espectáculo: actas del III Congreso de Literatura Española Contemporánea, Universidad de Málaga, 14, 15, 16 y 17 de noviembre de 1989 (Anthropos Editorial, 1989), puede leerse en nota ubicada en la pág. 332 que […] el enajenado prisionero reitera esa alegoría (obsesiva en él) en la descripción de unas inexistentes reproducciones de un no menos inexistente libro de pintura, en el que se pueden ver Ratones en una jaula, cuadro de Tom Murray; o en la pág. 106 de Lasala Benavides, Lola, Estudio crítico de La fundación de Buero Vallejo. Holograma o libertad (Mira Editores, [Zaragoza 2015]), que dice: También se alude a otro pintor menos conocido, Tom Murray, animalista del siglo XIX, cuyo cuadro muestra unos ratones enjaulados.
[4] Pennington, Eric W[ayne]: Approaching the Theater of Antonio Buero Vallejo: Contemporary Literary Analyses from Structuralism to Postmodernism.- Peter Lang.- New York-etc. [2010].- 373 pages.
[5] La referencia más desconcertante a una obra de arte es, sin duda, la mención de Tom Murray, quien, presumiblemente, es un pintor animalista del siglo XIX. Su pintura representa las ratas en una jaula y la imagen no le sienta muy bien a Tomás. Parecería que Buero se ha vuelto en este caso hacia el modo de narración borgiano: no existe tal artista en los anales de la historia del arte. En el texto se dan dos pistas importantes sobre la inexistencia de este artista imaginado y de su obra. En primer lugar, Tulio conoce aparentemente muy bien estas obras maestras, mundialmente famosas, del arte occidental; en segundo lugar, el propio Tomás no es un diletante y, aunque puede estar oxidado en los detalles, debemos recordar que todo lo que Tomás dice sobre estas pinturas no proviene de un libro, proviene de su memoria: él sabe mucho de arte. Por tanto, cuando ni Tulio ni Tomás reconocen al artista Tom Murray ni su pintura, nuestra curiosidad aumenta en cuanto a la cuestión de la existencia real de este artista. Si Tulio no está familiarizado con este artista, lo más probable es que no exista. Pennington, op. cit., pág. 254.